El nuevo libro de cuentos de Elvio E. Gandolfo, recientemente galardonado con el premio de la crítica en la Feria del Libro, es una colección que transita las geografías favoritas del autor –el género fantástico, las ciudades rioplatenses– con enorme fluidez y destreza.
› Por Damián Huergo
A fuerza de codazos y –como otra consecuencia– de la profesionalización tardía de la literatura, los decálogos de escritores se recortaron como una especie de subgénero en sí mismo. Muchos autores, en cierto momento de su recorrido artístico, intentan transmitir su experiencia mediante recomendaciones y anticonsejos. La lista es larga y, sobre todo, se centra en la escritura de cuentos. Al tope figuran el archidifundido dodecálogo de Caldwell, los ocho puntos de Vonnegut, las sentencias de Bolaño y las oscuras premoniciones de Oates. Todos coinciden en dos puntos. Por un lado, que no se puede enseñar a escribir, pero que sí se puede aprender a hacerlo. Por el otro, que para escribir literatura hay que empezar por la biblioteca, la librería y/o la pantalla de Google. A estos dos consejos cuasi universales, no estaría de más agregar –sin aspavientos ni falsos fuegos de artificio– que la lectura de Cada vez más cerca, el último libro de Elvio E. Gandolfo, puede resultar indispensable para conocer, dominar, disfrutar y asimilar salvajemente las potencialidades del cuento.
Por su recorrido laboral y su búsqueda creativa como escritor y antólogo, a Elvio Gandolfo se lo suele asociar con la literatura de género, en especial con aquellos –ya no tan– menores, como la ciencia ficción, el policial y el fantástico. Sin embargo, es necesario aclarar que Cada vez más cerca no es un libro cabal de géneros definidos. Al menos, ése es el contrato –desde el vamos– que Gandolfo establece con quien se anima a leerlo. Los elementos fantásticos, los quiebres asombrosos, los atisbos terroríficos, irrumpen sobre la escritura real sin preavisos. De este modo, multiplican su efecto al chocar de lleno contra el lector, sin la ansiedad de aquel que espera ser sorprendido. Por ejemplo, en los maravillosos “Hilo amarillo” o “Pegando la vuelta”, la calma de un bar porteño –en un caso– y de una playa revitalizada por jóvenes surfistas –en otro– es alterada por un hilo parasitario que cuelga de una nariz y por una sociedad utópica posapocalíptica, respectivamente. Pequeñas variaciones extraordinarias de un suelo realista que –en la mirada del escritor– jamás permanece ni parece unívoco.
Al interior de cada relato, Gandolfo no repite estructuras ni modelos ni –menos que menos– busca una perfección de relojería. Por el contrario, los cuentos de Cada vez más cerca tienen la soltura, la libertad y la arborescencia de la literatura pensada como de largo aliento. A pesar del consenso sobre el perimetraje delimitado en la narrativa breve, Gandolfo convierte en virtudes la fluidez y la destreza. Las dieciséis historias del libro transmiten la sensación de que se van armando a la par que son leídas. Es decir, no hay cálculo ni programa en su escritura, sólo búsqueda.
En Cada vez más cerca conviven cuentos divididos en actos, como en “Más bien bajo, sonriente, diminuto”; monólogos breves y singulares en “Pequeños”; u otras estructuras realistas talladas con oficio, como sucede en el genial “Caballero estafador”, donde Gandolfo logra que un personaje obtenga carnadura y se asuma como escritor/contador para finalizar el relato. Salvo excepciones, el protagonismo no lo tienen los acontecimientos sino la voz –o diferentes voces– que van narrando, aunando retazos sueltos pero no dispersos. Es el caso de “Contagio lento”, donde la voz, una tercera persona omnisciente y vidente, hila interfases paralelas, los otros mundos que rondan y se entremezclan con el mundo cotidiano de avenidas céntricas, infidelidades, tristezas y culpas.
Entre Rosario, Buenos Aires y Montevideo (también se pueden sumar las breves excursiones a Córdoba) hay una línea invisible que marca el territorio Gandolfo. Es decir, la zona que habita y continúa poblando a través de su ficción. Los cuentos tienen como escenario este triángulo (o cuadrado) rioplatense y metropolitano. Los personajes caminan por la avenida 18 de Julio, cogen en el baño de un bar de Callao y Corrientes, son mutilados en la estación Tribunales, contemplan el “ríomar” del Paraná. Lo transitan con familiaridad, como si se supiesen parte fundamental del paisaje, como si afirmaran con su paso que toda geografía es social, hecha de modismos, léxicos y picardías. Esto se observa aun en “Grande”, donde a priori se culpa de los problemas de la urbanidad –y de la vida urbana– a la “existencia subterránea” de un organismo gigante y monstruoso. Sin embargo, en la prosa fantástica –en todas sus acepciones– de Gandolfo, estos problemas naturales –traducidos en mitológicos– pueden ser interpretados como el reverso del espejo de los hombres y mujeres que deambulan en la superficie.
En Ferrocarriles argentinos, uno de los libros de cuentos más festejados de Gandolfo, la figura del lector todoterreno sobresale del resto. En cambio, en Cada vez más cerca la figura descollante es la del escritor. Aparece –entre otros– en “Clasificación”, una cruza rara de drama bolañano con comedia rioplatense, entretejido por camaraderías, guiños y admiración entre colegas. O en “Los pasos en las huellas”, donde Gandolfo arma el magistral artilugio narrativo de colocar a un personaje espía (o cazador, como lo llama Osvaldo Aguirre en la contratapa) a contemplar y perseguir a un escritor –“ni alto ni enano”– que sirve de plafón para encubrir su yo biográfico-confesional.
Leídos ambos libros en retrospectiva, con dos décadas de diferencia entre uno y otro, da la sensación de que Gandolfo buscó –quizá inconscientemente– asentar una máxima. Primero se lee, después se escribe, parece decirnos desde el contenido de su obra, a contracorriente de las divisas discursivas que más circularon –y aún encuentran teclas para rebotar– en la última época.
En la presentación de la reedición de Ferrocarriles argentinos, en el 2007, Gandolfo supo decir que había “logrado la magia de ser considerado un gran escritor y que no me mencionen en ninguna lista”. Es en vano hablar de justicia cuando nos referimos a la literatura. Sin embargo, algo de eso sucedió con la reciente premiación de la crítica a Cada vez más cerca en la Feria del Libro como el mejor libro editado en el 2013. Además, en simultáneo, fue seleccionado para el Premio Konex como uno de los cincos mejores cuentistas del último quinquenio. Mientras tanto, sus lectores esperamos que Gandolfo aproveche el envión de los brindis y festejos para continuar su anunciada novela dividida en tres partes. Si es que de veras existe y no es otro de sus hechiceros cuentos.
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