A sangre y fuego, del español Manuel Chaves Nogales, vio la luz en Chile en 1937, con el escritor en el exilio. Sería rescatado en España muchos años después, en los noventa. En sus narraciones, al margen de cualquier bandería, realizó la crítica más descarnada y dolorida sobre la guerra.
› Por Ariadna Castellarnau
Hay un fenómeno dentro de la literatura que sucede con la escasa frecuencia con que se avistan cometas, pero que mantienen ese mismo poder de asombro: el descubrimiento de un autor que pasó inadvertido durante mucho tiempo y cuya obra cambia de alguna manera la órbita de nuestra experiencia. Son de esa clase de escritores que duele no haberlos leído antes y que lanzan una luz distinta sobre cuestiones éticas y estéticas que dábamos por sentadas. Este es indudablemente el caso del periodista Manuel Chaves Nogales –nació en Sevilla en 1897, murió en Londres en 1944–, del que sólo tenían noticia unos poquísimos intelectuales. La editorial Asteroide acaba de sacar su libro A sangre y fuego, otro eslabón en la cadena de homenajes y estudios que desde hace unos pocos años editores, escritores y críticos como Elvira Lindo, Félix de Azúa o Antonio Muñoz Molina le han dedicado al periodista sevillano.
“Yo era eso que los sociólogos llaman un ‘pequeñoburgués liberal’, ciudadano de una república democrática y parlamentaria”, dice en el prólogo del libro. Y con sólo leer estas palabras ya nos podemos imaginar lo mal que lo debió pasar el pobre Nogales en la España de la Segunda República, constituida por un gobierno republicano elegido democráticamente y formado por el Frente Popular y una amalgama de partidos políticos revolucionarios que veían la República como un paso intermedio hacia la dictadura del proletariado. Y lo que debió sufrir apenas un poco más tarde, cuando el bando sublevado se levantó contra la República. Fue entonces, con el país dividido en dos facciones y ante la urgencia de decidir de qué lado quedarse, cuando Nogales se negó rotundamente a participar en lo que llamó “el espectáculo de estupidez y crueldad que se enseñoreaba de España”.
“Yo he querido permitirme el lujo de no tener ninguna solidaridad con los asesinos: para un español quizá sea eso un lujo excesivo.” La acritud de estas declaraciones las traslada a su libro A sangre y fuego, compuesto por nueve historias que, según el propio autor, “no son cuentos a pesar de lo inverosímil de sus aventuras y sus inconcebibles personajes”. Chaves puso su inteligencia al servicio de los hechos y contó lo que había que contar, sin una sombra de retórica guerrera, sin maniqueísmo ni propaganda, basándose en perfiles humanos más que en perfiles políticos. Pero no sólo eso, también se atrevió a señalar antes que nadie la semejanza de la barbarie en un bando y el otro, anticipándose de alguna manera a aquello que Hannah Arendt llamó la banalidad del mal: “El hombre que encarnará a la España superviviente surgirá merced a esa terrible e ininteligente selección de la guerra que hace sucumbir a los mejores. ¿De derechas? ¿De izquierdas? ¿Rojo? ¿Blanco? Es indiferente. Sea el que fuere, será un traidor a la causa que hoy defiende”.
A quienes como Chaves no se reconocían como parte ni de un bando ni de otro, sólo les quedaba una opción: largarse. Porque si algo tenían en común republicanos y nacionales (por encima de todo el odio y la repulsión que se profesaban) eran el odio y la repulsión que profesaban hacia cualquiera que se negase a pertenecer a su causa. Nogales se marchó de España a finales de noviembre de 1936 y nunca más volvió. Su historia se parece a la de tantos otros exiliados: él y su familia se refugiaron en un piso de París hasta que la caída de Francia en 1940 y la llegada de los nazis obligaron a Chaves a huir a Inglaterra.
En Londres, Chaves colaboró para el gobierno británico, trabajó para el servicio latinoamericano de la BBC y escribió multitud de crónicas para medios internacionales. A esta época pertenece el libro A sangre y fuego, publicado por primera vez en Chile en 1937 y rescatado, décadas después, en 1994, por el editor y poeta español Abelardo Linares en uno de sus viajes a Latinoamérica.
A sangre y fuego es un libro duro, triste y revelador. Hay mucho sufrimiento en escena, pero también mucha ignorancia y crueldad: los anarquistas, los milicianos, los legionarios, los quintacolumnistas (como nombró el general franquista Mola a los civiles fascistas encargados de atacar por la espalda a los soldados republicanos), nadie se salva, todos son partícipes de la brutalidad, de la mezquindad y miseria moral. Pocos testimonios de guerra tienen el nivel de este libro: limpio de pasiones ideológicas, sobrio hasta el dolor.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux