La nueva novela policial del escritor checo Jirí Kratochvil refleja, a través de una trama de encierro y venganza, a un pueblo que vive el terror de los años más oscuros del estalinismo.
› Por Laura Galarza
El escritor checo Jirí Kratochvil (Brno, 1940) hizo todo tipo de trabajos mientras escribía: manejó grúas, fue telefonista y también vigilante nocturno de una granja avícola. Publicó su primer relato a los 24 años bajo el sistema Samizdat que hacía circular mecanografiadas y de mano en mano obras de autores prohibidos por el régimen soviético. “Durante todo este período de escribir sólo para el samizdat me di cuenta de qué era lo que perseguía con mi escritura. Gracias a la prohibición supe con seguridad que no quería escribir por dinero o fama”, asegura Kratochvil, que desde 1995 vive de la literatura y su obra ha sido ampliamente difundida y respaldada por Milan Kundera. Entre otros premios recibió el Tom Stoppard (1991) y el Jaroslav Seifert (1999), el galardón literario más importante de la República Checa.
La promesa de Kamil Modráèek, trascurre en Brno, durante los años ’50 en plena era estalinista. El protagonista es el arquitecto Kamil Modráèek, obsesionado con la promesa de vengar la muerte de su hermana perseguida por el régimen anticomunista. A su vez, él es interrogado por la seguridad nacional por haber diseñado una mansión con forma de esvástica para un oficial de la Gestapo y que, paradójicamente, se transforma en una de las joyas arquitectónicas de Brno. Lo primero que hay que destacar de Kratochvil es su capacidad de contar una de las épocas más negras de la historia checa de una manera irónica y cargada de un humor que deja al desnudo lo terrible. Porque Modráèek finalmente logra encerrar en una jaula dorada en el sótano de su casa al teniente Láska, supuesto responsable de la muerte de su hermana, y el mismo que cada quince días lo interroga en nombre de Seguridad Nacional. Pero a costa de mantener todo bajo control, se le complica. Y el arquitecto tiene que meter cada vez más gente en ese sótano, que en realidad son galerías subterráneas utilizadas por los alemanes para refugiarse durante la guerra (Brno está llena de ellas, verdaderos laberintos bajo tierra). Todos ahí, en el inframundo, llegan a ser una pequeña comunidad de lo más ecléctica que termina conformándose con vivir en “la jaula de oro”. De este modo, Kratochvil logra, en un interesante efecto espejo, retratar la vida cotidiana de un pueblo sometido que añora el mundo “de arriba”, y sin embargo no hace nada para zafarse. “Y aunque ese mundo es enemigo de la libertad de los seres humanos, es el mundo en que viven sus seres queridos, y allí crecen pinos, y castaños, y manzanos, y amapolas, y por el día luce el sol y por la noche se pueden ver las estrellas.”
Del otro lado de la trama aparece Dan Kocí, un carnicero que en sus horas libres trabaja como detective privado especialista en casos de infidelidad que resuelve mientras hace la posición del loto. El será el encargado de encontrar al teniente Láska. En el medio, aparecen personajes secundarios que condimentan la historia. Un ejemplo: el padre del arquitecto, que fue el primer traductor al checo de Nabokov y guarda el manuscrito del relato “Zdies govoriat po ruski” (“Se habla ruso”) que va a servirle a su hijo, decodificación de jugadas de ajedrez mediante, para saber cómo llevar a cabo su venganza. También el mismo Kratochvil aparece sobre el final como un personaje más, hablando de literatura: “Como que seas un escritor y no te leas esa novela, mejor que te dediques a otra cosa”, dice refiriéndose a Hijos de la medianoche, de Salman Rushdie (entre otras interesantes recomendaciones literarias que aparecen en el libro). Y para el final, un movimiento sobre el tablero, un as en la manga que mantiene al lector hasta último momento removiéndose en su silla: salto en el tiempo, y aparece la hija de Láska para contar lo que hasta ahora no se vio.
Sin dudas, lo que hace que una trama desopilante se vuelva creíble es la manera en que está contada. Y Kratochvil maneja con audacia la estructura del policial, logrando una novela ágil y bien escrita, de ritmo sostenido, con uso de múltiples registros narrativos y trabajada en capítulos cortos que motivan a seguir leyendo. Jirí Kratochvil ya había sido editado por Impedimenta en 2010 con la novela, En mitad de la noche un canto (1992), parte de la trilogía integrada también por La novela del oso (1990) y Avion (1995). “Cuando era un niño llegó a Brno un mago. Quise ir a verlo y quedé hechizado con sus trucos de tal forma que esa experiencia me ha acompañado toda la vida. Después de aquello pensé que sería escritor o mago. El tiempo me demostró que no tenía dotes para la magia, así que no me quedó otra que ser escritor.” Se podría decir que en La promesa..., Kratochvil hace magia. Pero no en el sentido de los trucos –bien lejos de ellos–, sino por esa capacidad que tienen los buenos magos de introducir al espectador con un solo movimiento, imperceptible, en otra realidad y mantenerlo atento. ¿Acaso los perseguidos no somos potenciales perseguidores? ¿En qué nos convertimos cuando ni siquiera luchamos por nuestra libertad? Preguntas que, mientras hace magia, susurra Kratochvil pegado a la oreja del lector.
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