El Mundial 94 fue el más dramático para los argentinos, del control antidoping al “me cortaron las piernas” de Maradona. Los periodistas Alejandro Wall y Andrés Burgo reconstruyeron la trama y los intereses de aquella catástrofe en una investigación minuciosa y apasionante.
› Por Angel Berlanga
Iba para hazaña y terminó en drama nacional. Veinte años atrás, después de ganar la Copa del Mundo en México ‘86 y de caer en la final ante Alemania en Italia ‘90, después de una suspensión por doping y de un par de intentos de retorno al fútbol sin demasiado brillo, Diego Maradona estaba otra vez en forma para el comienzo del Mundial de Estados Unidos, 1994. Ah, qué hermosura aquellos dos partidos de arranque, el 4 a 0 a Grecia, el 2-1 ante Nigeria. Alrededor, todos parecían bastante matungos. Que Argentina estaba para campeón era un pensamiento predominante, porque el equipo era el más vistoso del torneo: Redondo, Balbo, Batistuta, Caniggia, Ruggeri, Simeone, Islas en el arco. ¡Y el Diego! Aquel zurdazo al ángulo griego después de una serie de toques de relojería, aquel aguante hasta el final contra los nigerianos, que no le podían quitar la pelota. Al final de ese partido se lo veía feliz, de la mano de Sue Carpenter. Va al muere, pero no lo sabe. O eso parece. El técnico Alfio Basile lo semblantea mientras va camino al control antidoping, y luego, cuando sube al micro que los llevará al hotel: nada raro. Pura fiesta.
La escena de la enfermera rubia junto a Maradona es emblemática y parece sintetizar ese Mundial para los argentinos futboleros: en perspectiva, contiene unos cuantos pares opuestos. La dicha que antecede a la tempestad. Se le pueden sumar un par de escenas más: algo antes, la gloria, el festejo a cámara tras su último gol con la camiseta argentina, un desahogo furibundo; algo después, cuando las cartas ya estén jugadas, una de sus frases más recordadas, que contribuye al título de este libro: Me cortaron las piernas. La potencia de la frase y del personaje, de los sucesos que condensan estas tres imágenes, condujo a los periodistas Andrés Burgo y Alejandro Wall a reconstruir toda esa historia, a componer a través de testimonios y hechos, contextos y argumentaciones, la trama, los intereses y la deriva de aquellos días en Boston, Dallas y Los Angeles. Más hacia atrás, cuando la selección de Basile perdió 5 a 0 contra Colombia y se recurrió a Maradona para jugar el repechaje contra Australia. Y más hacia adelante, cuando se conoció la sanción para el ídolo, retirado de la competición por el propio Julio Grondona, presidente perpetuo de la AFA, que en ese momento también orejeaba sus naipes en la FIFA. Especializados en deportes, estos dos periodistas vienen a mostrar las partes sumergidas del iceberg, su relación con lo más visto, con una investigación que sitúa personajes, roles, momentos de encrucijada, secuencias, contradicciones, vacíos legales y reglas que pueden ser flexibles o inflexibles.
Los autores apuntan que entrevistaron a decenas de personas, y que la mayoría pidió confidencialidad. Maradona se excusó de hablar con ellos. El caudal de detalles impresiona: establecen, por ejemplo, la secuencia de cómo y quiénes se fueron enterando de la noticia catástrofe, su onda expansiva. O de qué cinco estrategias se pusieron en marcha para procurar que zafara. “El doping de Maradona fue siempre un rompecabezas –anotan casi al comienzo–. Al recoger cada pieza y encontrar otras que hasta ahora permanecían escondidas queda expuesta la catarata de mentiras y excusas que salieron de todas partes. Se caen mitos y se revelan oscuridades. ¿Por qué no hubo control antidoping en el repechaje contra Australia? ¿Quiénes entraron a revisar la concentración de Argentina en Boston el día previo al partido contra Nigeria? ¿Se le hizo a Maradona un control preventivo antes de ir al Mundial? ¿Era habitual que una enfermera buscara a los jugadores en el medio de la cancha? ¿Cómo surgió el pretexto de las gotas nasales para explicar el doping? ¿Cómo llegó la efedrina a la orina de Maradona? ¿Hubo sólo efedrina? ¿Qué ocurrió durante la contraprueba en Los Angeles? ¿Por qué la FIFA no le otorgó el derecho a una legítima defensa? ¿Existió una promesa de protección que se quebró? ¿La FIFA traicionó a Diego?” Durante la contraprueba, cuentan, uno de los médicos del plantel, Roberto Peidro, detectó una irregularidad de protocolo y quiso declararla nula, pero por orden de la AFA el reclamo ni se presentó. Alguna información vital, sugieren, seguiría en las sombras de las cajas fuertes de Grondona y de Joseph Blatter, actuales capos de la FIFA: hasta ahí, Wall y Burgo, no accedieron.
Cinco mil años atrás en China ya se usaba una hierba llamada ma huang para atender algunos problemas respiratorios. Veinte años atrás, cuando la FIFA suspendía a Maradona, aparecía una palabra desconocida para casi todos: efedrina. Es un compuesto activo de aquella planta y una de las sustancias reglamentariamente prohibidas para competir en el Mundial. En aquel momento la NBA permitía su uso: ahora ya no. En Estados Unidos era, por entonces, un suplemento de venta libre. Daniel Cerrini, el dietólogo fisicoculturista de Maradona, lo empastillaba a conciencia. Fue un factor más en el realce físico de Maradona: lo otro fue su sacrificio para entrenarse, su motivación por ser otra vez el capitán argentino en una copa del mundo, su talento fuera de serie. Un rato antes de que le llegara la noticia del doping positivo logró, durante un entrenamiento, alcanzar una cota de plasticidad que había tenido en México ‘86. Pesaba menos que ocho años atrás, incluso. Cerrini no formaba parte de la delegación oficial y nadie controlaba demasiado qué le daba. En todo caso, no parecían preocupados por el resultado del control. Eso sí, corría como en sus mejores épocas. Como en el repechaje en Sydney, contó mucho después, cuando aprovecharon que no había antidoping para tomar un “café veloz”: “Maradona ventiló que en Australia se la pasó caminando hasta las ocho de la mañana del día siguiente al partido”. No podía dormir.
Que El último Maradona se lea de un tirón se debe a la riqueza de los materiales reunidos y a la potencia del tema, pero también a la plasticidad para entreverar con fluidez y hasta toques de humor un gran caudal de información, con muchos personajes involucrados, una puesta en escena que no olvida a la política (pleno menemismo, reforma constitucional para habilitar la reelección, raquitismo del Estado) y un tono que no endiosa ni crucifica a un protagonista recontramitificado (aunque entre líneas se intuye el afecto por Maradona). De arranque los autores anticipan que buscaron la mayor cantidad de certezas y que no alcanzaron a despejar todas las dudas: a veces hay más de una versión, algunos caminos están cerrados. “El fútbol es uno de los mundos preferidos por el silencio –anotan–. Y cuando no hay silencio, hay mentiras.” Dentro de cinco mil años, si es que hay alguien todavía por acá, y si ese alguien se interesa por esta época y por este juego, acaso le eche una mirada a la historia del ídolo de las piernas cortadas. ¿Trascenderá lo que había en las cajas fuertes? Algo más cerca en el tiempo, late la esperanza de la epopeya de Messi en Brasil. Otra película que está por empezar. “El fútbol –escriben Wall y Burgo–, ese todo, esa nada.”
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