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Domingo, 13 de abril de 2003

RESEñA

El Gran Interpretador

TU ROSTRO MAÑANA/ 1. FIEBRE Y LANZA
Javier Marías
Alfaguara
Madrid, 2002
476 págs.

POR RODRIGO FRESAN
De paso por Barcelona para recoger un premio otorgado por un jurado de escritores a Fiebre y lanza –primera parte de la novela-díptico Tu rostro mañana– Javier Marías se hizo de tiempo para dialogar con sus lectores y alumbrar algunas claves de su obra.
Se sabe que Marías (Madrid, 1951) comenzó a publicar con éxito a los 18 años –por lo que se considera “más veterano que mayor”– y, lo dijo allí, casi desde el vamos le entusiasmó la figura del intérprete y testigo de la realidad que lo rodea para, enseguida, poder convertirla en historia digna de ser comprendida. El intérprete como narrador/mirada que ya había despuntado en El hombre sentimental (en la figura de un cantante lírico, un intérprete de óperas), en Todas las almas (un académico interpretador de la Historia), en Corazón tan blanco (un traductor e intérprete de profesión), en Mañana en la batalla piensa en mí (un “negro” o “escritor fantasma” a sueldo de otros) y en Negra espalda del tiempo (el propio Javier Marías como interpretador de las leyendas alrededor de sus libros y de su persona pública).
En Fiebre y lanza, Marías lleva todo el concepto a su faceta más extrema y, al mismo tiempo, inevitable: el espía como intérprete. Aquí Jaime o Jacobo o Jacques Deza –el narrador de Todas las almas– regresa a Oxford huyendo de las ruinas de un divorcio y allí, luego de un encuentro con un viejo y querido profesor (Frank Wheeler) es reclutado por un misterioso invitado a una cena (Bertam Tupra) como interpretador de élite para un grupo secreto alguna vez responsable de la creación del MI6 y que ahora busca y encuentra hombres con la capacidad de interpretar rostros con un sistema muy diferente al de Lombroso. Tupra y los suyos leen el futuro en las caras del presente –en los rasgos del ahora– y se encargan de dictaminar si en ese hombre o en aquella mujer anida ya el germen de la traición que inevitablemente llegará. Tupra está seguro de haber encontrado en Deza a uno de sus mejores hombres a la hora de esclarecer lo que define como “el estilo del mundo”. De los usos y propiedades de este don o estigma, de la investigación de este “estilo” y de la iniciación de Deza en el oficio de leer personas se ocupa una novela con modales definitivamente y afortunadamente inclusivos. Marías –al igual que Henry James en sus últimas obras– aspira a contar el mundo entero en una comida, revelar toda la naturaleza humana en una conversación o intuir una conspiración en el trazo una ceja que se enarca.
Marías quiere contar todo y lo consigue, por más que –en el primer párrafo del libro– parezca advertirnos de exactamente lo contrario. Allí leemos: “No debería uno contar nunca nada, ni dar datos ni aportar historias ni hacer que la gente recuerde a seres que jamás han existido ni pisado la tierra o cruzado el mundo, o que sí pasaron pero estaban ya medio a salvo en el tuerto e inseguro olvido. Contar es casi siempre un regalo, incluso cuando lleva e inyecta veneno el cuento, también es un vínculo y otorgar confianza, y rara es la confianza que antes o después no se traiciona, raro el vínculo que no se enreda o anuda, y así acaba apretando y hay que tirar de navaja o filo o cortarlo”.
Así, Fiebre y lanza se nos presenta –en su primera parte– como la teoría de una práctica que, cabe suponerse, llegará con su continuación ycierre. Mientras tanto y hasta entonces, he aquí un verdadero y exhaustivo tractat –con saltos al pasado de la Segunda Guerra Mundial y a la Guerra Civil Española– acerca del modo en que se construyen las infamias y sobre cómo hacer para contarlas para, recién entonces, acceder a la redención de comprender las acciones que motivan semejantes actos y a –partir de la decodificación del mañana en los rostros de hoy– poder anticipar próximas monstruosidades.
Fiebre y lanza, cabe advertirlo, no es una “novela de espionaje” en el sentido más clásico y obvio del género –por más que aquí se espíe más que en una novela de Ian Fleming, a quien Marías homenajea en un tramo de la novela–; pero sí es una “novela de espías”, entendiendo a la mirada/personaje como el más dedicado e inteligente de los miembros de todo organismo de inteligencia. Deza –como el Marcel proustiano, ese investigador de las oscilaciones entre lo que fue y lo que será– mira y escucha y saca conclusiones y ata cabos y los enreda y los anuda. Libro “de personajes” y novela “de ideas” girando alrededor del minué triangular e intelectual que bailan Deza y Wheeler y Tupra, Fiebre y lanza recuerda en diferentes momentos a clásicos de la novelística de amistad viril traicionera y traicionada entre aprendices y maestros como El buen soldado, El gran Gatsby, La llave de cristal, El largo adiós o los varios títulos del especialista en la cuestión Graham Greene: El tercer hombre o El americano impasible o El factor humano. Tramas en las que –se presiente desde el principio, habrá que esperar hasta el final– alguien saldrá lastimado pero con el consuelo de vivir para contarla.
Javier Marías ha enredado y contado su “regalo” en un libro que, por el momento, se conforma y nos conforma con ser media gran novela a la espera –como sus lectores e intérpretes del futuro a partir de los rasgos del presente de estas páginas– de su otra gran mitad que la corte con el golpe y el filo final y definitivo de una navaja.

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