En 1949 hacía tres años que Hannah Arendt estaba en Estados Unidos. Antes había sido refugiada en París y prisionera en un campo de concentración. Ese año, en un bar de Manhattan, conoció a la escritora Mary McCarthy, un poco menor que ella y con una vida menos azarosa, pero una valentía y libertad de pensamiento similar. La amistad entre ambas quedó reflejada en casi cuarenta años de correspondencia recopilada en Entre amigas (Lumen), donde las mujeres se unen para enfrentar a los críticos insidiosos, chusmean, se corrigen sus artículos y novelas, hablan de amor y de la a veces ingrata vida familiar y, sobre todo, dejan testimonio de una amistad femenina única entre dos mujeres brillantes que, cada una desde su lugar, fueron grandes protagonistas de siglo XX.
En Hannah Arendt, la película de Margarethe Von Trotta estrenada a fines del año pasado, se ve a la filósofa alemana nacida en 1906, quien fuera amante y discípula de Heidegger, conversar en su living, animosamente, con una mujer. Esa mujer, en la vida real de Arendt, fue Mary McCarthy. La que se toma un avión de París a Escocia el 5 de mayo de 1974, cuando Arendt ya viuda, y a poco de morir, sufre su primer ataque al corazón. Mary McCarthy (EE.UU., 1912-1989) es considerada una de las escritoras más comprometidas del siglo XX, crítica de su época, militó desde las letras contra la guerra de Vietnam y Nixon. Mantuvo con Arendt un vínculo duradero y constructivo, “que se profundizó hasta un grado que no tiene equivalente entre los intelectuales modernos”, escribe Carol Brightman en la introducción a Entre amigas, compilación de la correspondencia Arendt-McCarthy desde que se conocieron en 1949 –cuando Mary tenía 37 años y Hannah 43– hasta la muerte de Arendt, en 1975. Ahora, el libro, publicado por Lumen en 1999 y hasta hace poco imposible de encontrar, vuelve a las librerías con una renovada edición.
Al momento de conocerse, Arendt hacía tres años que había llegado a Estados Unidos, tras dejar Alemania en 1933, cuando la persecución nazi estaba en los comienzos y dispuesta a no ser parte de la “adaptación al régimen” que argumentaban incluso sus amigos más cercanos, como Heidegger y Leo Strauss. Arendt pasa siete años refugiada en París, hasta que la envían a un campo de concentración, del cual logra escapar a los pocos días. En EE.UU. se casa por segunda vez con Heinrich Blücher (su fiel compañero hasta la muerte), trabaja como traductora, y para cuando conoce a McCarthy, sus artículos aparecían en Commentary y Partisan Review. Por su parte, McCarthy, recién separada de su segundo marido (tendrá cuatro), el famoso crítico literario Edmund Wilson (con quien tuvo su único hijo, Reuel Wilson), ya tenía dos libros publicados, The Company She Keeps (1942) y Míralo fríamente (1944), y era docente en el Bard College.
En aquel primer encuentro en el Murray Hill Bar de Manhattan, las dos mujeres no estaban solas. Era una reunión y la gente hablaba del maltrato francés a los alemanes que ocupaban París. McCarthy, irónica, dijo, que “lo lamentaba por Hitler, porque era un hombre tan absurdo que hasta deseaba el amor de sus víctimas”. Dicen que Arendt se dio vuelta y enfurecida le dijo cómo se atrevía a hablar así frente a alguien “que ha estado en un campo de concentración”. Un tiempo más tarde, se encontraron en una estación de subte, Arendt se acercó y le dijo: “Terminemos con esta tontería. Pensamos de forma muy parecida”. Y le escribió a McCarthy la primera carta de una larga correspondencia el 10 de marzo de 1949: “Acabo de leer The Oasis y debo decirle que es un libro delicioso. Usted ha escrito una verdadera obrita maestra”.
Ya para 1951, la correspondencia se hace fluida, y es ahora McCarthy la que elogia: “He pasado los últimos quince días absorbida por la lectura de tu libro (Los orígenes del totalitarismo), lo leía en la bañera, en el automóvil, haciendo cola en la tienda. Constituye un avance del pensamiento humano de por lo menos una década”. En esa misma carta, aparece lo que será un sello: la hermandad ante la crítica. “Las objeciones hipócritas de David Riesman me parecieron terriblemente estúpidas; creo que no entendió casi nada del libro ni de su construcción, que es magnífica.” Con las cartas –que a veces cruzaban el océano, porque ambas viajaban por placer y trabajo– enviaban manuscritos que se devolvían marcados con detalladas justificaciones. El 8 de diciembre de 1954, Mary escribe: “Mi novela (Una vida encantada) avanza, pero tus reproches imaginarios han sido tan eficaces que la he vuelto a escribir”.
McCarthy resultó una correctora de lujo para Arendt en el uso del inglés, ya que era su tercera lengua después del alemán y el francés. Cuando el mundo judío cae sobre Arendt por su Informe sobre el juicio a Adolf Eichmann (publicado en The New Yorker en febrero y marzo de 1963) y su polémico concepto sobre “la banalidad del mal”, Mary le advierte en la carta del 9 de junio de 1971, que se había “descuidado con el lenguaje” al emplear la palabra thoughtlessness aludiendo a la incapacidad de Eichman para pensar. “Me parece un error pretender darle a una palabra, clave en un ensayo, un sentido que no es el que habitualmente tiene (...) la diferencia entre lo que denominas thoughtlessness y lo que designas como estupidez no me resulta evidente.” Es que, en inglés, thoughtlessness define algo parecido al descuido o a la distracción antes que a la traducción literal del no-pensamiento. La comunidad judía acusó a Arendt de insinuar que los Consejos Judíos habían acatado las exigencias de los nazis entregando los nombres de los miembros de sus organizaciones. En la carta del 20 de septiembre de 1963, Arendt cuenta cómo su amigo Lionel Abel (rabino y poeta a quien más adelante Sartre calificaría como “el hombre más inteligente de la ciudad de Nueva York”), “anda por la ciudad diciendo calumnias sobre mí y sobre Heinrich”. “Preocupada como estoy, no creo que pueda seguir conservando la cabeza fría y no estalle.”
En paralelo a esta controversia, McCarthy publica El grupo, su novela de mayor éxito editorial y que le llevó once años escribir, basada en su experiencia como estudiante en el prestigioso Vassar College (en 1957 ya había escrito Memorias de una joven católica). “Me encanta verte en la lista de libros más vendidos y que ganes mucho dinero”, le escribe Hannah. Pero Norman Mailer la criticó comparándola con una novela para “mujeres que leen revistas femeninas”. A raíz de esa reseña, Mary escribe el 24 de octubre de 1963: “Me siento traicionada por la gente del New York Book Review. Me resulta extraño que personas que se supone son mis amigos le encarguen la reseña a alguien que es declarado enemigo mío”. En esa misma carta, y en referencia a los ataques a Arendt (en The New York Times el juez Michel Musmanno la había acusado de defender a la Gestapo y de calumniar a las víctimas judías), McCarthy escribe: “Me siento doblemente dolorida, por ti y por mí, y me produce mareos. Es como una puerta giratoria en la que una queda atrapada, sin salida, y en esta visión múltiple –como una imagen de Picasso– no tienes otra mejilla que ofrecer”. Mary instó a su amiga a refutar las acusaciones, a “defender sus ideas”. Hannah le respondió: “No hay ‘ideas’ en este Informe. Sólo hay hechos y algunas conclusiones”, y se mantenía firme en no responder a quienes llamaba “la turba intelectual”. Finalmente, en enero de 1964, Arendt hizo un descargo de doce páginas en Partisan Review.
En enero de 1960, Mary deja a su tercer marido (“Me estoy aburriendo a muerte, salvo cuando escribo 10 horas por día”) y se casa con el diplomático Jim West, con quien se instala definitivamente en París: “Nunca me sentí tan cómoda con un hombre, tanto me imagino, como cuando era jovencita, sola dentro de mi piel”. A Hannah la impacientaba que Mary se volviera a casar y creyera en el amor de una manera que a ella le parecía ingenua. Y en mayo de ese mismo año, a raíz de una violenta escena de celos que West le hace a McCarthy –pasajes como éstos se leen como maravillosos cuentos cortos– le escribe: “Por favor, no te engañes, ningún hombre se ha curado jamás de nada, rasgo de carácter o hábito por una simple mujer, por más que todas las chicas crean precisamente que pueden lograrlo”. West tenía tres hijos que pasaban temporadas en casa de McCarthy, que solía quedarse sin niñera, no podía escribir y se ponía de pésimo humor. En la carta del 29 de septiembre de 1971 cuenta cómo se la agarra con el marido: “Jim es el blanco de unas flechas envenenadas con pócima Women’s Lib (se refiere a “liberación femenina”) que le arrojo yo por la ausencia de María”.
Por otra parte, los comentarios graciosos y cómplices sobre libros y autores funcionan como una guía acerca de qué y cómo se leía en ese momento. “¿Has leído El tambor de hojalata, de Gunther Grass? Creo que el ‘vuelo épico’ es un error, un pecado de vanidad.” (McCarthy, 28/11/62). “Estuve leyendo durante semanas La forcé des choses, de Beauvoir, me servía de pastilla para dormir.” (Arendt, 2/4/65). Y los chismes –cortos y al pie– que bien podrían igualarse a un intercambio de whatsapp de hoy: “Estuve con Margaret Mead, un monstruo, y Marianne Moore, un ángel” (20/6/60). “¿Qué se sabe de Susan Sontag? Cuando la vi la última vez, contigo en casa de los Lowell, era evidente que procuraba seducirte.” (McCarthy, 19/11/67). “Capote es muy desagradable, pretencioso y vulgar.” (Arendt, 28/5/68).
“Estuve en Friburgo y volví a casa muy deprimida. Súbitamente, Heidegger se ha puesto viejísimo, está muy cambiado con respecto al año pasado, muy sordo, lejano, inabordable, como nunca antes lo había visto. Desde hace semanas estoy rodeada de personas viejas que de pronto se han vuelto muy viejas”, escribe Hannah el 22 de agosto de 1975, antes de sufrir otro ataque al corazón el 4 de diciembre de 1975. Murió instantáneamente, en su departamento de Riverside Drive. En su máquina de escribir quedó una hoja en blanco para comenzar la tercera parte de La vida del espíritu. Tras su muerte, McCarthy abandona su novela Caníbales y misioneros para editar a su amiga durante tres años. “Sé que está muerta, pero a la vez sé que está aquí, en este cuarto, escuchando estas palabras mientras las escribo, asintiendo acaso con un mohín reflexivo, acaso ahogando un bostezo”, dice McCarthy en el Epílogo. Se habían visto por última vez a fines de 1974, cuando Hannah viajó a París para pasar juntas la Navidad. Un tiempo antes cerraba una carta: “Mary, escríbeme si no es demasiada molestia. Un poco de charla inteligente me haría muchísimo bien.”
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