Domingo, 6 de julio de 2014 | Hoy
En el título de este libro de Joselo Rangel está todo dicho o, al menos, bien resumido: crónica, escenas de la vida de un rockero mirada desde adentro y la historia de un grupo que supo abrirse paso con identidad en un mundo ya globalizado como Café Tacvba. Así, Crócknicas de un tacvbo arma un atractivo combo donde se homenajea a Bradbury y se habla de una vida más bajada a tierra de lo que podría suponerse en una “estrella continental”.
Por Juan Andrade
Pudo haber sido un cuento, pero terminó siendo una canción. Los apuntes que se acumulaban en el cuaderno de borradores de Joselo Rangel se nutrían de una sucesión de imágenes inquietantes: un plato volador traza una línea de humo sobre el cielo y, apenas unos segundos más tarde, se estrella contra un cerro, dejando a varios cadáveres de extraterrestres expuestos a los picotazos de una bandada de aves carroñeras. Le dio vueltas a la idea, que no terminó de cuajar. Y la abandonó por un tiempo. Hasta que Café Tacvba empezó a trabajar en lo que sería El objeto antes llamado disco. Entonces retomó la materia prima de aquel relato, pero con la guitarra como herramienta. Así terminó de darle forma a una de las gemas que brillan con mayor intensidad en el último álbum de la banda. El tema es “Zopilotes”, como se conoce en México a los buitres de plumaje negro y cuello y cabeza grises que patrullan las alturas desde los tiempos de los aztecas. “No temen la diferencia /al contrario, la veneran”, los describe la letra en el instante de hacerse con su botín.
La anécdota fue narrada por el propio Joselo frente al público que asistió a la presentación de Crócknicas de un tacvbo en la última Feria del Libro de Buenos Aires. Y, al igual que el libro en cuestión, sirve para asomarse a la relación íntima que sostienen la música y la literatura en su vida y en su obra. Basta con recordar un par de temas de su autoría que marcaron a fuego la discografía de Café Tacvba desde sus inicios: tanto “María”, incluida en el disco debut, como “Esa noche”, pieza clave del consagratorio Re, llevan en su ADN la fibra melódica que conecta a la tradición popular con el pulso contemporáneo, pero también la vena narrativa característica de sus letras, que disponen al escenario y los protagonistas para resolver, en unas pocas estrofas rematadas por un estribillo memorable, la tríada introducción, nudo y desenlace.
Según repite en las entrevistas, la escritura y la música son para él “artes inseparables”. No parece casual entonces que, desde hace siete años, el guitarrista y compositor haya comenzado a publicar una columna semanal en el diario mexicano Excelsior. Son las “Crócknicas marcianas” que entrega puntualmente cada jueves antes de las dos de la tarde y que aparecen publicadas al día siguiente en las ediciones en papel y online del periódico. Con un leve retoque (la “ck” incrustada para aludir a su lugar de pertenencia), el título es un homenaje al clásico volumen de relatos de Bradbury. O sea, una de las principales influencias literarias que, como también deja entrever la historia de los zopilotes, atraviesan su galaxia creativa de una punta a la otra. Originalmente publicado en su país natal en 2011, Crócknicas de un tacvbo llega a las librerías argentinas con un prólogo del periodista Humphrey Inzillo y una decena de piezas agregadas, que se ocupan de su vínculo personal o artístico con referentes locales como Babasónicos, Gustavo Cerati, Charly García y Luis Alberto Spinetta.
Discos, recitales, libros, películas, viajes y tecnología, pero también el paso del tiempo y las relaciones humanas son los ítem que actúan como disparadores de sus columnas. Los textos que integran la compilación tienen algo de la fluidez de las buenas crónicas, la calidez de un diario íntimo y el vértigo de un cuaderno de bitácora. En todo caso, permiten una aproximación a una estrella de rock continental –rol del que se desmarca con elegancia e ironía– muy distinta de la que habilitaría una autobiografía típica. La primera persona que emplea Joselo es más la de un testigo privilegiado que la de un protagonista excluyente de los recuerdos, experiencias, anécdotas y hechos que narra. Así nos enteramos de la energía adictiva que siente un rockero al subir a un escenario, pero también de las dificultades para dormir y hasta para ir al baño que lo persiguen en las giras. También describe la impresión que le produce escuchar lo nuevo de los White Stripes o despide con un sentido obituario a su admirado J. G. Ballard; pinta desde diferentes perspectivas los cambios de formatos y costumbres operados en los consumos musicales; se cuelga hablando de películas o recomienda documentales; discute la idea de original y de copia en la cultura contemporánea; y hasta se burla (y no tanto) de la preocupación que comparte con algunos colegas frente a una eventual pérdida masiva del cabello.
La historia de Café Tacvba aparece reflejada al derecho y al revés: desde los primeros ensayos en un cuarto de la casa paterna de los Rangel en Ciudad Satélite, hasta el show que dieron para 60 mil personas en el Foro Sol del DF. Pero Joselo también se muestra como hijo, hermano, pareja y padre, compartiendo una serie de vivencias y recuerdos íntimos, que abren una ventana pública a su mundo privado y terminan de configurar su propia imagen tanto o más que sus creaciones y preferencias musicales. Como melómano que es, no sólo no cae en la tentación del esnobismo, sino que además confiesa que se emocionó al asistir a la escala mexicana de la gira de Roger Waters con The Wall o que lloró al presenciar por primera vez un concierto de los Pixies en el festival Coachella. Profundo conocedor de su oficio, en otras páginas Joselo suelta como al pasar párrafos que destilan una sabiduría casi ancestral: “Hay gente que no me entiende cuando hablo de Canciones (con mayúscula). La Canción es lo que queda cuando quitas los arreglos y dejas pelona la melodía acompañada con un instrumento, que puede ser piano o guitarra. A veces no es necesario acompañarla de nada, a capella ya suena bien. Tan sencillo parece que cualquier persona puede tocarla y cantarla. Lo difícil es componerla”.
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