Yehoshua Kenaz pertenece a una segunda generación de escritores posteriores a la constitución del Estado de Israel. En este primer libro traducido al castellano cuenta la historia de una no tan encantadora mujer en su ingreso a la tercera edad.
› Por Juan Pablo Bertazza
Cuando el año pasado la literatura israelí tuvo su homenaje en la siempre influyente Feria del Libro de Guadalajara, muchos escritores y periodistas culturales se pusieron a indagar cuál es la característica que mejor define a la literatura hebrea. El desafío era, quizás, aun más complejo que con otras literaturas extranjeras contemporáneas, por el vertiginoso ritmo con que se vienen sucediendo los acontecimientos en Israel y la imposibilidad de pensar en términos de grupos homogéneos. De hecho, la última generación literaria fue la del Palmaj (nombre tomado de aquellas fuerzas de defensa independentistas), conformada por escritores que vivieron la Guerra de la Independencia y que, incluso, sirvieron en algunos casos al Palmaj. El tema excluyente de su literatura es la creación del Estado de Israel y la Guerra de la Independencia, poniendo permanentemente en foco el individualismo en clara pugna con la creación del Estado. S. Yizhar, Hanoch Bartov, Haim Gouri, Benjamin Tammuz y Avigdor Hameiri son los más claros representantes de esta generación cuya escritura está netamente identificada con el realismo social.
En la actualidad, en cambio, existen autores israelíes dispersos y con trayectorias y búsquedas personales que tuvieron éxito internacional, sobre todo a partir de la década del sesenta. Abraham Yehoshúa, Amós Oz, David Grossman y Arón Appelfeld son algunos de los narradores más destacados de los últimos tiempos. Su literatura tiende a la creación de ficciones que –en su mayoría y no siempre directamente– se refieren a la breve historia del Estado, aunque haciendo también hincapié en las ancestrales raíces del pueblo judío. La diferencia es que casi siempre se alejan del realismo característico de la generación del Palmaj.
Además de tener más o menos la misma edad, el escritor Yehoshua Kenaz se encuentra bastante cerca de ese grupo aunque mantiene también algunas diferencias. A pesar de ser también un escritor multipremiado en el ámbito de la literatura hebrea, y de que es bastante conocido en Francia –no sólo por su graduación en La Sorbona, sino también por haber traducido a muchos clásicos franceses como Proust, al hebreo–, Kenaz mantuvo por alguna razón un perfil mucho más bajo que la mayoría de sus contemporáneos.
Entre una fuerte presencia de la figura del padre como personaje más destacado de sus libros, y una voz infantil que comanda muchos de sus relatos, su libro más conocido es Momento musical (1980), aunque la primera novela que se tradujo recientemente al español es El retrato de la señora Moskowicz, donde Kenaz se preocupa nada menos que por la tercera edad. La novela indaga en aquellos recovecos tan inesperados como sutiles donde pueden sentirse los ecos inesperados del conflicto con Palestina. Otros intersticios para dar cuenta de un conflicto que parece no tener fin y que tiene sus páginas aseguradas en todos los diarios del mundo. El escenario es un hospital de rehabilitación donde cae Yolanda Moskowicz luego de una operación de las piernas que le hará perder, gradualmente, autonomía. Separada, débil y sobre todo muy desconfiada, esta ex profesora de francés con sobrepeso y algo de dinero para hacer valer su autoridad, deberá enfrentarse con algunas enfermeras que, aparentemente, intentan matarla y un grupo de internos que parecen dividirse entre sus servidores y sus enemigos.
“Como una puta vieja ante su última chance”, se define a sí misma la señora Moskowicz en sus permanentes revelaciones ante el espejo del hospital. Y esa última chance tiene múltiples sentidos: el de sobrevivir a una institución donde las enfermedades mentales se confunden con las físicas, y todos parecen esconder sus verdaderos propósitos, el de volver a su departamento aunque eso pueda querer decir quedar prisionera de su propia libertad, o bien animarse a los últimos estertores de seducción. En ese sentido, son varios los hombres que –cada uno fiel a su estilo– se disputan el amor de Yolanda: León manejando su silla de ruedas y el artista plástico Lazar Kogan decidiendo hacer un retrato de Yolanda que, a diferencia del de Dorian Grey, no toma vida propia pero sí acelera, quizás, el proceso de envejecimiento de la mujer.
El retrato de la señora Moskowicz es todo un acontecimiento literario. No sólo por ser la primera novela traducida al español de uno de los autores más importantes de la actual literatura hebrea, sino también porque habla de la vida después de la vida y es, al mismo tiempo, una metáfora sutil sobre esa vida en permanente conflicto
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