Dom 30.11.2014
libros

TIERRA DE FANTÁSTICO

En medio de un panorama más que auspicioso para la literatura fantástica, que crece en público popular pero también en la respetabilidad de las antologías, Karen Russell es más que una joven promesa, y trae un aire fresco de la mano de una relectura latina que incluye a García Márquez, Borges, Rulfo y Cortázar. Vampiros y limones es una colección de cuentos que busca equilibrar innovación, tradición, clasicismo y riesgo.

› Por Mariana Enriquez

A los 32 años, Karen Russell es una gran favorita de la crítica y los premios en Estados Unidos –y, en consecuencia, es una de las escritoras con mayor proyección internacional del momento–. En 2012, su primera novela, Tierra de caimanes, fue finalista del Pulitzer; el año pasado se ganó la beca MacArthur Fellows, un premio también conocido como “De los Genios” –no es exclusivo para escritores y lo ganaron antes Errol Morris, Cormac McCarthy, David Foster Wallace y Susan Sontag, por ejemplo–; y el New Yorker la eligió como una de las mejores escritoras de menos de 40 años del país. El entusiasmo por la extraña ficción de Karen Russell es abrumador y viene acompañado de una nueva respetabilidad para la literatura fantástica: entre antologías definitivas de cuento “raro” como The Weird, de Ann y Jeff VanderMeer –que en unas mil páginas reunió por primera vez en un solo volumen a Leonora Carrington, Borges, Neil Gaiman, Mercè Rodoreda, George R. R. Martin y Dino Buzzatti entre muchos otros– hasta el éxito de Kelly Link y Joe Hill pasando por la enorme popularidad en cine y TV, éste es un buen momento para los escritores de género y Karen Russell de alguna manera es una de las joyas del movimiento al mismo tiempo que se las arregla para estar dentro y fuera: por ejemplo, el cuento que da título a su nuevo libro, Vampiros y limones, apareció en 2008 en la recopilación clásica The Best American Short Stories, editada entonces por Salman Rushdie, pero también fue elegido para The Year’s Best Fantasy & Horror, que hace lo mismo pero con relatos “de género”, esta vez seleccionado por Kelly Link y Gavin Grant.

Karen Russell debutó en 2006 con la colección de cuentos St. Lucy’s home for girls raised by wolves, inédito en castellano, una explosión de imaginación y personalidad y también un ejemplo particularísimo de literatura regional. Karen Russell nació en Miami y en sus primeros cuentos el paisaje exuberante y peculiar de Florida es excluyente, salvo en el hermoso relato que da título al libro, sobre chicas-lobo enviadas a una escuela pupilas para aprender a ser humanas, una historia de iniciación inolvidable. En 2012 Russell publicó la exitosa Tierra de caimanes, sobre un parque temático en los pantanos que reunía paisaje gótico con comentario sobre la crisis y relato de familia disfuncional. En sus visiones de niñas novias, sexualidad precoz, separaciones dolorosas y fantasmas emanados de ese trópico lleno de indígenas y orquídeas se podían ver sus influencias. “A mí me cuesta decir que hago ‘realismo mágico’ –dice Karen Russell–, porque me parece una definición imprecisa. Pero algo es cierto: escribo lo que escribo porque estoy enamorada de Gabriel García Márquez, de Rulfo, de Borges; porque me fascinan los cuentos de Cortázar y también Rayuela; y a la literatura latinoamericana tengo que sumarle fabulistas europeos como Kafka y Calvino. El cóctel se completa, creo, con Flannery O’Connor, mi escritora norteamericana favorita. Y con Ray Bradbury.”

Todas esas lecturas, esa formación latina –¿tendrá que ver haber crecido en la bilingüe Miami y en una familia católica?– están muy claras en Vampiros y limones, su más reciente colección de cuentos, que acaba de publicar Tusquets. Al tiempo que abandona la geografía de Florida –los relatos transcurren en Europa, en la Antártida, en Nueva Jersey, en Japón– Karen Russell se deja llevar por sus influencias y les impone una voz propia, contemporánea.

Toda colección de cuentos tiene un problema de equilibrio, o mejor dicho, de desequilibrio y ésta no es la excepción. Cuando intenta el relato ingenioso al modo de Cortázar (en sus “Instrucciones...” por ejemplo), Russell se queda en el ingenio: “Reglas para hinchas en la Antártida, según Dougbert Shackleton” es un ejemplo de lo más flojo del libro. Cuando intenta el realismo con toques de fantástico, como Bradbury o King, empieza a afilarse: “Los nuevos veteranos”, sobre una masajista que es capaz de hacerle olvidar el trauma de guerra a un soldado manipulando el tatuaje de su espalda, lleva la idea de “El hombre ilustrado” a un terreno político. El cuento es algo predecible, sin embargo: la mejor Russell es la que deja entrar a los monstruos, la metamorfosis, el horror, la que se deja ganar por su lado más excéntrico. Como en “Vampiros y limones”, un cuento desolador sobre una pareja que se quiere pero lleva demasiado tiempo junta, en su mundo cerrado, resignando cosas por el otro; la diferencia con una pareja común es que éstos son vampiros, y para colmo vampiros que han renunciado a la sangre y apagan su sed con los deliciosos frutos del limonar de Santa Francesca, en Sorrento; como jubilados ricos que pasan sus últimos años en el calor mediterráneo de Italia, los vampiros andan bajo el sol, recuerdan con nostalgia sus viajes de juventud, uno de ellos ha olvidado cómo volar. Es realismo mágico renovado: tierno, exagerado, barroco, que apela al monstruo más clásico y a la metáfora de la sangre como rebeldía y sensualidad. “Devanando para el Imperio” es todavía mejor: un Taller Fantasma que produce seda en el Japón de la dinastía Meiji y cuyas obreras, secuestradas por el dueño del emprendimiento, se transforman lentamente en gusanos de seda. Las chicas sufren, hacen huelga, extrañan a sus familias, se resignan: es imposible no pensar en un taller clandestino de ropa, acá, en el sudeste asiático, en la India, es imposible no pensar en las mujeres esclavas del mundo. Y sin embargo, aunque el comentario político es obvio, el cuento nunca deja de ser un cuento fantástico, pausado, coherente, a veces terrorífico.

Vampiros y limones Karen Russell. Tusquets 277 páginas

El mejor cuento de Vampiros y limones es, sin embargo, el más inquietante y también demuestra el verdadero poderío como narradora de Karen Russell. “La ventana de Hox River” es la historia de una familia de pioneros en Nebraska, con aires de Rulfo –en lo agreste y fantasmagórico, en lo desolado– y un detalle kafkiano: para que las desdichadas familias campesinas consigan el título de propiedad, deben tener en sus casas, que son apenas cuevas en la planicie reseca, una ventana de cristal. Tienen una sola ventana, custodiada amorosamente por los Zegner, que la prestan a sus vecinos cuando llega el inspector que les dará, o no, la tierra. Lo que al principio es miseria y viento del desierto se va descomponiendo en un cuento de terror protagonizado por huesos, por la locura de estar muertos de hambre, un verdadero clásico de gótico del Oeste, una síntesis donde los ancestros –históricos, literarios– están presentes como espectros de los que no se puede escapar.

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