Dom 04.01.2015
libros

ARENAS MOVEDIZAS

Ya puede rastrearse toda una tradición de las historias y los relatos de Gesell, y sobre Gesell. Su fundación, su agitación veraniega, su desolación invernal. Sus personajes y misterios. Juan Ignacio Provéndola cuenta la historia de su ciudad natal en un libro de crónicas ásperas, míticas y contemporáneas.

› Por Damián Huergo

La ciudad de Villa Gesell no se recorta de la línea costera por sus dunas, por la reserva forestal de pinos o por el Faro Querandí. Tampoco por la abundancia de flores, por la rambla de madera, por la víbora comercial denominada “La 3” o por ser la tierra elegida de Jorge Serrano, songwriter de Los Auténticos Decadentes. Mejor dicho, no se diferencia sólo por eso. Lo que la distingue, lo que la pone en boca de aquellos que la transitaron una vez que tienen los pies en el bondi o en otras geografías, es su capacidad para generar y contener historias. El periodista Juan Ignacio Provéndola –nacido, criado y curtido en la Villa– escribió varias de las leyendas y murmullos que ya pertenecen a la joven mitología de la ciudad. El año pasado las juntó en historias de villa gesell, así en “minúscula y en plural”, como remarca en el prólogo. Y, en su reciente reedición, como si contuviera una extraña raíz de la ciudad, las historias se multiplicaron para dar cuenta de un territorio que vive y muere los 365 días del año.

En principio, la mayoría de los textos que integran historias de Villa Gesell fueron publicados en el periódico local El Fundador. Tras su exilio porteño-universitario, Provéndola se encargó de mantener el lazo con su ciudad escribiendo –semanalmente– las historias que escuchó desde muy pibe, cuando empezó a pulir el oficio de periodista comentando partidos rústicos y arenosos, o escribiendo sobre rock, el sonido mítico de la Villa. De allí proviene el registro de los treinta relatos del libro, ordenados cronológicamente desde la independencia de Villa Gesell hasta la desaparición de Agostina Sorich en 2010. Una estructura conceptual que revela la búsqueda –consciente o involuntaria– de la identidad de una ciudad que, al igual que los médanos, está en constante movimiento.

Provéndola hace periodismo contemporáneo con los manuales de la vieja escuela. Rastrilla fuentes y testimonios para aunar las capas geológicas de las historias; entrevista tanto a celebridades como a desconocidos, cara a cara y grabador en mano; abre cajas y ficheros del Museo y Archivo Histórico, que funciona en la casa-embrión del viejo Gesell. El grueso de los textos pone el foco en hechos y protagonistas que se recortan de la cotidianidad de la comunidad geselina. Los puntos más altos del libro son cuando investiga las sombras nazis que vienen del mar o cuando se encarga de hitos próximos, como el perfil que hace de Carlitos Ciuffardi, el rey de los panqueques. A la vez, la prosa de Provéndola –por momentos grandilocuente y sobreexplícita– se vuelve más ágil y empática cuando se ocupa de las huellas que dejaron bandas y músicos como Sui Generis, Spinetta, Luca, Los Tipitos o La Renga. Artistas del mainstream que supieron alimentar la llama beatnik de la ciudad, sofocada luego por el turismo que todo lo revuelve.

Es inevitable, a medida que se avanza en la lectura, la asociación entre líneas –al menos por el paisaje compartido– con el film La cruz del sur de Pablo Reyero, o con algunos relatos íntimos de Juan Forn –en especial, “El mar (autorretrato)”–, o la presencia de El Viejo Gesell, de Guillermo Saccomanno, donde retrata en una especie de docu-ficción folletinesco el origen de la Villa y de su fundador. A la vez, como lector, se puede realizar el juego de imaginarse a los personajes de la monumental Cámara Gesell leyendo en el diario local las notas de Provéndola. Sea sobre Juguelandia –el castillo medieval que sobresale de la arquitectura de la avenida 3–, o interesados en la crónica social sobre el “otro turismo”, compuesto por los trabajadores golondrina, la mano invisible y precaria del mercado detrás del barniz bronceado de la temporada.

Siguiendo el mismo método, no es disparatado pensar a Provéndola como una especie de discípulo de Dante, el viejo y sabio periodista de Cámara Gesell. Provéndola como un joven curioso que se hizo a su lado, que lo persiguió, lo molestó, lo escuchó. Y luego, con la bendición del maestro, armó una ruta propia, entusiasmado con el oficio de buscar, reconstruir y hacer circular las historias de la tierra que habita.

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