El destino del físico Majorana, desaparecido en 1938, es uno de los misterios de la ciencia y de la política, o de la relación entre ambos. Esta historia, que mereció un documentado trabajo de Leonardo Sciascia, también ocupó a Javier Argüello, que reconstruye un caso real como auténtica ficción.
› Por Damián Huergo
Son pocas las personas que en algún momento de su vida no pensaron en ser otras, en dejar atrás la costura delgada de la identidad, en soltar las responsabilidades y deseos –ajenos– que pesan sobre nuestros hombros como una segunda cabeza siamesa. Pocas también son las personas que se animaron a hacerlo posible, que desaparecieron intencionalmente, que quebraron el destino construido durante el resto de su vida. Al parecer, el físico siciliano Ettore Majorana fue uno de ellos. Según ese monstruo de inteligencia colectiva que es Wikipedia, Majorana desapareció sorpresivamente en el Mar de Tirreno en 1938, en un ferry que lo llevaba desde Palermo a Nápoles, tras haber sembrado dudosas señas sobre su presunto suicidio. Desde entonces el caso sigue siendo un misterio real y literario. Un misterio que ni siquiera fue revelado en su totalidad por el documentadísimo libro La desaparición de Majorana, del italiano Leonardo Sciascia. Un misterio que Javier Argüello –escritor argentino residente en Barcelona– intentó abarcar con el bisturí de la ficción; asimilando obsesiones ajenas como propias, rastreando motivaciones, recreando los sentidos y emociones de los personajes ante la experiencia de decir basta y seguir viviendo, con otra vida.
Las investigaciones en torno del asunto Majorana, en plena era del Duce, abrieron diferentes pistas e hipótesis. Una vez que se rasgó el velo del suicidio, para justificar la desaparición se apuntaron motivos religiosos y místicos. También se nombraron extraños juegos de máscaras por bares y hoteles de Argentina. Y, con especial énfasis, se enumeraron revelaciones apocalípticas –adjudicadas al propio Majorana–, acerca del progreso científico que paradójicamente desembocó en la destrucción nuclear. Es decir, los relatos posteriores se ocuparon de generar un móvil moral para justificar tamaña ausencia, que –aún hoy– no tiene explicación. En A propósito de Majorana, la última novela del nómada Javier Argüello, el encargado de rastrear las huellas señaladas será Aguiar, un detective-periodista que es enviado a Nápoles a investigar una desaparición que ocurrió antes de que naciera, en la Argentina.
Aguiar, al igual que Jake Gyllenhaal en el film Zodiac de David Fincher, es un personaje menor de la redacción de un periódico central, que se obsesiona de un modo íntimo y familiar con un caso –a priori– totalmente ajeno. A Aguiar, más que dilucidar el misterio, lo atrae comprender los motivos por los cuales una persona quiere desaparecer completamente. Cobijado en un noviazgo cómodo y tradicional, con las cuentas en orden gracias a un trabajo rutinario y monótono, e instalado en un territorio (Barcelona) propio y ajeno, Aguiar busca proyectar –y encontrar– en el otro desconocido las agallas que no tiene para seguir sus deseos, para dar un volantazo a su vida.
Argüello tuvo la astucia de basar la estructura de la novela en los principios de la física cuántica. En particular en la noción de totalidad, descubrimiento científico y filosófico del mismo Majorana. A propósito de Majorana está dividida en tres partes, en tres dimensiones, en tres tiempos y espacios diferentes que se van complementando como visiones concretas y características de una sola realidad. La primera capa sucede en el pasado cercano. Es un continuo entre Barcelona y el Mediterráneo occidental a bordo del Victoria, el barco timoneado por el Gringo, un antiguo compañero de secundaria de Aguiar que se lo cruza de “casualidad” previo a embarcarse rumbo a Italia. La segunda capa transcurre en el presente de Nápoles. Allí Aguiar lleva a cabo la investigación específica, a la vez que queda confinado por un asunto policial que lo tiene como sorpresivo culpable. Mientras tanto, se enreda neuróticamente con la joven y hermosa Valeria. Sobrevolando ambas ciudades y temporalidades, están los sucesos de 1938 y los ecos de los meses previos y posteriores –tanto en Italia como en la Argentina– en torno de la desaparición del científico.
A propósito de Majorana es un híbrido de reflexiones y de acciones encadenadas que motorizan la historia. Por momentos, la introspección del protagonista tiene brillos epifánicos, sea –por ejemplo– al asociar idas y vueltas entre argentinos y napolitanos o al armar precisos diálogos entre Aguiar y sus interlocutores. En otros tramos, los personajes son pensados mediante un lenguaje humorístico que cada tanto se regodea en un gag o en una comparación. Pese a ello, Argüello mantiene la trama hasta el final, logrando recuperar una historia real desde la ficción, llenándola de matices y de tacto. Una historia que sin la reconstrucción de la ficción parecería difuminarse en una niebla de sinsentido. Al fin y al cabo, citando la apertura de la web de Argüello, “¿Cuál es el límite entre la realidad y la ficción? Muy sencillo: si tiene sentido es ficción, porque la realidad no lo tiene”.
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