De vendedor y autodidacta a militante tupamaro, de la cárcel como preso político de los militares a diputado, senador, ministro y finalmente presidente del Uruguay, José Mujica es una figura clave de América latina, que abandona el gobierno el próximo 1º de marzo, probablemente para entrar definitivamente en la historia. La biografía del periodista Mauricio Rabuffetti traza un retrato de su vida heroica y agitada y proyecta un primer balance político de su gestión.
› Por Mercedes López San Miguel
En medio de un temporal, José “Pepe” Mujica salió de su casa para ayudar a un vecino que corría riesgo de perder el techo de su vivienda. En las maniobras para sostener las chapas metálicas, el mandatario uruguayo se hizo una herida por encima de la nariz. Su comportamiento original fue noticia en los diarios del mundo. En el libro José Mujica. La revolución tranquila, el periodista Mauricio Rabuffetti, nacido en Uruguay en 1975, retrata en un trabajo exhaustivo con entrevistas e información al hombre de ojos pícaros y gesto bonachón que fue sucesivamente vendedor de flores, autodidacta, tupamaro, preso político, diputado, senador, ministro y presidente.
Contar los hitos en la vida del casi octogenario ex guerrillero que llegó al poder en 2010 necesariamente incluye dar cuenta de su militancia y sueños de juventud inspirados en la Revolución Cubana y la herencia de José Batlle y Ordóñez, sus detenciones y su cinematográfica fuga junto a otros 110 presos de la cárcel de Punta Carretas –donde hoy funciona un shopping–. Es contar también su largo cautiverio como uno de los nueve rehenes de la dictadura, su liberación y vuelta a la práctica política. Rabuffetti narra de modo trepidante el escape del penal e incluye como elemento novedoso el testimonio de Julio Listre, uno de los detenidos, que cortó paredes con un serrucho casero hecho con alambres sacados de las camas.
Una revolución tranquila suena a oxímoron si no fuera porque en el recorrido de la historia del carismático político el autor analiza la evolución en su forma de pensar y actuar, luego de haber constatado que entre el ideal y la realidad puede haber un trecho importante. Durante su cautiverio, entre 1972 y 1985, en condiciones infrahumanas, Mujica rozó la locura. Fue internado como paciente psiquiátrico en el Hospital Militar de Montevideo. El y ocho integrantes de la dirigencia de la guerrilla eran trasladados siempre juntos e incomunicados de sur a norte y de este a oeste del país. En un momento Mujica creyó que los militares le habían colocado un aparato en el calabozo para sacarle información. “Había un sonido agudo que le perforaba los oídos y lo llevaba a gritar. Y después lo castigaban... Además, en las catacumbas había empezado también con alucinaciones visuales”, según contó Mauricio Rosencof. La evocación del escritor y ex compañero de Mujica es uno de los fragmentos más dramáticos del libro.
El guerrillero abandonó las armas y se reconvirtió aceptando la decisión del líder del MLN-Tupamaros, Raúl Sendic, de integrarse a la lucha democrática “sin cartas en la manga”. El abordaje de Rabuffetti se inscribe en una serie de retratos de Mujica, como la biografía novelada de Walter Pernas Comandante Facundo. El revolucionario Pepe Mujica y las conversaciones Pepe. Coloquios, de Alfredo García. La obra de Rabuffetti no se basa en una entrevista con Mujica sino que incluye diálogos que el periodista tuvo con él, reportajes de medios internacionales, alternados con testimonios y anécdotas de ex compañeros militantes, académicos y políticos.
El veterano político, marcadamente austero, es ejemplo del anticonsumo, de un desapego de lo material que se refleja en su aspecto personal y en la casa que comparte junto a la senadora Lucía Topolansky. “El mismo participa en planes de construcción de vivienda, traslada combustible con su fusca celeste, va y está con la gente. Es un presidente que rompe esquemas”, afirma el autor. Rabuffetti no se detiene en la historia de amor con Lucía Topolansky, ella también guerrillera y con una carrera política prolífica. En sus decisiones como líder, Mujica se dejó llevar por la intuición y también por el pragmatismo, corriéndose de ciertos dogmatismos de juventud, según la mirada de Rabuffetti. “El hace un culto de la austeridad, pero permite que en Uruguay haya un fuerte consumo, porque reconoce que no puede parar la rueda del crecimiento.”
En el más acabado balance de los cinco años de Mujica como presidente –entregará el bastón de mando el 1º de marzo a Tabaré Vázquez–, el autor destaca la agenda de derechos que el gobernante Frente Amplio logró incorporar al vecino país: la ley de matrimonio igualitario, la despenalización del aborto y la regulación de la producción, venta y consumo de marihuana. Si bien hace poca alusión a los vaivenes en la política de derechos humanos de Uruguay, Rabuffetti sí pone el acento en que el gobierno de Mujica haya recibido a ex presos de Guantánamo y a refugiados sirios por razones netamente humanitarias.
El autor también afirma que como “extraordinario comunicador”, Mujica ha logrado apropiarse de ideas que pertenecían al campo de la derecha y legitimarlas ante sus seguidores de izquierda, como ser al aplicar una política económica criticada por ortodoxa. Rabuffetti sostiene que si bien Uruguay creció, el gobierno no logró la redistribución del ingreso que había prometido y que tampoco pudo mejorar la calidad de la educación pública. “El tenía un claro compromiso con la igualdad social a través de la educación. Siempre ha luchado por la justicia social, más allá de que se esté de acuerdo o no con sus métodos. Su propio partido no le permitió avanzar más y él no quiso ir al choque con los sindicatos.”
Rabuffetti señala que Mujica tuvo metidas de pata y es un político que sabe reconocer errores. Recuerda la frase que dijo el presidente uruguayo en abril de 2013, durante una charla con intendentes, en alusión a su colega argentina Cristina Fernández y el ex mandatario Néstor Kirchner sin saber que los micrófonos estaban abiertos. “Esta vieja es peor que el Tuerto. El Tuerto era más político, ésta es terca.” Una semana después, en medio de críticas y tras la protesta de la Cancillería argentina, Mujica envió una carta a Fernández pidiendo disculpas. Es que Mujica heredó de Tabaré Vázquez una situación de tensión extrema con Argentina a raíz de la instalación de la papelera Botnia (hoy UPM) y la denuncia de que contaminaba el río Uruguay.
Durante su gestión, Mujica combinó gestos conciliadores con su vecino, como prohibir que los barcos con banderas de las Islas Malvinas ingresaran a puertos uruguayos, pero también permitió que la papelera de la discordia aumentara su producción, pese al fallo de La Haya. Rabuffetti es categórico en este asunto: “En cinco años de gobierno, Mujica no logró sortear el enorme problema que significa para Uruguay una relación trancada con Argentina”. Y sin embargo, esto no hace mella en la opinión del historiador Gerardo Caetano, que sirve a modo de conclusión: “En muchos sentidos hay un Uruguay antes de Mujica y un Uruguay después de Mujica”.
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