Domingo, 21 de junio de 2015 | Hoy
La reivindicación de la obra de Leopoldo Marechal y el homenaje a su figura no es algo que haya arrancado por estos días, pero se vuelven más significativos al cumplirse 45 años de su muerte, en junio de 1970. En rigor, Marechal fue uno de los más grandes escritores argentinos al que le tocó sufrir el castigo de la censura y el olvido por su declarado apoyo al peronismo, a punto tal que, no sin humor, se autotituló “el poeta depuesto”. A raíz de la publicación de su Obra poética en un volumen que incluye material disperso y una interesante biocronología, se puede iluminar una de las zonas menos transitadas de sus escritos, y trazar un retrato que contemple las distintas facetas de Marechal: poeta, narrador y militante que, sin dejar de lado su idealismo, participó de hechos cruciales de la resistencia contra la Revolución Libertadora.
Por Guillermo Saccomanno
La mañana del 17 de octubre de 1945, cuando la masa de trabajadores marchó bajo su departamento de la avenida Rivadavia al 2300 cantando “Yo te daré, te daré patria hermosa/ te daré una cosa/ una cosa que empieza con P... Perón”, a Leopoldo Marechal, como a muchos, le cambió la vida. Tenía cuarenta y cinco años, estaba casado, tenía dos hijas y un cargo en la Dirección de Cultura Estética que le había propiciado durante el gobierno militar (en esa etapa el general Farrell) su amigo el escritor derechista Ignacio B. Anzoátegui. Criado entre el barrio de Villa Crespo y los veranos largos en un campo de Maipú, donde sus tíos eran puesteros, Marechal siempre se había sentido próximo a los intereses populares. A los trece años, cuando trabajó un tiempo de obrero, incitó a sus compañeros de fábrica a exigir mejores salarios y fue despedido. Yrigoyenista primero, socialista más tarde, amigo tanto de izquierdistas como de nacionalistas, esa mañana bajó a la calle y se confundió con la multitud que el progresismo repudiaría. Si tiene sentido detenerse en esa mañana es porque fue un punto de inflexión no sólo en su producción literaria sino en lo existencial. En su compromiso político latía una intuición crística. Años más tarde precisaría que esa masa que no condecía con el ideal proletario de la izquierda, que no tenía hasta entonces ni representación ni cauce, era ni más ni menos el pueblo con “las patas en la fuente” que los ilustrados se negaban a ver. Uno, por el solo hecho de nacer, habría de opinar el poeta, ya está comprometido. Pero, en su caso, importa marcar el porqué y el cómo se compromete quien sería un gran novelista argentino del siglo XX. Si interesa fijarse en su compromiso (lo que ocupará gran parte de estas anotaciones) es para destacar, en buena medida, el apoderamiento que pudo hacer de su obra la derecha peronista, apoderamiento que suele tener su justificación si se piensa en la concepción medievalista de la historia que Marechal sustentaba. Es cierto que Marechal perteneció al chupacirio grupo de la revista Convivio y fue amigo del poeta católico Francisco Luis Bernárdez como luego siguió siendo director de cultura bajo el primer peronismo y también fue auténtica su amistad con el escritor filonazi Gustavo Martínez Zuviría (a) Hugo Wast.
Todo eso es cierto. Como también lo fue su admiración profunda de Evita. Hay una anécdota. Pronta a estrenarse Antígona Vélez, pieza de su autoría, el tarambana Juan Duarte y la actriz Fanny Navarro, en una de sus tantas rabietas de alcoba, pierden la única copia del libreto. Sin texto, se dice, no hay obra. Evita telefonea a Marechal, le cuenta la inminencia de la puesta, el nerviosismo y la necesidad imperiosa de la letra ausente. Marechal, en una noche, reescribe la obra (tal la versión que se conoce). Además de ganarse la incondicionalidad de Evita, también se gana la de Perón. De hecho mantendrá más tarde correspondencia con el “tirano prófugo” durante su exilio.
Su adhesión al peronismo le traerá no pocos problemas cuando decide publicar su gran apuesta narrativa, la voluminosa Adán Buenosayres (el nombre del protagonista proviene de su infancia: “Buenos Aires” lo apodaban en Maipú, cuando de pibe, en aquellos veranos, prometía que de grande iba a ser poeta). A pesar de que ya ha publicado poesía y ganado premios importantes, aunque en su carrera como docente, que reivindicará siempre y a la que atribuye sus logros en la función pública en vez de a su posición política, y teniendo en cuenta que mientras detenta un cargo le tiende la mano y hace favores a sus pares así sean opositores, su novela será recibida con el ninguneo y la antipatía, lo que se debió sin duda a su compromiso político en tiempos del peronismo con una intelectualidad liberal opositora. Solamente unas pocas voces celebrarán la ciclópea Adán Buenosayres. Serán pioneros en subrayar sus valores Julio Cortázar y luego, desde Contorno, Noé Jitrik y Adolfo Prieto.
La nueva reedición de la Obra poética completa de Marechal (antes, en 1998, hubo una edición de la editorial Perfil), contiene una cantidad considerable de poemas inéditos y viene acompañada de una imperdible biocronología de su hija María de los Angeles. El hecho de su publicación tiene no poco atractivo. Por un lado, permite una indagación exhaustiva de su obra, acercarse a aquellas piezas que puedan resultar curiosas y se encontraban dispersas (un poema al 17 de Octubre, otro al Che). Y por otro lado, la biocronología, con su detallismo ofrece la posibilidad de apreciar lo que tiene de coherente su poética y, a un tiempo, aquello que, a partir de la década del 60 se torna si no contradictorio, al menos un giro en el foco de sus intereses, un mayor dominio en el oficio dejando ver hasta dónde su escritura es inseparable de la historia del primer peronismo y, en especial, como está ligada a su resistencia.
Admito que ahora viene la parte riesgosa de estos apuntes. Cuando me introduje en su lectura pensé que la experiencia sería más lisa (por no decir, menos intrincada). Desde el comienzo balbuceante y primerizo de Los aguiluchos (1911) hasta, mínimo, Heptamerón (1966), la lectura puede espantar a un desprevenido que no convenga en el culto del amor cortés, una pasión católica y un platonismo que, por instantes, en su evanescencia tiene una buena dosis de ingenuidad. Esto, sin contar el nacionalismo patriotero del “Canto de San Martín”, compuesto en pleno auge del peronismo (1950, fecha del justicialista “Año del Libertador”). Para el lector no académico y, por qué no, para el lector común que se aproxima por primera vez a su escritura, no es tal vez la poesía el acceso más sencillo a un autor que produjo una narrativa sin precedentes por su virtuosidad y humor. En cuanto a lo católico y lo nacionalista, no debería sorprender en tanto Marechal alternaba con amistades de la derecha.
Pero, en un principio, en sus comienzos, las divisorias de aguas entre literatos, al menos hasta el ’45, no se ven tan nítidas. Por ejemplo, en 1925, Marechal compartirá una emisión de lectura radial con Oliverio Girondo y Raúl González Tuñón. Días como flechas, el libro donde se afirma, corresponde a 1926, un año clave por su fertilidad en nuestra literatura. El mismo año Güiraldes sale con Don Segundo Sombra y Arlt con El juguete rabioso. Borges, con cuyo Fervor de Buenos Aires. Días... tiene un cierto aire, compañero de Florida, desde la revista Martín Fierro, lo saluda: “Este libro añade días y noches a la realidad. Es un repertorio de dichas. Destinos nobles se cumplen en tierras imaginarias que los igualan en fineza y en intensidad y en donde el milagro es una costumbre. Sentencias que nos obsequian mundos hermosos, tierra imaginada que puede volvérsenos patria”.
Si se consulta acerca de Marechal el tan monumental como promiscuo diario Borges (2006) de Bioy Casares, este elogio se disolverá en la acritud y la ironía más cruel durante el peronismo y Marechal será, en sus conversaciones, objeto de mofa y desprecio. Volviendo atrás, en 1927, a su regreso de un viaje a Europa, es agasajado con un banquete cuya invitación suscriben, entre muchos otros, además de Borges, Mallea, Gerchunoff, Molinari, Gálvez, Scalabrini Ortiz, Petit de Murat. En 1939, con motivo de “El centauro”, Arlt, compañero de redacción del diario El Mundo, le dirige una cara: “Te escribe Roberto Arlt. He leído en La Nación tu poema `El Centauro`. Me produjo una impresión extraordinaria. La misma que recibí en Europa al entrar por primera vez a una catedral de piedra. Poéticamente son lo más grande que tenemos en habla castellana. Desde los tiempos de Rubén Darío no se escribe nada semejante en dolida severidad. He recortado tu poema y lo he guardado en un cajón de mi mesa de noche. Lo leeré cada vez que mi deseo de producir en prosa algo tan bello como lo tuyo se me debilite. Te envidio tu alegría y tu emoción. Que te vaya bien”.
Queda claro, fue su toma de partido por el peronismo, al que juzgó como movimiento humanista enemigo del materialismo (que había acusado en su descenso narrativo a Cacodelphia) y la asunción del cargo público lo que motivaron el gélido vacío cuando la publicación de su Adán Buenosayres en 1948. La religiosidad del poeta podría no tener nada de observable. Si bien, por sus convicciones, Marechal no precisa de defensores, daría la impresión de que al aludir a su poesía y a aquello que sus ideas tienen que ver en lo concreto con La comunidad organizada (dogma fundacional del justicialismo firmado por Perón) requieren una justificación que, como siempre, suena a coartada perdonavidas y a mala fe intelectual. Su ideal juvenil de soldado y poeta al modo Garcilaso de la Vega, el platonismo almidonado, la recurrencia hermética no son equiparables en su idealismo y sus consecuencias al costado fascista de Perón que el peronismo revolucionario de los ’70 habría de negar. Estamos ante una obra que, a medida que se va construyendo, la pelea sola, aunque hay datos que resultan, por lo menos, pasto de la discrepancia como su afición a Santa Rosa de Lima y San Isidoro de Sevilla, el galardón monárquico que recibe del franquismo durante una visita diplomática a España, dos situaciones que insinuarían el “Marechal reaccionario”.
Estas situaciones “bio” se respiran en el fondo y forma de una obra que, con el transcurso del tiempo, corrida por el rechazo y la indiferencia, se fue afinando en soledad y con el aliento de unos contados amigos. Si el 17 de octubre fue punto de inflexión existencial, no menos el ’55 y la reprobación gorila, su destierro en vida. Si bien en “El poeta depuesto” (texto incorporado tardíamente como alegato a Cuaderno de navegación) da cuenta del porqué de la persecución, hay un dato crucial a menudo silenciado. En 1956 en su departamento se reúnen en conspiración el dirigente Andrés Framini, el sindicalista portuario Eustaquio Tolosa, el historiador revisionista José María Rosa, y los generales Juan José Valle y Raúl Tanco (aludidos más tarde en Megafón o la guerra). Es el arranque por las armas de la Resistencia Peronista. Marechal será el autor de la proclama revolucionaria que esperaba ser difundida el 9 de junio, al cumplirse un año del golpe fusilador. El alzamiento es frustrado por la inteligencia gorila y los militares son fusilados. Convengamos que este dato contribuye a arrancar a Marechal de la imagen doméstica de un justicialista pasivo y acerca su pensamiento cristiano ahora a la Teología de la Liberación. En tanto, Marechal no paraba de rezongar en su intimidad: “Cuándo mis compatriotas dejarán de orinarme encima”, se preguntaba. Pocos años después lo buscan los jóvenes escritores de la banda de El Escarabajo de Oro conducida por Abelardo Castillo mientras, en simultáneo, respalda a poetas como Fernando Sánchez Sorondo y Miguel Angel Bustos que están preparando sus primeros libros. En este sentido, llama la atención el contraste entre la poesía de Marechal, por momentos oclusiva y necesitada de la interpretación de símbolos y referencias, y su prédica de apoyo a quienes se estrenan en las letras en una coyuntura de renovación literaria. Una conclusión provisoria y no tanto: el Marechal bonapartista y patriarcal que escucha las vanguardias borra el Marechal enquistado por sus detractores en una actitud conservadora.
En el conjunto de la poética completa, no se puede eludir un momento clave, el de “Heptamerón” (1966). Composición que fue publicándose por partes, consta de siete, cada una dedicada a un día de la semana. Según Graciela Maturo, especialista en su obra, el siete es un número de valor cristiano y resonancia simbólica. Siete entonces son “La alegropopeya”, “La patriótica”. Dedicada a José Luis Castiñeira de Dios, es quizás ésta, con sus referencias a la pampa de su infancia, el tramo más vibrante, desgarrado y conmovedor, especialmente si se reflexiona en las vicisitudes de su creador mientras lo escribe, paradigma de una poética de la resistencia parienta de Leónidas Lamborghini. Siguen “La eutanasia”, “La erótica” y “Tedéum de un poeta”. Un aspecto a destacar: la intención pedagógica del poema que el autor mismo asume como “didáctica”, intención que sin patinar en el acartonamiento de fecha patria revela una deriva del discurso procedente de su historial docente: el poeta como maestro y portador de un mensaje moral, en este caso, tratando a sus compatriotas como discípulos. Pero también, en esta intención, puede oírse un cierto bordoneo sermoneador heredero de la gauchesca. Luchando contra la propia solemnidad (si se lo escucha recitar en YouTube se advertirá que pronuncia la “ll” al modo castizo), el conjunto presenta zonas de un lirismo sentido y, en su simpleza a veces plebeya, se detecta seguramente lo mejor de la producción poética marechaliana. Hay que prestarle atención a las dedicatorias de las partes en la medida que vienen a probar su amplitud de miras y relaciones: Rafael Squirru, Tomás Eloy Martínez y Ernesto Sabato entre otros.
Su desagravio ocurre con estrépito mediático en 1965 con la publicación de El banquete de Severo Arcángelo, merecedora del premio Forti Glori. En gran medida el rescate debe atribuirse a Martínez, quien desde el semanario Primera Plana, empuja no solo la literatura nacional sino también el naciente boom latinoamericano. En un editorial, Martínez escribe: “Tres veces ha asomado la cara de un escritor argentino en la portada de Primera Plana. En cada caso, fue para descubrir en él algo que el público desconocía: la intensa aventura interior de Jorge Luis Borges (Nº 94), la lúcida correspondencia entre vida y obra que se percibe en Julio Cortázar (Nº 103), y ahora la revelación de un novelista de 65 años, Leopoldo Marechal, cuya primera obra narrativa afrontó un silencio de casi dos décadas. Su segunda novela, El banquete de Severo Arcángelo, se cuenta entre las mayores y más prodigiosamente experimentales que haya conocido la Argentina. La aparición de El banquete coincide con uno de los años más fecundos de la literatura nacional, no sólo por el aluvión de libros publicados (un 20 por ciento más que en 1964) sino también por el ascenso del lector argentino a un estado de madurez que le permite devorar y discutir ávidamente todo lo que publican los autores de este país. Un síntoma claro es que, en lo que va de 1965, se vendió ya un 40 por ciento más que en todo el año anterior. Primera Plana ha convocado a los propios responsables del boom literario, para que expliquen las razones de este “milagro cultural”, y, mientras El banquete de Severo Arcángelo aporta, con sus infinitos enigmas, la más lúcida y perfecta de las respuestas, en las páginas 36 a 40 se intenta dilucidar el fenómeno, se escucha a los voceros generacionales y se enfrentan las teorías que permitirán esbozar atendibles hipótesis”.
Otro dato que importa: en 1967 Marechal viaja a Cuba y es jurado del Premio Casa de las Américas junto a Cortázar y Lezama Lima premiando Hombres de a caballo, de Viñas. Nótese, el viaje, su movimiento hace pensar en el mismo gesto de Martínez Estrada en la isla y en su cambio de perspectiva de la realidad latinoamericana. Y poco después, a su regreso al país, junto a Viñas y García Márquez, Marechal integra el jurado del premio Primera Plana donde resulta seleccionada El oscuro de Daniel Moyano.
A esta altura, los ’70, Marechal no sólo obtiene su reparación histórica. El “poeta depuesto” pasa a integrar un canon de izquierda, el de la juventud que se aproxima a la literatura desde el arrime al peronismo. Justamente es en esta época cuando así como “La patriótica” (“La patria es un dolor que aún no sabe su nombre”.) adquiere una repercusión militante, Megafón o la guerra pasa a convertirse en un relato que opera como alegoría de la violencia. Pero Marechal no alcanza a ver su eco. Escribe su hija María de los Angeles: “El 26 de junio, víctima de un síncope, muere en el mismo departamento de Rivadavia al 2300 en donde años antes falleciera su esposa María Zoraida. Estaba en imprenta su tercera novela, Megafón o la guerra, que ve la luz un mes después. Deja una decena de obras de teatro inéditas. Hay estudios en el extranjero que señalan que una de estas piezas teatrales inéditas estaría publicada con posterioridad al fallecimiento de Marechal bajo otro nombre”.
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