COLECCIONES
Repensar la cultura
Estuvo en Buenos Aires el antropólogo Néstor García Canclini presentando la colección Culturas para editorial Gedisa. En entrevista exclusiva con Radarlibros, reflexionó sobre la situación actual de la cultura latinoamericana en tiempos de globalización, paranoia estatal y derrumbe de las instituciones.
POR ALEJANDRA LAERA
La semana pasada, el antropólogo cultural Néstor García Canclini visitó la Argentina para presentar en la Feria del Libro “Culturas”, la nueva colección de editorial Gedisa que lo tiene como director y de la cual ya se conocen los primeros títulos. “En Ciudadanos mediáticos –explica Canclini–, Rosalía Winocur se pregunta cómo se constituye ciudadanía a partir de los programas de teléfono abierto en la radio, mientras que en Ensamblando culturas Luis Reygadas estudia el caso de las maquiladoras, que son las fábricas para productos de exportación, y reconsidera la cultura laboral a la luz de los cambios que produce la globalización. Por su parte, en El recurso de la cultura, George Yúdice hace un extraordinario panorama, con un arco multinacional de referencias, de los modos en que se utiliza la cultura con fines ‘extraculturales’, como la generación de empleo, la atracción de inversiones o la producción de consenso social y político.” La próxima visita de García Canclini será a comienzos de junio para dictar un seminario sobre estética y cultura en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA.
Las últimas décadas del siglo XX estuvieron marcadas, predominantemente, por las discusiones sobre la posmodernidad y el multiculturalismo. ¿Cuál es la orientación actual de esos debates?
–Por un lado, hay un declive de ciertas claves interpretativas que fueron exitosas en los noventa como consecuencia de la dinámica de los campos culturales y las tendencias internacionales. Por ejemplo, la ola posmodernizadora fue relativamente reemplazada por las reflexiones sobre la globalización, mientras las preocupaciones por el multiculturalismo cedieron lugar a debates sobre la interculturalidad. Por otro lado, los efectos dramáticos de las frustraciones neoliberales y los desbarajustes políticos y militares de los últimos años impregnan todo el campo cultural y crean condicionamientos nuevos que hacen difícil ubicar hoy en los mismos términos que en los ochenta y los noventa los procesos sociales, la ciudadanía, la sociedad civil.
¿Los sucesos del 11 de septiembre o la guerra de Irak han modificado, al menos en Estados Unidos, la “agenda cultural”?
–La academia estadounidense, más que cambiar la agenda, la amordaza. Las referencias de las últimas semanas a los grados delirantes de paranoia, censura y autocensura entre los intelectuales, los académicos y los periodistas hacen pensar en una regresión a etapas premodernas. En muchas bibliotecas universitarias de Estados Unidos se está controlando qué libros piden los profesores a los estudiantes, y hay casos de profesores regañados por las autoridades por permitir que los alumnos usen en sus clases camisetas con la leyenda no war. Esto es muy preocupante, entre otras cosas, porque se había avanzado en cierta sensibilización ante las problemáticas externas. Para los latinoamericanos ha sido muy importante el diálogo que hemos podido entablar en los diez o quince últimos años con académicos de primer nivel de Estados Unidos. En ese sentido, me siento lejano de aquellos que después de la guerra de Irak queman las visas, como ha ocurrido en varios países, o de los que se niegan a viajar. Creo que necesitamos continuar el diálogo y las polémicas.
¿No sería ésta también la oportunidad de renovar desde América latina los debates culturales que en muchas oportunidades se importan desde afuera o directamente se imponen desde los países centrales?
–La situación actual debería ser aprovechada para reconsiderar con mayor autonomía nuestras agendas propias, proponernos objetivos de integración latinoamericana o mercosureña y pensar cómo rehabilitarnos de la decadencia actual de las sociedades latinoamericanas, que viene instalándose con las privatizaciones y la desintegración social. De todos modos, salvo por algunos especialistas en el Mercosur, en la Argentina esehorizonte más cercano de globalización y de posible recomposición de fuerzas para situarse internacionalmente no aparece.
¿Cómo evalúa el papel de la sociedad civil en el contexto actual de las democracias latinoamericanas?
–La euforia que hubo respecto de los movimientos sociales o los nuevos ejercicios de ciudadanía se ha visto acallada en los últimos años por las respuestas más recientes de la sociedad civil. El ejemplo venezolano nos hace dudar de la capacidad de la sociedad para autogenerar salidas a la crisis, y ni hablar de Colombia o Centroamérica. El único caso que ha generado más expectativas, aunque ya se oyen voces de descontento, es el de Brasil con el gobierno de Lula. El caso argentino, a partir de los resultados de las elecciones de abril, ha resultado bastante extremo: al ver el espectro ofrecido por los principales candidatos en las últimas elecciones, uno siente que encuentra menos claves en las teorías optimizadoras de la subalternidad que Discépolo con sus “chorros, maquiavelos y estafaos”. ¿Adónde conduce el “que se vayan todos”? Parece que no muy lejos. Es cierto que no todo se agota en los procesos electorales, pero creo que seguir manejando idealizadamente nociones tan vagas como la de “multitud” no permite entender la complejidad de la recomposición, o la descomposición, de los procesos sociales.
En la colección “Culturas” que dirige, el plural parece apuntar, más que a la diversidad, a una suerte de ensamblaje cultural que supone coexistencia y adecuaciones, pero también pérdidas y dislocamientos.
–Hay conquistas de los estudios culturales que podemos resumir en el avance hacia una concepción socio-semiótica de la cultura. Para mí, lo más nuevo es que, en vez de considerar las problemáticas culturales nacionales como generalmente se hacía, en muchos de esos estudios se perfilan los procesos de globalización y de interculturalidad, ya sea la conexión política a escala global o las migraciones masivas. Pero, tal vez, en los programas de análisis cultural prestamos poca atención a las condiciones trágicas de la interculturalidad en millones de personas.
En el conjunto de disciplinas que arman esa transdisciplinariedad, ¿qué perspectiva falta todavía para repensar los actuales problemas culturales?
–Una es el avance todavía muy deficiente, pero estratégico, en las relaciones entre análisis económico y cultural. En mi caso, algo que me ha interesado últimamente es retomar los estudios sobre estética, ya que me llama la atención que en ciertos cambios recientes y en algunos análisis críticos del capitalismo aparece la cuestión del arte y de las nuevas sensibilidades como una vía de reflexión. Encuentro tres momentos distintos en esta exploración. Los años sesenta, con el predominio de utopías que encontraron una forma genérica en cierta épica artística y social. Luego los setenta y parte de los ochenta, con el impacto de la derrota y la recuperación de la memoria como único lugar donde la utopía podía sobrevivir, expresada como drama y como farsa, según se ve en la narrativa argentina. Y los tiempos recientes, que son los que más me interesan, con la disminución de las dimensiones utópicas, la caída de lo épico y la relativización del drama y la farsa en la memoria en pos de una poética del instante. ¿Cómo leer ese presentismo que caracteriza sobre todo a las culturas juveniles? Es muy significativo que esa exaltación del instante aparezca en un capitalismo cuyo aspecto financiero más superficial hace prevalecer el presente y tener incertidumbre sobre la hora siguiente, pero donde también se ejerce un disciplinamiento sobre el futuro cuando nos compromete a pagar a plazos de cinco o diez años una casa o un coche. Quien asuma estos compromisos está tomando decisiones sobre su futuro familiar y sus afectos, sobre aquello que aparece sepultado por esa estética presentista.
Subnotas