En dos nouvelles agrupadas bajo el título Las mujeres que amé, Daniel Guebel explora con lucidez y no sin sarcasmo en la mente de un escritor y su relación con las mujeres –una y todas–, a las que suele amar cuando ya no están a su lado.
› Por Sebastián Basualdo
Es el amor. Tendré que ocultarme o que huir, escribió Borges. Y eso es precisamente lo que hace el narrador de Las mujeres que amé, el nuevo libro de Daniel Guebel; sólo que en este caso pareciera que ya no hay tiempo para preguntarse de qué le servirá la vaga erudición o el ejercicio de las letras. Ahora se trata de huir de sí mismo, como sucede en Una herida que no para de sangrar –primera de las dos novelas breves que integran el libro– donde el personaje principal parece estar supeditado a los mismos mecanismos que le adjudica a Don Quijote “que se volvió loco a fuerza de aplicar un criterio de representación literal a sus lecturas y creyó que al mundo debían aplicársele las leyes formales que imperan en el universo de la ficción”. Daniel Guebel aborda en un tono sarcástico la perspectiva de un escritor que pareciera haber potenciado todos sus defectos hasta convertirlos en grandes virtudes, como diría un poeta. “Demolición tenía, sin demagogias, todos los elementos necesarios para gustar a un círculo más amplio que el de mi núcleo de fanáticos. Lo curioso fue que ese libro, una vasta y animada fábula acerca del fracaso (artístico, íntimo, estético, místico y político) se convirtió en un éxito universal.” A partir de este momento el lector podría pensar que Daniel Guebel está dialogando con su novela Derrumbe, pero se trata de algo mucho más complejo: un puente tendido entre la literatura y la imagen exacerbada de un autor. Cuando la realidad agobia, la ficción es un gran mecanismo de defensa. Llevado al extremo, es la negación absoluta. Desde esta perspectiva, el personaje asume el fracaso personal al igual que se piensa la muerte: siempre es algo que les sucede a los otros. Y es notable cómo Guebel ironiza sobre esto, logrando que el humor se aferre al absurdo, en el momento exacto en que se advierte que el personaje acomoda la realidad según su conveniencia porque no puede tolerar que su esposa lo haya abandonado. Megalómano hasta el delirio, la desaparición de Laura tiene para él una sola explicación, motivada por la venganza: “la ausencia de mi mujer (mi ex mujer) se explica por mi decisión de encerrarse para trabajar en los borradores de Demolición 2”. En la segunda parte, que lleva por título el libro, cambia por completo el tono y el registro. En M. Diario de una obsesión, se sumerge en una profunda, íntima y lúcida reflexión en torno al amor y sus imponderables. “Es sencillo, hasta avergüenza escribirlo: no amo el amor que me ama cuando me ama, lo extraño cuando me falta”, escribe el narrador en una de las entradas de su diario para que lentamente comience a entretejerse una trama que oscila entre el conocimiento de sí mismo y la necesidad de encontrar el modo de recuperar a M., una mujer que vive en Montevideo, tiene una hija y al parecer ha trocado el desamor por un joven amante. Pero no es tan sencillo conocer las propias limitaciones ni mucho menos se logra en unos cuantos días. “Yo: encuentro inicial, seducción. Luego, ausencia íntima (necesidad de escenas imaginarias), malestar porque la presencia de M. no me sustrajo a lo peor de mí: avaricia, falta de apuesta amorosa, infidelidades sucesivas. Descubrimiento de éstas por M. Arrepentimientos sucesivos de mi parte, admisión de mi infantil aventurismo genital. Vuelta a las andadas. Busco ser abandonado. Soy abandonado. Reconocimiento de la importancia de M. en mi vida, sentimiento de pérdida.”
¿Qué más se le puede pedir a un hombre? Y sin embargo Daniel Guebel da una vuelta verdaderamente notable en Las mujeres que amé; la escritura del diario queda deliberadamente inconclusa y sólo hacia el final del libro se sabrá el motivo: la relación compleja e intensa que tiene este hombre con eso que llamamos realidad y que para él no es otra cosa que una mezcla entre pensamiento e imaginación, vale decir literatura. Pero antes es necesario que intente ir un poco más lejos y busque acercarse al centro de la incógnita; porque quizá hubo un hecho decisivo en su infancia, algo hizo tal vez, o le hicieron en el momento en que hubo que tomar una decisión sobre la vida de su abuelo y ese acto cambió radicalmente su relación con las mujeres. Todas. Si al fin al cabo, la hermosa máscara ha cambiado, pero como siempre es la única.
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