JUAN FORN
Es el primero de tres tomos que bajo el título general de Los viernes –el día en que salen en la contratapa de Página/12– reúne los artículos de Juan Forn acerca de los escritores, los artistas, su época y su obra. Pero lejos de tomar aquellos aspectos más grandilocuentes que suelen poblar biografías y memorias tan celebratorias como autorizadas, Forn ejerce la microscopía para abordar aquellos momentos que suelen pasar inadvertidos pero sellan para siempre el destino de una persona.
› Por Laura Galarza
Las “contratapas de Forn” son marca registrada. Toda la literatura montada sobre un detalle. Pequeños sucesos en la vida de los grandes, narrados al modo de aquel consejo que Fitzgerald le diera a Hemingway: no cuentes en tres palabras lo que se puede contar en dos. Recién editadas en formato libro, Los viernes –un primer tomo de tres–, las contratapas provocan una experiencia nueva al leerlas juntas. Sin la adrenalina de esperar al fin de la semana, se pone en relieve aquello que las liga en un corpus perfecto. Lo extraordinario que hay en lo humano. Lo humano que se vuelve extraordinario. Que nos emparienta, nos hace iguales: William Faulkner le robó un cuento a su hermano menor John. El hijo disminuido mental de Kenzaburo Oé, Hikari, hace música con el canto de los pájaros y Martha Argerich toca sus piezas. Oliver Sacks concurre cada tercer sábado del mes a la reunión de la Sociedad de Helechos en el segundo subsuelo del Botánico de Brooklyn. Grisha Perelman, el hombre que resolvió la Conjetura de Poincaré (el problema insoluble por antonomasia del mundo de la matemática) rechazó la medalla Fields y un millón de dólares, y se lo ve seguido en el metro de Petersburgo. El cerebro de Einstein viajó en dos tupperwares con formol adentro del baúl de un auto por todo Estados Unidos. Perlitas del fondo del océano que Forn rescata para sus lectores y apoya en la palma de la mano en un acto íntimo y cómplice. Un recorte en la vida de escritores, científicos, políticos, artistas; a veces simplemente hombres y mujeres –incluso su madre y su padre–. Personajes destacados no por la vía del éxito –al contrario, desentierra a varios del olvido– sino por la grandeza de sus actos. De yapa: un mapa, un territorio donde pararse para leer. Cruce entre biografía, obra y época. Y a veces, vasos comunicantes entre la vida de unos y otros que al lector le dan ganas de parase y aplaudir: Robert Lowell, el mismo que descubrió el talento de Flannery O’Connor, descubre a Elizabeth Bishop, y la lleva a trabajar en la biblioteca del Congreso de Washington, y la envía a visitar cada semana a Ezra Pound al psiquiátrico donde sus amigos lo habían encerrado para salvarlo de ser fusilado por traidor a la patria.
Cesare Pavese tenía una editorial con el marido de Natalia Ginzburg. Cuando muere, Pavese codo a codo con Ginzburg mantienen en marcha la editorial. Querían traducir a los rusos y los norteamericanos para cambiarle la cabeza a la Italia de Mussolini. Pero Pavese se suicida, y Ginzburg queda a cargo. Es ella quien desaconseja a Primo Levi publicar Si esto es un hombre. Levi no le hace caso, aunque más tarde se probó que Ginzburg tenía razón, el libro pasó inadvertido.
“En la vida tienes unos cuantos sitios, o quizás uno solo, donde ocurrió algo; y después están todos los demás sitios”, dice Alice Munro. El sitio para Forn –y sus contratapas– quizá pueda ubicarse en la pancreatitis que lo dobló a los 40 años. Corría fines del 2001 y el país también se derrumbaba. Entonces Forn dejó todo y se mudó a Villa Gesell con su mujer y su hija. El principio de aquel final podría fecharse en 1996. De regreso del Wilson Center de Washington –becado para terminar Frivolidad–, y luego de haber pasado por Emecé (entró telefonista, salió asesor literario), y por Planeta, Forn funda Radar que va a dirigir hasta 2002. “Quise hacer una revista cultural que sea un thopos, un lugar por donde uno pudiese sentir que pasaba la cultura, como si pegaras la oreja al piso de la ciudad”, dice en la entrevista para la Audiovideoteca de Escritores. En este sentido es ineludible detenerse en 1997, más precisamente el 29 de enero, día de la muerte de Osvaldo Soriano. A Soriano lo velan a la vuelta de la redacción de Página/12 en la ssde de la Utpba. Los compañeros van y vienen del velorio a la redacción. Es entonces cuando Forn decide levantar Radar y dedicarlo enteramente a Soriano. En pocas horas llueven testimonios de escritores de todo el mundo: Antonio Tabucci, John Berger, Angeles Mastretta. Los de acá, llegan a la redacción a escribir directamente sobre la computadora del diario. Ahí, dice Forn, “se consolidó la identidad de Radar”.
Pero como no todo lo que reluce es oro, a pesar de vivir en el mar y con el tiempo por delante, este Forn recién llegado a la nueva vida no logra escribir la siguiente novela. Llevaba publicadas Corazones (1987), Nadar de noche (1991), Frivolidad (1995) y Puras mentiras (2001). Eso sí, leía como a los veinte: un desaforado. La lectura empezó a rebasarlo, se resistía a que tanto goce se le quedara adentro. No quería leer solo. Y junto a eso, una revelación: las crónicas que estaba escribiendo para Página/12 desde Gesell, no eran notas periodísticas. No escribía una novela porque escribía sobre sus lecturas. Así publica La tierra elegida (2005) y Ningún hombre es una isla (2009) sin duda libros antecesores de Los viernes donde se gestan esos escritos que no se dejan encorsetar: cruza de crónica, ensayo, cuento. Periodismo y literatura. ¿Interesa?, dice Abelardo Castillo que es la pregunta que hay que hacerle a un texto para saber si funciona.
“Pequeñas sorpresas que estallan en las manos”, define Carver un buen cuento y aplica con encanto para estas contratapas que no guardan las formas. Lejos de los cánones de la clásica columna, provocan apertura mental y psíquica. “Siento que es como estar surfeando en una ola hasta que aparece otra, cruzada, y la engancho, dejo que me lleve.” Entonces lo lleva, por ejemplo, a aquella visita a la casa del viejo italiano amigo de su padre, que le cuenta que estuvo internado –ambos enfermos de tuberculosis– con Vasco Pratolini. O que Giuseppe Tomasi di Lampedusa en realidad se convierte en escritor porque su esposa psicoanalista le pide que se busque una tarea que “lo consuele”. O que Marie Bonaparte, paciente de Freud, revela la importancia del clítoris en el orgasmo femenino y hace un estudio de campo con 243 mujeres que permite descubrir el Punto G.
Forn resolvía logaritmos a los 10 años. Hasta que empezó a escribir poesía para molestar a su padre y vengar el deseo insatisfecho de él: ser lo que no se debe. Su padre (“un cerebrito”), quería dibujar y volar aviones, pero siguió la tradición familiar de construir puentes. El hijo, en cambio, nunca pisó la universidad. Su carrera sigue siendo leer contrarreloj.
Juan Forn tiene un don: desacralizar la literatura, acercarla. De la biblioteca a su mesa. Aunque lejos de ofrecer un banquete licuado, Forn hace que la lectura pase directo al torrente sanguíneo. ¡Leé! Parece ser el imperativo que se desprende de Los viernes. En la vereda opuesta a lo que podría ser un catedrático anteojudo y denso que señala con el dedo desde arriba a los iletrados, Forn es más bien un vecino que cada viernes golpea tu puerta para contarte, otra vez, una historia.
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