Dom 02.08.2015
libros

CLAUDIA PIñEIRO

LA MUJER ROTA

Una mujer que decide –pero también debe– reinventar su vida después de un hecho traumático que parece no tener retorno es la protagonista de la nueva novela de Claudia Piñeiro. Alejada formalmente del policial, Una suerte pequeña, sin embargo, lleva las marcas del enigma y la lucha del individuo solitario frente a la sociedad, en su estructura más profunda.

› Por Juan Pablo Bertazza

Los escritores suelen confirmar algún aspecto de su obra justo en ese momento en el que quieren probar algo distinto. Con su última novela, Una suerte pequeña, es probable que Claudia Piñeiro haya intentado explorar nuevos territorios literarios, ir un poco más allá de los ya transitados caminos del policial que tan buenos resultados le deparó, a partir de sus libros más conocidos y emblemáticos: Las viudas de los jueves, Tuya y Betibú, casualmente todas novelas llevadas al cine, a tal punto que es probable que Piñeiro sea hoy la escritora argentina con mayor tasa de adaptaciones cinematográficas en su haber.

Aunque mucho más parecida a Elena sabe (por su intimismo y el peso de la relación filial) que a sus novelas de género, es como si Una suerte pequeña llevara, no obstante, grabados a fuego los recursos del policial en la entraña más profunda de su estructura: algo en la dosificación del enigma narrativo, algo en esa notable simetría que se mantiene en todo el relato y da la impresión de que el libro hubiese sido escrito de atrás para adelante, o incluso en la gravitación que la trama asigna a un episodio fundamental de la novela que se va contando de manera gradual, gracias a un interesante recurso literario que intercala a lo largo de las páginas un párrafo que se va escribiendo de a poco y suelta cada vez más información a medida que se repite.

Lúcido correlato verbal de lo que significa un trauma: aquello que siempre está volviendo porque, precisamente, no se lo logra poner en palabras.

“Se necesitan muchas palabras para contar minutos, segundos, instantes, fracciones de tiempo apenas perceptibles. La secuencia se da con una rapidez que las palabras que la cuentan no pueden acompañar. Así como se pueden necesitar años para que lo que sucede en un instante, y las palabras que lo cuentan, desaparezcan. A veces, incluso, no se logra que desaparezcan nunca. Un instante que nos acompaña la vida entera recreado en palabras una y mil veces como una condena”, describe de manera autorreferencial esta novela que cuenta la historia de una profesora de español que, luego de veinte años, vuelve a su país con el objetivo de supervisar la inclusión de una escuela inglesa de Temperley a un novedoso método pedagógico que lleva el sintomático nombre de “garlic”.

Sin embargo, ese regreso laboral significará, al mismo tiempo, reencontrarse de manera violenta con el pasado que ella misma decidió abandonar debido a las consecuencias irreversibles de ese hecho traumático que protagonizó cuando, a pesar de las señales ferroviarias, decidió cruzar con su auto las vías del tren.

Un episodio fatídico en el que ella y su propio hijo logran apenas sobrevivir, pero que cuesta la vida de un compañerito que viajaba en el asiento de atrás del auto. Y, por supuesto, la condena de todos los vecinos y conocidos.

Aunque aborda diversos temas –los distintos grados de responsabilidad humana en una desgracia, la hipocresía social siempre adepta a la manada y esa suerte pequeña del título que puede significar muchas cosas pero, más que nada, la suerte de vivir para contarla– esta novela se refiere sobre todo al valor y la importancia de las segundas oportunidades.

María Elena Pujol, Marilé Lauría o Mary Lohan son los nombres que alterna esta mujer que cambió de piel y de vida al trasladarse de Temperley a Boston (de la arltiana localidad bonaerense de origen inglés, a la Nueva Inglaterra estadounidense), aun dejando en Buenos Aires el amor más grande, el de su hijo, y con él un enorme interrogante que quizá ni siquiera el tiempo sea capaz de contestar.

Desamparada y a merced de la desgracia (“el dolor sigue allí, lo que lo hace más brutal, como si ocupara un escenario vacío donde todas las luces se concentran sobre él”), María experimenta por lo menos la fortuna de recibir la amabilidad de un extraño, la intervención desinteresada de un hombre llamado Robert Lohan que, debido a un puro golpe de suerte, termina viajando en el asiento de al lado de su avión y una vez en tierra firme la irá ayudando a salir de su estado de pánico e incluso significará para ella una especie de refugio contra semejante temporal.

Primero a través de una escucha atenta y auténtica, y luego mediante el préstamo de libros que servirán a la protagonista como un parcial espejo para desterrar y deconstruir la nefasta mirada que sobre ella fueron delineando los demás: Un tranvía llamado Deseo de Tennessee Williams, La mujer rota de Simone de Beauvoir y “Las niñas se quedan”, relato de Alice Munro que también sirve como epígrafe al libro.

Una suerte pequeña. Claudia Piñeiro Alfaguara 233 páginas

En esa especie de educación o expiación literaria, que también hace las veces de contrapunto a otra parte en que la protagonista recuerda una serie de novelas no tanto por haberlas leído sino por la potencia de sus títulos, podría cifrarse también la singularidad de este libro distinto en la obra de una de las escritoras que hoy cuentan con más lectores en nuestro país.

La primera novela escrita, dicho sea de paso, luego de la trombosis cerebral que, hoy queda claro, no alejó para nada a Claudia Piñeiro de la literatura. Ese extraño arte de hablar de uno mismo cuando se habla de otro, y de explicar y contar las cosas al mismo tiempo.

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