Domingo, 20 de septiembre de 2015 | Hoy
MEMPO GIARDINELLI
Después de diez años, con La última felicidad de Bruno Fólner, Mempo Giardinelli vuelve a la novela, pero más allá de la novedad, lo importante es cómo lo hace: a través del relato de la huida de un personaje escritor a una remota playa al norte de Brasil, se plantea una profunda inmersión en aquello que acompaña al hombre vaya donde vaya, bajo el sol o cualquier otra condición climática. Viaje interior donde se plantea, de fondo, la relación de cada uno de nosotros con los otros.
Por Laura Galarza
A los 64 años, Bruno Fólner cumple el sueño del pibe. Deja todo -trabajo, familia, país- y huye a Praia Macacos, un pueblito al norte de Brasil dispuesto a empezar de cero. Pero la completud es una ilusión que muere con la infancia, así que a Fólner (nombre falso que se pondrá por Fáulkner, su escritor fetiche) ese ligero optimismo que lo recorre, emparda con la culpa por haber hecho lo que hizo. La última felicidad de Bruno Fólner, flamante novela de Mempo Giardinelli, no es un policial en el sentido estricto, pero hay alguien que muere en manos de otro. Aunque en este caso, el crimen, si puede considerárselo así, estará condicionado por el amor, la enfermedad y el padecimiento. Y esa muerte tomará una nueva perspectiva. ¿Cuánto de deseo de dejar todo hay en Bruno Fólner y cuánto de necesidad?
Hacía diez años que Mempo Giardinelli no escribía una novela (desde Visitas después de hora, en 2004), y eso lo tenía inquieto. Algunas de sus novelas anteriores La revolución en bicicleta (1980), Luna caliente (1983), Santo Oficio de la Memoria (1991), Imposible equilibrio (1995), fueron traducidas a más de veinte idiomas y por su obra, Giardinelli ha recibido premios en México, España, Italia y Chile. Entre ellos, el Rómulo Gallegos en 1993. “Quería volver a lo que más satisfacción me da en la vida”, declaró recientemente en un reportaje refiriéndose a la ficción. Giardinelli trabaja como periodista en los diarios Página/12 y Buenos Aires Herald. Además de su labor incalculable a favor de la lectura desde su Fundación en el Chaco y que tiene por lema, “Leer abre los ojos”. De todas maneras, Giardinelli está acostumbrado a ser paciente. Su primera novela ¿Por qué prohibieron el circo?, mención en un concurso de La Opinión en 1973, con jurado de –nada menos–: Rodolfo Walsh, Juan Carlos Onetti, Augusto Roa Bastos y Julio Cortázar, fue quemada durante la dictadura. Así lo contó alguna vez: “Aquella tarde de junio del 76 me llamaron de la editorial y me avisaron que había llegado el ejército. En el allanamiento “limpiaron” la bodega de Losada en la calle Alsina e hicieron una pira de libros. Fue una de las tantas quemas de libros de la dictadura. Y entre lo incinerado, que fueron decenas de miles de libros, estaba el tiraje completo de mi novela”. Esa misma noche, Giardinelli recibió amenazas. Abandonó su departamento y ya no fue a trabajar. Vino el exilio en México entre 1976 y 1985. Al igual que el protagonista de La última felicidad..., (que también es chaqueño y escritor) cuando Giardinelli se fue del país, llevaba solo un boleto de ida, algo de ropa, y unos pocos dólares.
¿Qué añora y de qué se siente al fin libre un hombre que dejó atrás todo lo que fue importante alguna vez? La última felicidad... cumple con aquella premisa que el mismo Giardinelli utilizó para describir el tipo de género negro que le interesa: “Es más importante atrapar al lector que al malhechor”. Porque resulta un verdadero disfrute avanzar los capítulos cortos, muy bien llevados, e intimar con ese Fólner exultante, tomando una caipira o fumando marihuana mirando el mar; y también con el otro, atrapado entre la melancolía y la culpa. Con un lenguaje ágil y consistente, cómplice pero a la vez distante como para golpear al lector donde más duele, Fólner va repasando instantáneas de esa vida que dejó atrás al jugarse “su última ficha”: la historia de amor con Sarita, su mujer, y sus tres hijos. “Todo termina cuando el otro se va”, dice alguien sobre el final de la novela. ¿Hasta dónde será capaz de llegar Fólner en su huida? Esa pregunta mantiene al lector mordiendo el anzuelo que tiende Giardinelli a través de los devaneos mentales de este entrañable personaje que se retuerce en su propia miseria, pero que a la vuelta de página, logra sacar la cabeza fuera del agua. Y acaso porque el amor es lo único que da esperanzas, se enreda con Rejane, una misteriosa mujer del pueblo que viste de blanco (¿o Fólner sólo la imagina?) y que mira al mar esperando el regreso de un hombre.
También la literatura ayuda a sobrevivir. Así que Fólner, aún en las peores circunstancias, no se separa de su Moleskine roja en la que escribe ideas para una nueva novela que proyecta publicar desde el exilio, y cita –a veces para darse ánimos, a veces para comprender– a Pessoa, Onetti o Gombrowicz. Fólner es “un viejo hosco, agrio, hasta hostil” y desde ahí tira dardos al circo en torno a la literatura. “Que se jodan los idiotas que leen libros de moda, las historias playitas que ofrece el mercado, bien redactadas, bien editadas y mejor vendidas, pero playitas en el noventa y nueve por ciento de los casos”. Aunque es implacable también con él: “Fólner, es que estás harto de tus propias limitaciones, tu patológica inseguridad escritural”.
Y como nunca se trata de los hechos sino de cómo se experimentan, La última felicidad... es esencialmente un viaje a los recovecos del alma, esos que se forman con el paso del tiempo y se vuelven cavernas oscuras donde casi nadie quiere meterse. Porque aunque caliente el sol, ahí en la playa, finalmente todo tiene que ver con aquello que sucede dentro. Revisando el proceder de Bruno Fólner, Giardinelli nos pone de cara a lo más oscuro. ¿O quién no deseó alguna vez que alguien desapareciera de su vida? ¿O al menos soñó con el alivio si ese otro dejaba de existir? ¿Quién no hizo responsable al otro de sus propias miserias? “Lo único que se debe hacer en la tempestad, es aferrarse a un madero y flotar sin esfuerzo”. Quizás lo de Fólner es una huida hacia adelante, y entonces lo por venir no es más que otra ilusión. Porque al fin y al cabo como él mismo dice: la vida misma es la asesina.
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