JORGE BOCCANERA
Como poeta Jorge Boccanera es de los conocidos y reconocidos: de esos que ganan premios pero también reciben invitaciones a leer en vivo de Silvio Rodríguez. Criado en el puerto de Ingeniero White, su poesía sigue obsesionada con aquel clima de mestizaje, donde se mezclaba el tango, los marineros y la peluquería de su abuelo. Ahora Boccanera acaban de publicar el poemario Monólogos del necio, pero además editó el libro La pasión de los poetas, donde reúne perfiles de creadores muy diversos puestos en relación con un poema de amor/desamor –desde Neruda hasta Manzi y Nahui Olin– y es autor de un capítulo de Cortázar en Solentiname, donde relata su encuentro con el escritor. En esta entrevista, Boccanera habla de sus años de compositor –grabó con Litto Nebbia–, de su hermano Costas Isychos, uno de los fundadores del partido Syriza, de su relación con Julio Cortázar y su amistad con Juan Gelman.
› Por Juan Pablo Bertazza
“Era así”, cuenta sin preámbulos Jorge Boccanera: “Al lado del puerto donde nací había un restaurante griego y del otro lado un bar americano, en ese bar contrataban a un tipo para que les pegara a los marineros: llegaban los ingleses, por ejemplo, y al primero que encontraban medio distraído lo empezaban a cagar a trompadas. Mientras tanto en el sótano del bar hacían quilombo y rompían maderas y algunas sillas, después llamaban a la cana y le terminaban cobrando guita al marinero, eran unos hijos de puta, y en la parte de arriba del bar había una especie de cabina con una vitrola y una chica a la que le mandaban mensajitos. Era un mundo muy fellinesco que me suscitaba muchas preguntas”.
El poeta recuerda sus años de infancia en el puerto de Ingeniero White (alguna vez llamado Puerto Esperanza) en Bahía Blanca, “la ciudad que nunca vio el mar”, desde una mesa del piso superior de un emblemático bar ubicado en la esquina de Corrientes y Carlos Pellegrini, “ideal para venir con una mina cuando no querés que nadie te vea”, como él mismo sugiere.
Entonces mira una porción de la Avenida Corrientes desde lo alto de un ventanal y vuelve a decir que se crió entre grandes barcos que llegaban a descargar, con multitud de marineros, “y cada uno tenía una lengua distinta, una historia, pensá que al puerto le decían el ‘far west’ y yo que andaba siempre en la calle, todo eso me fascinaba. Pero además del puerto, recuerdo mucho la peluquería que tenía mi abuelo porque yo vivía justo atrás del negocio y, cuando por fin se liberaba, jugaba y daba interminables vueltas en uno de esos sillones enormes y antiguos marca Dossetti de los que todavía guardo uno, eran como naves espaciales. Y lo loco es que para mí la gente que iba a la peluquería lo hacía para venir a visitarme a mí y no a cortarse el pelo”.
Lo que cuenta Boccanera puede leerse también en su extraordinario poema “El peluquero”, dedicado a su abuelo Santiago e incluido en su libro Sordomuda: “Asentaba navajas en un listón de cuero,/ porque era su trabajo arrancarle a los rostros/ sus animales muertos./ Hacía barba y bigote para el espejo atestado de gente./Su navaja pulía aquella superficie,/rasuraba los rostros del espejo y haciendo su trabajo/¿afeitaba al espejo? (…) Un día la muerte, que hojeaba una revista deportiva, dijo:/ ‘me toca a mí’./ Y ocupó aquél sillón, despatarrada y con un remolino/en la cabeza./ ‘Tiene un pelo difícil’, dijo sin voz mi abuelo./ Después, la muerte asentó su navaja y haciendo su trabajo,/ ¿rasuraba al espejo?/ El peluquero se marchó bajo un cielo cualquiera con/ estrellas de talco./ El espejo se pasó la mano por la cara afeitada, suave,/ como un recién nacido.”
Si bien varios de sus libros de poesía tuvieron mucha repercusión (Contraseña, Polvo para morder, Los ojos del pájaro quemado y Palma Real que obtuvo el Premio Casa de América) Boccanera deja en claro que es Sordomuda el libro que más orgullo le da por una suerte de paradoja que lleva implícita: “Si bien ya tuvo once ediciones, ahí hablo de la imposibilidad de la escritura, de las vacas flacas de la poesía, es un libro que tiene mucha metapoesía pero no solo desde lo conceptual sino también a partir del personaje de la sordomuda que te pide una moneda a cambio de mostrarte la lengua. Un personaje que parece sacado de una película de Fellini”, insiste.
Algo de esa temática retoma ahora con Monólogo del necio, el flamante volumen de poesía que acaba de publicar y el primero que escribe después de veinte años. Ya desde el propio título asoma esa fascinación por los límites poéticos, un exhaustivo tour a lo largo de ese estrecho margen que queda entre el abismo de la palabra y el vacío de la comunicación: “¿Quién escribe? El hambre. La voracidad escarba,/ agita un esperpento con los ojos vacíos. No hay letra,/ hay dentellada./ Lo que repuja y muerde”.
En casi todos los poemas de esta nueva serie se advierte ese tono entre dramático y desolador que se corresponde quizás con una época de muchas pérdidas cercanas que sufrió el poeta, la de sus padres y grandes amigos de toda la vida pero que, tal como sucedía también con Sordomuda, no parece imponer ninguna barrera para los lectores porque el libro ya se está traduciendo y publicando en varios países de Latinoamérica y Europa.
Por supuesto, en el origen de esas ideas y temas que saltan de libro en libro como una verdadera obsesión poética mucho tiene que ver, otra vez, la atmósfera enigmática del puerto y el clima aventurero de la vieja peluquería de su abuelo que, después de todo, eran casi lo mismo: “Es que ahí además de todo estaban las revistas de historietas: Patoruzito, Misterix, Hora cero: yo empiezo a escribir cuando en una de esas revistas viene ilustrado un cuento de Lovecraft o Poe. A mi me gustaba dibujar, y empecé a dibujar tibias y calaveras, debía tener nueve años, y agregaba algunas líneas escritas, lo que pasa es que lo que escribía fue desplazando a lo que dibujaba, ahí empecé y no largué más. Además, como mi papá era el cantor de tangos de Bahía Blanca tenía otras dos filitas de revistas que yo leía de El alma que canta y El canta claro. Esas letras de tango fueron muy, muy importantes para mí.”
Y quizás la constelación de temas que trabajará un escritor a lo largo de su vida esté asociada al contenido de los revisteros que tenía al alcance de la mano durante su infancia. Al menos esas viejas revistas tangueras de peluquería influyeron lo suficiente para que música y poesía se fundieran a tal punto en el alma de Boccanera que hoy resultan casi indisociables. Sin ir más lejos, la última sección de su último libro se llama “6 canciones necias”. Y por nombrar solo dos hitos en ese vínculo, cuando Silvio Rodríguez vino a nuestro país hace unos pocos meses lo invitó a leer un poema ante más de 10.000 personas mientras que ahora mismo está en conversaciones con Dino Saluzzi para armar algo juntos que todavía prefiere no revelar.
Letra y música como las dos caras de una misma moneda, como las dos ramas que forman su ascendencia: la italiana por parte del padre y la griega por parte de madre que incluye una figura estelar, la de su primo hermano Costas Isychos con quien de chico jugaba a la pelota, el argentino que emigró a Grecia en 1980 y una década más tarde pasaría a la historia como uno de los fundadores del partido Syriza, además de haberse desempeñado como viceministro de defensa de Alexis Tsipras: “Como en mi familia había varios cantores porque además de mi viejo también estaba mi hermano y una prima griega que ahora canta en Clásica y Moderna, y hasta mi vieja que le viene muy bien practicar letras para luchar contra el Alzheimer, yo formé un grupito de rock y un día me cruzo con el periodista Horacio del Prado, que me presenta a su hermano Alejandro: los dos hijos del dibujante Calé. Con su grupo Saloma, Alejandro le ponía música a Raúl González Tuñón, y después con Litto Nebbia y él terminamos haciendo el disco Dejo constancia con temas míos. Eso fue el comienzo. Después hice canciones que grabaron, por ejemplo, Mercedes Sosa, Luis Enrique Mejía Godoy o Pancho Cabral. La cuestión es que en ese interín me escribe Astor Piazzola que tenía a su hija Diana en México diciéndome que tengo mucho porvenir, que quiere hablar para hacer algo conmigo pero que tiene que ser person to person, entonces me pidió una carpeta con poemas en métrica y fui tan tarado que no le mandé nada”, se lamenta.
Otra forma en que se evidencia esa relación tan intrínseca es con La pasión de los poetas, libro en el que Boccanera reúne perfiles de creadores de distintas estéticas y épocas puestos en relación con un poema de amor/desamor. Entre esos poetas, se cuentan algunos célebres como Pablo Neruda, Idea Vilariño (el poema elegido, en ese caso, es el conmovedor “ya no”), César Vallejo, Lugones, Vicente Huidobro, Enrique Molina y Gabriela Mistral, y otros mucho menos conocidos como Delmira Agustini, Pablo de Rokha y Nahui Olin, a quien Boccanera ya mencionaba en el poema “Arañas” de Sordomuda y cree haberla visto una vez, cuando de su hermosura solo quedaban escombros: “Sí, yo creo que la conocí a ‘ojos verdes’, como le decían, en un hotel de mala muerte en México que se llamaba ‘El sevillano’. Era una mujer pintarrajeada y con vestido largo, que se notaba que había sido hermosa, participaba de sindicatos, conoció a Frida Kahlo, la llamaron a trabajar de Hollywood y se negó a ir, se sacaba fotos desnuda y las mandaba a los hombres del mercado, ella se metió con el primer muralista de México, Manuel Rodríguez Lozano.”
Pero volviendo al asunto de la canción, entre esos perfiles que Boccanera fue desgranando en torno a distintos encuentros y entrevistas (el caso más alucinante es la entrevista ficticia pero absolutamente verosímil que le hace al exótico uruguayo Roberto de las Carreras, a quien Carlos María Domínguez inmortalizó con su novela El bastardo) hay lugar también para compositores como el poeta mexicano Elías Nandino que escribió la letra del popular bolero “Usted”, o el gran Homero Manzi, de quien Boccanera tiene algo muy interesante para decir: “Manzi le afanó mucho a García Lorca. Fijate en imágenes como voz de sombra, el duende del tango y todo ese mundo medio tenebroso. Una vez se lo dije a Horacio Salas y me contestó qué lástima que recién ahora me lo contás, si me lo decías antes lo ponía en la biografía, porque ahora que lo pienso su biblioteca estaba llena de Lorca”.
Además del rico diálogo entre cada poema de amor y la coyuntura biográfica de determinado poeta, este libro ofrece algunos datos poco conocidos como la violación que sufrió a los siete años Gabriela Mistral, un trauma que la premiada con el Nobel no podría olvidar jamás. Por supuesto que cada caso es un mundo: están los poemas de amor que parecen tener más de un destinatario (lo que suele suceder con casi todos los poemas de Neruda), los poemas obsesionados con una única y exclusivísima persona (el caso de “Lluvia” de Tuñón), están también los poemas algo ambiguos de aquellos que están más acostumbrados a ser amados que a amar y hasta el caso de los textos que, en algún punto, adelantan cierto episodio biográfico como ese verso incrustado en “Ausencia” del Lugones apasionado: “Cómo no ha de llorarte todo lo que es hermoso/ y todo lo que es triste porque es capaz de amar,/ si tu ausencia ¡tan larga! se parece al reposo/ de la luna suicida que se ahoga en el mar”.
¿Por qué se suicida Lugones?
–Yo debatí mucho con María Pía López que hizo una biografía sobre él y dijo que, agobiado por la cuestión política, Lugones se mató. Yo digo, por el contrario, que esa pelea política él ya la conocía, lo que no conocía era el amor. A lo que no podía dar un orden era a esa chica, a Aglaura: a los cincuenta y pico le hablaba a próceres y dioses y de repente baja la vista y la ve a ella. El tipo se puede matar por amor, y este tipo mucho más porque defendía la monogamia y se daba cuenta que no podía vivir sin ella. La historia es así: la ex mujer le cuenta a Polo, el hijo, de esa relación, es decir, llama a la policía que es su hijo y él va a hasta la casa de los padres de Aglaura y los amenaza. Ellos la mandan a Uruguay pero lo cierto es que esa chica nunca más se casó y siempre siguió pensando en Lugones.
¿Cómo llegaste a hacer un libro así?
–Creo que este libro combina el periodismo de investigación con la tarea del antólogo ya que he hecho varias compilaciones en México y gracias a ese trabajo me di cuenta de que lo más importante es la diversidad: la madrina del grupo El Ladrillo era Olga Orozco y nos juntábamos también con Cátulo Castillo. Para mí ellos tienen mucho que ver. También estos perfiles tienen algo de relato, en ese sentido marcan mi debut en la narrativa. A pesar de que tiene algunos datos reveladores porque pasé mucho tiempo hablando con biógrafos y familiares, este libro no busca ser escandaloso; de hecho encontré a raíz de esta investigación un poemario inédito de Neruda que me limité a llevar a la Fundación pero ni siquiera lo nombro y hasta me enteré de la existencia de una hija de González Tuñón con una de las hermanas Falcón. A Olga Orozco la entrevisté pero no me dijo mucho de su relación con Enrique Molina que yo creo que duró toda la vida, y me terminó llamando por teléfono poco antes de morir para leerme una carta acerca de lo que pensaba del amor que sí está en el libro.
¿Te ves identificado en algún punto con algunas de las historias de amor incluidas? ¿Si se agregara tu propio perfil, qué poema tuyo elegirías?
–Yo no creo que el amor termine siempre mal, lo que pasa es que muchas de estas historias están hechas de goce y lamentación, de pasión y fracaso, de soledad y plenitud, todo esto se va entremezclando, sí me reconozco en la intensidad y en algo del orden del secreto. Con respecto a lo otro, tengo muchos poemas de amor pero el primero que se me viene a la cabeza es el que cierra Palma real donde yo voy caminando con mi mujer por esa selva dibujada: “Taladrando el follaje caen goterones despanzurrados/ es remoto y futuro lo que veo/ vos conmigo/ en este gran caldero,/ la cuchara de Dios mezcla la selva”.
Al leer estos perfiles da la impresión que todavía queda mucho por investigar incluso de los escritores más famosos.
–Eso mismo pensé yo, incluso tuve que dejar afuera otras historias que quería incluir como la de Borges con Concepción Guerrero a quien le dedica el poema “Sábados” hasta que su madre se inmiscuye en la relación y de la dedicatoria solo quedan las iniciales: “A C.G.”. Pero en general los lectores piensan que ya lo saben todo. No es así. Una vez en los pasillos de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora le dije a uno de hijos de Yupanqui: “Todavía no hay una biografía de tu padre”; claro que poco después salió la de Sergio Pujol. Pero incluso hay escritores sobre los que se escribió muchísimo de los que aun pueden hacerse varios libros con cosas nuevas, sobre todo dos: García Lorca, porque aun se sabe poco de sus viajes, de cuando conoce a Discépolo y Gardel, y el otro es Cortázar, que aun no está bien estudiado.
Precisamente, Boccanera también participa de otra novedad editorial: en este caso como autor de uno de los capítulos que conforman Cortázar en Solentiname (Editora Patria Grande), un volumen de testimonios compilados por Ernesto Cardenal y Sergio Ramírez sobre el viaje clandestino que el escritor realiza en 1976 al archipiélago de Solentiname, en el Gran Lago de Nicaragua, y que marcará no solo la inspiración artística sino un verdadero punto bisagra en su búsqueda de un socialismo humano, en contraste con las dictaduras del continente. Ahí cuenta Boccanera que, luego de una magistral conferencia brindada por Cortázar, él se acercó al estrado para saludarlo sin acudir a ningún honor ni cargo ni privilegio, solo presentándose como “un vecino de Banfield”.
“Es que yo siempre viví a una distancia de siete cuadras de su casa. Cuando por fin lo conozco a Cortázar a principios de los ‘80 no lo había leído a fondo, pero sabía que se la pasaba denunciando a la dictadura argentina y también a la chilena. Después me enteré que en París recibía a muchísima gente, eso me lo dijo Roberto Bolaño. Al igual que cuenta Abelardo Castillo siempre me pasaron cosas muy extrañas con él: que se me acerque un vecino que saca un diarito zonal a contarme que fue a ver a la hermana de Cortázar y le dio poemas inéditos, o un pibe de nombre Castagnino cuyo abuelo se escribía con él: en Costa Rica conozco a unos pibes argentinos que para vivir vendían empanaditas, nos hacemos amigos y ahí me contactan con este pibe que me trae una carpeta con 100 cartas de Cortázar, donde habla de Proust, de cine, de todo, que no estaban recogidas en los libros de Alfaguara. Después está la historia de un ciego que, en medio de la demolición de la casa de Banfield, pide detener todo y hablar con el encargado que le termina regalando una puerta de alambre tejido que el ciego se la lleva en andas.”
¿Cómo definirías a Cortázar?
–Era un sabio de barrio, un tipo que podía aprender alemán solo, pero hay algo que no se dice: cuando él va a Nicaragua marca un contrapeso muy fuerte contra una intelectualidad de derecha nucleada por Octavio Paz que pedía en Centroamérica una salida militar. Sin ningún tipo de tapujos, Paz se pone a elogiar a Reagan, le dan el Premio de Libreros alemanes y entonces salen solicitadas en varios diarios europeos pidiendo que se lo saquen. En ese contexto, Cortázar que ni siquiera era un cuadro político convoca a gente como Harold Pinter, Graham Greene o Salman Rushdie para apoyar una salida política que termina sucediendo. Por eso creo que las polémicas que se promovieron desde acá no contaban con los elementos suficientes. Le decían a Cortázar cosas muy duras como ‘a vos te gustan los negros cubanos pero no los argentinos’. Eso sí: pero hubo alguien que dijo ‘cuando no tengamos voz, el que va a hablar por nosotros va a ser Cortázar’ y ese no fue otro que Haroldo Conti, mirá vos. Esas polémicas solo están fundadas en el argumento de no endiosar pero yo no tengo necesidad de endiosar a nadie: veo a Gelman o al Che como tipos de mi barrio que se animaron a hacer muchas cosas, el tema es que ellos alguna vez los endiosaron y es por eso que los tienen que bajar de arriba.
¿Y a Gelman cómo lo recordás?
Cuando Gelman estaba clandestino y a punto de irse yo organicé un encuentro con el grupo El ladrillo, y ellos se me reían: yo alquilaba una pieza de pensión en la calle Suipacha, y en medio de una lluvia torrencial el tipo vino, cuestión que nos quedamos toda la noche hablando de poesía rodeados por el ruido de sirenas policiales. Después escribí un ensayo sobre su poesía y a partir de ahí mantuvimos una amistad de más de cuarenta años, siendo muy compañeros. De hecho, las últimas veces que vino estaba medio escondido pero yo lo veía. No era un poeta bueno, era un poeta fuera de serie: si vas siguiendo toda su obra, te das cuenta cómo sobre la misma voz va modulando con absoluta libertad, integrando elementos y registros que van del místico español a la jerga porteña con texturas propias del surrealismo. Y no es que nombra el barrio: lo que él tiene es ese lenguaje sobreentendido de barrio que casi no es hablado, que está hecho de guiños. Eso es lo que lograba trasladar a su poesía.
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