ENTREVISTAS > JOHN CONNOLLY
ENTREVISTAS Autor de novelas policiales negrísimas, John Connolly ahora incursiona, junto con su mujer, Jennifer Ridyard, en la ciencia ficción mediante una trilogía llamada Conquista. En esta entrevista, el escritor cuenta su relación con los géneros populares, con el público de los adultos jóvenes, reniega de los lectores nerds y explica por qué nunca quiso ser un escritor irlandés.
› Por Mariana Enriquez
Después de que empezó su carrera, en 1999, con Todo lo que muere, aquel violentísimo thriller que mezclaba la novela negra con el género de horror y presentaba al detective Charlie Parker, el irlandés John Connolly no sólo continuó con su oscura saga –y la profundizó de muchas maneras, creando una mitología propia en quince novelas publicadas y una más, A Time Of Torment, que se editará el año que viene– sino que incursionó en otros géneros, con verdadera voracidad de grafómano. Colecciones de cuentos de terror como Nocturnos (2004), los tres libros de la serie de Samuel Johnson para lectores jóvenes (de 2009 a 2013) y hasta algunos inclasificables como la extraña novela de iniciación El libro de las cosas perdidas de 2006. Lo que nunca había intentando, a pesar de que es un fan del género, es la ciencia ficción. Y ahora Tusquets empezó a publicar su trilogía Conquista. Las crónicas de los invasores, la saga que marca su ingreso en el género, un ingreso que hace acompañado por su pareja, Jennifer Ridyard: los libros fueron escritos a cuatro manos. Eso, lo de compartir escritura, fue lo más difícil de todo, dice el extremadamente afable Connolly en charla con Radar. “Trabajar con otra persona es el doble de trabajo. Debería ser la mitad y sin embargo se duplica. Fue muy difícil y no creo que pueda volver a hacerlo. Los novelistas no colaboran por naturaleza, no hablan con gente, es un trabajo solitario. Creo, eso sí, que me mejoró como escritor, sobre todo al escribir con una mujer.” Conquista es la primera novela de Ridyard, periodista nacida en Sudáfrica y compañera de Connolly, con quien vive en Dublín –aunque pasan muchos meses del año en Estados Unidos–. ¿La colaboración en la escritura ocasionó roces en la pareja? Connolly no se ofende con la pregunta. Un poco, dice. Pero ya está todo solucionado.
¿En qué sentido te mejoró como escritor trabajar con una mujer?
–Toda la saga está completamente orientada a enfatizar el protagonismo de las mujeres. Hay hombres, claro, pero las mujeres, de todas las edades, son más importantes. Heroínas, villanas, poderosas magas. Y yo todavía, en mi campo principal, que es la novela negra, sigo usando estereotipos femeninos. Por ejemplo: en catorce años, nunca puse más de dos mujeres policías por libro. Me parecía ridículo, inverosímil. Tampoco era consciente de que, cuando matás a una mujer en un libro, causás una emoción diferente en el lector y lo difícil que es sacarlas de ese lugar de víctima; pero ese lugar, además de una tentación por el impacto que causa hacia los lectores, es una convención. En mi nueva novela, todas las policías, o casi, son mujeres, y salió naturalmente. Y en El invierno del lobo, la última de Charlie Parker que está publicada en castellano, intenté que la muerte más emotiva sea la de un anciano linyera. No creo que sea una cuestión de corrección política sino de admitir que los tiempos han cambiado. Y yo sigo aprendiendo.
INVASIÓN
Conquista. Las crónicas de los invasores es una serie de novelas de ciencia ficción apuntada a adultos jóvenes (young adults, como define el mercado a este segmento de lectores) pero la escritura de John Connolly y Jennifer Ridyard las pone en un lugar diferenciado de la enorme cantidad de producción de ese género, especialmente en el terreno del fantástico y sus alrededores, que no se preocupa mucho por el estilo o cierta elaboración que supere lo elemental. “¡Hay tanto mal escrito!”, resume Connolly y tiene razón. La trama de Conquista es simple: la Tierra es invadida, en un futuro no muy lejano, por una raza extraterrestre, los ilyrios, que se parecen mucho a los humanos pero son más avanzados. Lo inteligente del libro es que presenta a los dos bandos, los invasores y la Resistencia, en toda su complejidad: ninguno es enteramente heroico ni completamente malvado. Aunque, claro, los ilyrios son los más poderosos y eso les suma responsabilidades. La acción principal transcurre en Edimburgo, donde vive Andrus, el gobernador ilyrio, con su hija adolescente Syl, la primera de su raza nacida en la Tierra. La ciudad está bajo ataque de la Resistencia, liderada por adolescentes: el foco está en Paul y Steven Kerr, dos hermanos que se unieron a la guerrilla después de que su padre, un empleado del zoológico local, fuese asesinado por la policía ilyria, los más malos de todos los invasores. Y aquí vale hacer un paréntesis: en lo que más se despega Conquista de mucha ficción de género para YA es en su intención marcada de introducir la intriga política en la saga. Esto puede resultar fatigoso para los lectores a quienes se dirige pero al mismo tiempo, dice Connolly, se trata de no subestimarlos. Así, el gobierno ilyrio está dividido entre los más amigables militares –que tratan de ser algo así como tiranos benevolentes que reprimen y espían pero les regalan a los invadidos avances científicos que, por ejemplo, alargan la esperanza de vida– y los diplomáticos unidos a La Marca, una orden esotérica de brujas que todo lo saben y lo controlan, asistidas por la Securitat, la policía secreta que, con frecuencia, secuestra y tortura humanos; ellos provocan un golpe de Estado que rompe el equilibrio de poder drásticamente. Claro, siguiendo pautas del género, entre Syl, la hija del gobernador, y Paul, el joven líder de la resistencia, surge de a poco una relación después de que ambos, en diferentes circunstancias, se salvan la vida mutuamente. “Jennifer fue mucho mejor que yo cuando se trataba de escribir la relación entre los adolescentes. Yo, quizá más tosco, prefería escribir sobre los detalles del mundo de los ilyrios”, dice Connolly.
La saga ya tiene una segunda parte, no traducida aún, Empire, y la tercera, Dominion, sale en 2016.
John Connolly dice que detesta que los libros se presenten como “post-apocalípticos”. “¡Son de ciencia ficción!”, se exalta. “Le dicen distopía porque creen que la ciencia ficción no les gusta a las mujeres y ése es otro prejuicio. Lo mismo dicen de la novela negra y es totalmente al revés: la mayoría de los lectores son mujeres y también hay muchas escritoras de género. Esto es ciencia ficción: hay aliens, hay naves, espacio: no hay dudas.”
¿Y por qué escribir para adultos jóvenes?
–Quería escribir para adultos en formación, sin subestimarlos. Y quería escribir ciencia ficción para nuevos lectores, no para los fans. Muchos nerds de la ciencia ficción criticaron duramente el libro, diciendo que es predecible y demás. Ni Jennifer ni yo queríamos inventar la rueda ni somos devotos de la originalidad pero, más importante, estamos en contacto con adolescentes. Yo voy a colegios y les pregunto a los chicos por Blade Runner, por ejemplo, y me miran con ojos vacíos, ¡no saben de qué les estoy hablando! Algunos ni siquiera vieron La Guerra de las Galaxias. Esa es la verdadera separación entre generaciones: creo que la gente de mi edad, de casi cincuenta años, tenía mucho más registro e interés por las producciones culturales anteriores, especialmente de cultura pop o de masas. Los chicos no. Salvo excepciones, que las hay siempre, ven Los Vengadores y películas de superhéroes y ése es su mundo. La gente que lee ficción, y especialmente ficción de género –me incluyo– suele creer que todo el mundo maneja el mismo cuerpo de información que uno. Pero no. Los adolescentes no vieron Alien. No vieron La cosa. No vieron El planeta de los simios, la original. Lo sé porque les paso las películas en los colegios, ¡y les encantan! Sólo que su cultura es tan veloz y variada que, salvo los que tienen interés, rara vez buscan en el pasado inmediato. No quiero escribir para el gordo de 40 años que leyó todo Philip K. Dick, quiero escribir para lectores no especializados. Leo mucha ciencia ficción, pero tampoco soy un especialista. Mi favorito sigue siendo John Wyndham, el autor de El día de los trífidos. Soy bastante anticuado.
Su incursión en la ciencia ficción orientada a adultos jóvenes no sacó a John Connolly del camino de sus novelas negras (o de “private eye”, como se llaman en la tradición norteamericana). Pero su enorme producción, incluso teniendo en cuenta que es un escritor profesional con dedicación exclusiva, parece desproporcionada. “Tengo una disciplina –dice–. Me siento culpable si no escribo todos los días. Me pongo objetivos. Alcanzables, para no odiar mi computadora. Dos mil palabras por día. Un capítulo por día. Cuando empecé a escribir tenía otro trabajo, como todo el mundo. Tuve la suerte de poder convertir la escritura en mi trabajo único, algo que no le pasa a la mayoría. Esa conciencia de privilegio hace que me lo tome con una rutina de trabajador.”
Su última novela de la saga de Charlie Parker, El invierno del lobo, tiene una narrativa casi clásica, casi alegórica, con un guiño a Lovecraft: un pueblo de Maine llamado Prosperous –Connolly ha elegido para su ficción de novela negra + horror el mismo territorio que Stephen King– se mantiene, justamente, próspero frente a la crisis económica que asola la región. ¿Y cómo lo hace? Bueno, sacrificando una vez al año a un inocente en la iglesia del pueblo cuyo suelo necesita “comer”. Viejos y lovecraftianos dioses, antigua magia negra. Charlie Parker se pone a investigar la desaparición de un anciano y su hija y descubre estos horrores, siempre acompañado de sus amigos y compañeros de crimen y aventuras, Louis y Angel, la inefable pareja gay de hombres duros que ya resulta incluso más interesante que el torturado protagonista. Connolly está conforme con la novela, pero, cree, “se ve demasiado mi opinión política y eso es un poco narcicista”.
¿No creés, como muchos, que la novela negra es la novela social de estos tiempos?
–No tanto. Claro que hay cuestiones que son propias del género. La policía sirve al Estado; la novela de detectives, en cambio, va hacia la justicia social. No tiene obligaciones con el Estado y está del lado de la gente pobre o mejor dicho, de la gente abandonada por el Estado. Digo esto esquemáticamente, claro, porque también hay mucha novela negra con esa orientación protagonizada por policías, comisarios y demás, especialmente en Europa. Pero, digamos, así nació la novela de detectives norteamericana. Por eso los thrillers suelen ser tan progresistas. Si Parker favorece a los desposeídos y también lo hace su mirada del mundo, es porque ésa es la mirada de la novela negra. Coincide con lo que yo pienso: no voy a escribir una novela sobre un rico que manda matar pobres y encima con un punto de vista que esté del lado del rico.
Y sin embargo no cree que sea novela sociopolítica.
–No es su primera función ser social. Para mí esa intención es un poco anacrónica, el texto queda fechado. La ficción no es un espejo de la sociedad: es más complejo que eso. No se puede reducir de esa manera. En los 60 y los 70, especialmente en Irlanda, había novelas que sólo eran aceptables porque abrazaban la situación social y política o la conciencia de clase. Yo me rebelé contra eso, contra ser un “escritor irlandés”. No hay nada más aburrido que bajar línea. Leo los diarios, ya sé lo que pasa, no necesito que me lo subrayen. Pero, por supuesto, no es un dilema del que yo esté afuera por completo: en El invierno del lobo se mata para conservar cierta prosperidad económica con enorme crueldad. Claro que es una novela política. Pero el libro también lucha contra eso, o lo fusiona con una clara y desprejuiciada inmersión en el género. Creo que sigo trabajando sobre mis dilemas y elecciones, lo que convierte a la escritura en algo interesante incluso cuando podría cansarme ya, después de tantos años con los mismos protagonistas.
¿Elegir otro país para tus novelas y elegir la ficción de género fue una decisión de no ser un “escritor irlandés”?
–Sí, fue una decisión. En Nocturnos es la primera vez que escribo un cuento que transcurre en Irlanda. En Conquista llego cerca pero no: transcurre en Escocia. Me costó 16 años volver a Irlanda. Y sentí que traicioné mis principios juveniles pero también cierto alivio que, supongo, viene con la madurez. Ser un escritor irlandés es estar comprometido con una forma de ser nacional. Es estar ensimismado y ser muy insular. No estoy en contra de los escritores irlandeses, que quede claro: es que yo no quiero serlo. Me identifico con la tradición anterior a la Independencia: Sheridan Le Fanu, M. R. James, Oscar Wilde y, poco después, James Joyce y Flann O’Brien, que se desmarca –su libro Al nadar, dos pájaros es uno de mis favoritos–. Pero ésa no es la literatura central, salvo quizá Joyce, aunque está muy solo, como es lógico. En mi juventud no se escribía género, ni fantástico ni policial ni nada en Irlanda. La literatura aceptable y aceptada era sobre pobreza, herencia colonial, represión sexual: no se consderaba serio el género. Estoy tan en desacuerdo: uno puede ser muy serio trabajando géneros. Esa expectativa me mataba, no la quería: la tradición de los 60 y 70 me parecía opresiva. John McGahern, por ejemplo, es el modelo: es un escritor buenísimo. Extraordinario. Pero si ésa es tu literatura, tu modelo, tu mandato, es una carga demasiado pesada. Yo soy oscuro, pero trato de no ser depresivo. Es una oscuridad entrenenida. Y que, como se ve, puede ser política. Aunque a veces me pelee con eso.
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