Dom 29.11.2015
libros

ANTONIO DAL MASETTO

PASOS DE UN PEREGRINO

Por estos días se publica Crónica de un caminante (Sudamericana), la novela que Antonio Dal Masetto dejó terminada y corregida pocos días antes de su muerte, un mes atrás. Esta narración sobre los días de un hombre en una isla del Mediterráneo, entre personajes marginados e historias tan mínimas como fabulosas, se encuentra sin embargo lejos del testamento literario, más bien como una muestra de exquisita austeridad, fresca y vital aun en su profunda melancolía. Aquí se anticipan los dos primeros capítulos de la novela.

› Por Claudio Zeiger

Pocos días antes de su muerte, según informa la editorial Sudamericana, Antonio Dal Masetto terminaba de corregir la novela que ahora se publica y que lleva por título Crónica de un caminante. Mejor despedida en una novela apenas póstuma, si cabe la expresión, no puede pedirse. Y no porque en sus páginas haya señales inequívocas de “despedida” o testamento sino porque se trata de un balance tan equilibrado y fino entre narración y vida que todo fluye como si vida y muerte no fueran más que una tranquila contigüidad, una transición tan inevitable como serena, tan permanente como el agua o el aire, tan de ida y vuelta. Cada capítulo logra un destilado de literatura que hace pensar en una artesanía tallada con austeridad, con buen tono, con sensibilidad. Si de una reflexión sobre la experiencia se trata, como en casi todos los libros de Dal Masetto, aquí nos ubicamos a prudente distancia de la falsa sabiduría de la madurez tanto como de la modesta ignorancia de las gentes simples del pueblo.

Aquí, el pueblo es una isla. En el comienzo, el narrador siente que tiene una deuda y que esa deuda lo inquieta, lo hace sentir desarraigado en la ciudad que habita. Hablando con un amigo, esa sensación se desvía hacia otro deseo: irse, fugarse, salirse del lugar, de sí mismo. El amigo le habla de un departamento en una isla del Mediterráneo propiedad de una ex novia amante norteamericana. Algunos días después, el narrador se encuentra en esa tierra insular, entre desposeídos y fugitivos, vecinos acechados por la crisis de los desalojos y una bohemia nocturna y alcohólica a la que le sobra tiempo para deambular de día y juntarse a beber de noche. Entre los personajes inolvidables se destacan dos: la mujer que lo encara y le dice que ellos, antes, hace muchos años, tuvieron una relación que ella noche tras noche reconstruye con minuciosidad frente a la casi total desmemoria y complicidad del narrador, quien todo el tiempo le pide más y más detalles de esa conjetural e improbable vida en común. La historia de ellos dos juntos y por separado es rica en matices pero nada excepcional, lo que es excepcional es el recurso utilizado por Dal Masetto para poner en el centro de la novela un giro narrativo mágico, un hallazgo. El otro personaje es El Pequeño, una especie de trovador del pueblo que cuenta historias inverosímilmente reales, es amigo de las chicas y los marginales y se vuelve una suerte de doble del narrador mientras dura su estancia en la isla. También, como si pasaran detrás de una fugaz pantalla velada, están los vecinos a punto de ser desalojados del departamentito cuya hipoteca no pueden seguir pagando, el chico que a los nueve años es un promisorio pintor de cuadros (guiño autobiográfico muy bien puesto en apenas un brochazo de dos páginas), el dueño del bar cuya misión en la vida parece ser la de tratar de extinguir la sed de los que tienen sed, y algunos otros seres que pueblan un paisaje discreto, de silencio, rocas eternas y el mar.

El paisaje, el tono, las preguntas sin respuesta y las formas narrativas que entran y salen entre la pincelada y el trazo certero, no serán extraños a ningún lector de Dal Masetto. Algo de Fuego a discreción muy atemperado, como contado con el tiempo a su favor, sobrevuela las páginas de Crónica de un caminante; también recuerda a La culpa, pero menos oscuro y hermético y, por supuesto, a ese peregrinaje y deambuleo que hace estela y deja huella en todos sus libros desde el comienzo mítico de Siete de Oro.

A pesar de la riqueza de sus personajes y subtramas, el protagonista de Crónica de un caminante no es otro que el narrador, el escritor entendido como aquel que observa el mundo para registrarlo por escrito, y que lo hace porque no entiende otra manera de vivir que no sea hacer el esfuerzo por contarlo. A lo largo del libro, en cada lugar por donde pasa, el narrador lleva a cuestas una libretita donde anota unas pocas palabras sueltas que solo tendrán el sentido de ser la ayudamemoria del futuro relato. Una de esas palabras escritas es “exclusión”, “porque ésa era una de las conclusiones a la que había llegado hacía tiempo: yo estaba o me sentía excluido, era alguien que miraba el festival del mundo desde afuera a través de los vidrios de la ventana, no había sido invitado o se me había extraviado la invitación o había sido expulsado”. Pero, en definitiva, desde ese lugar desplazado es que Antonio Dal Masetto ha construido toda su literatura, su posición de escritor.

Se ha comentado por ahí que hay otra novela que dejó Dal Masetto protagonizada por un muchacho de pueblo que quiere ser boxeador, así que Crónica de un caminante no sería la última. En cualquier caso está muy lejos de ser un legado, y su perfume de nostalgia y melancolía tiene más que ver con el sabor de lo vivido y lo perdido que con la muerte reciente del escritor. Lo vivido y lo perdido en el más genuino y frontal trato con la vida.

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