JUAN IGNACIO PROVéNDOLA
Contestatario, rebelde, pero no necesariamente comprometido en lo político, el rock nacional, sin embargo, fue atravesando distintas épocas y transformando su propia banda de sonido. Cercano a la militancia en los últimos años, fue también parte de la resistencia en los años 90. Rockpolitik, del periodista Juan Ignacio Provéndola, indaga en las relaciones entre rock, política y poder más allá de los avatares anecdóticos y las imágenes de ocasión.
› Por Fernando Bogado
Mientras Cristina Fernández de Kirchner levantaba las manos para saludar a la multitud que se había juntado en Plaza de Mayo el 9 de diciembre con el objetivo de saludarla en su ya de por sí complejo último día en la presidencia, un tema comenzó a sonar casi a la manera de cierre simbólico. “Juguetes perdidos” de los Redondos se transformaba, de repente, en una canción que condensaba todo el sentimiento político de ese momento, y las “banderas en tu corazón” tomaban una forma menos simbólica y más tangible. A ese hecho, hay que sumarle otros, también recientes: Mauricio Macri bailando al ritmo de Tan Biónica en el bunker, o nombrando a la banda Embajadores Culturales de la Ciudad de Buenos Aires en marzo de 2014, es también parte del mismo ejercicio: la reapropiación por parte del discurso político de la producción artístico-simbólica del discurso del rock (y sus componentes). Y el movimiento también se da del otro lado: Cristian Aldana, de El Otro Yo, se presentaría en 2011 como candidato a legislador por la Ciudad de Buenos Aires embanderado en el Frente para la Victoria, además de haber participado activamente por el desarrollo de la UMI (Unión de Músicos Independientes) y de la sanción de la Ley Nacional de la Música. El rock es una fuerza política que ha cobrado mayor protagonismo y que ha pasado a ser un hecho sociocultural antes que solamente artístico. El libro de Juan Ignacio Provéndola, Rockpolitik: 50 años de rock nacional y sus vínculos con el poder político argentino, es un estudio puntual de los momentos de convergencia del contexto político y de la producción rockera, ya sea desde el momento de abierta oposición (y hasta efectiva persecución del primero sobre el segundo) hasta este presente en donde el rock se convirtió en una producción a tener en cuenta para persuadir y conectarse con la ciudadanía.
Claro está, el vínculo entre la política y el rock no es precisamente patrimonio nativo. Provéndola comienza el libro recuperando su origen y su transformación en el género que hoy conocemos, desde la explosión del Rock and Roll en la década del 50 –con la figura de Elvis a la cabeza– hasta su transformación en un espacio de abierta experimentación luego de las propuestas de las bandas británicas de los 60. El componente contestatario y opositivo ya se encuentra en la propia génesis del género: en principio, funcionó como una lucha generacional entre la música de los jóvenes y la música de los adultos, una suerte de respuesta en forma de baile al jazz que dominaba la esfera popular de los más grandes. Pero también, el rock en su formación poseía componentes que iban a contrapelo de la ética norteamericana de finales de los 50 y principios de los 60, por ejemplo, los temas sexuales, provenientes del blues y el mundo afroamericano, y la armonía vocal del gospel, que aportaba cierto éxtasis religioso que nada tenía que ver con el conservador protestantismo anglosajón. Esos componentes peligrosos ya están condensados en el mismo nombre del género: “rock” significa, literalmente, “mecer”, en un sentido paternal-religioso, y “estremecer”, que puede implicar un éxtasis divino pero, también, el duro trance de los cuerpos en pleno acto sexual. De ahí la peligrosa ambigüedad de la expresión, aún usada, “rock me”.
El libro de Provéndola va abordando diferentes hechos históricos para ir contraponiéndolos con varios sucesos dentro de la historia del rock, haciendo una especie de contrapunto que ilumina determinadas zonas en donde se hace evidente un vínculo entre un costado y el otro, muchas veces condensado en la aparición de un tema en cuya letra, literal o metafóricamente, esa ligazón se trabaja. Por eso, a la hora de empezar a meterse propiamente en el rock argentino, lo primero que retoma es la polémica entre Litto Nebbia y Moris (con Pipo Lernoud como figura mediadora) en torno de la letra de “Ayer nomás”, tema que fue modificado por Los Gatos para poder ser grabado como lado B en el simple donde el lado A no era otro que “La balsa”, disco aparecido en 1967. Tendríamos que esperar al disco de Moris 30 minutos de vida, en 1970, para conocer las palabras originales. Mientras que la primera versión hacía una mención difusa de un joven añorando el amor verdadero, la segunda era una abierta crítica social que reclamaba “En este mes / no tuve mucho que comer”. De ahí, una larga historia de idas y vueltas comenzaría a registrarse entre la política, operando como una instancia de abierta represión o, incluso, de autocensura por parte de los músicos (que suponían que tal o cual cosa no se podía decir o hacer), llegando hasta los difíciles puntos de articulación con el regreso del peronismo y la última dictadura militar, un período de cambios fuertes que pasó del reconocimiento de un obligado ostracismo en “¿Qué se puede hacer salvo ver películas?” o la paranoia como clave existencial en “Hipercandombe” de La Máquina de Hacer Pájaros a esa nota irónica y distante que funda toda una actitud rockera en No bombardeen Buenos Aires, primer disco solista de Charly García. La placa ya definía los modos de operar del rock en el plano de lo político en una frase de Pete Townshend ubicada en el sobre interno de Yendo de la cama al Living: “si se pone de pie para señalar algo que está mal pero no pide sangre para remediarlo, entonces es rock and roll”.
Los tiempos democráticos abrieron una nueva relación con el género que dejó también sus puntos a favor y en contra. Y también sus tragedias: Cromañón es un duro trance que marcó a fuego la relación rock y política y que también abrió un nuevo modo de pensar al “rockero”, a lo que dice o hace y que coincide, también, con una particular concentración pública sobre el compromiso político del músico, algo que antes parecía sólo tangencial. “No tengo claro que la politizacion del rock haya tenido que ver directamente con Cromañón, aunque ambos hayan sido contemporáneos y uno tiende siempre a emparentarlos”, señala Provéndola. “Atribuyo este fenónemo más bien a la recuperación de la política como discurso social y como práctica interpeladora. Hoy la militancia y la identificación ideológicapartidaria vuelven a ser hábitos saludables para el conjunto de la sociedad y era inevitable que el rock se viera influido por este proceso. Luego podemos discutir si está bien o mal que el rock adopte colores políticos y hasta qué punto es saludable y a partir de cuál pierde credibilidad. La respuesta es subjetiva pero, como ejercicio crítico, al menos vale postular una pregunta inquietante: ¿Todo vale con tal de hacerse escuchar?”.
Tal como lo indica el prólogo, este estudio es parte de una nueva línea teórico-académica que se abre sobre el rock como objeto. Ya no es más la mera mención de anécdotas o el relato de los hechos en primera persona lo que impera. El surgimiento de libros como Rockpolitik es indicio de una nueva tendencia en donde la academia, para decirlo de una manera general y hasta poco elegante, le otorga al rock un espacio privilegiado para entender tanto los sucesos históricos como para poder desarmar lógicas que en el presente siguen operando. El lugar de importancia que una figura como Charly García tiene dentro de nuestra sociedad ha podido ser comprobado recientemente considerando el hecho de que una carta abierta de su firma tuvo un peso decisivo en la frustrada designación de Carlos Manfroni como subsecretario de Asuntos Legislativos del Ministerio de Seguridad. El rock, entonces, no es solamente ese juego inocuo con el poder que la foto de García con Menem que ilustra la tapa sugiere. Cambiemos un poco, apenas, la frase de Townshend: señalar algo que está mal y hacer algo para remediarlo, eso también, ahora, puede ser rock.
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