MARCIAL GALA
La literatura cubana, y en general la caribeña, viene cobrando fuerza y es revalorizada por la crítica en los últimos años. Si faltaba un peldaño más para confirmar esta realidad, la publicación de La Catedral de los Negros, de Marcial Gala, llama la atención por la construcción de un mundo y un lenguaje de voces radicalmente original, combinando fantasía y realismo y una atrapante familia de personajes deformes.
› Por Fernando Bogado
Desde hace unos años se va haciendo evidente el hecho de que la narrativa cubana ha tomado un vuelo inesperado y es, por lejos, una de las producciones más interesantes de Hispanoamérica. Valga como ejemplo el encumbrado lugar que está teniendo la producción de Leonardo Padura, quien pasó de ser el escritor de policiales con observaciones un tanto arriesgadas acerca de la Cuba contemporánea, a convertirse en uno de los escritores en lengua castellana de referencia, con dos obras fundamentales: El hombre que amaba a los perros y Herejes. Ese fenómeno, claro está, se puede historizar a partir de la atención que fue teniendo desde la década del 90 en adelante ese complejo territorio que es el Caribe, que tiene tanto a Cuba como a Haití, a República Dominicana como a las costas de algunos países continentales, y todos ellos con una literatura de varios años desconocida para el gran público (pasa con el dominicano Marcio Veloz Maggiolo) o con una producción que pasó de las editoriales regionales a convertirse en mascarón de proa de más de un sello con influencias en el mercado internacional. Estos movimientos, esporádicos o no, siempre producen algo a tener en cuenta y, por suerte, una de esas cosas es la fundamental novela de Marcial Gala La Catedral de los Negros.
La novela, en lugar de un centro, tiene varios, así como en lugar de una voz, tiene voces. Pero, vayamos por parte. Empecemos por la historia. A un barrio marginal de la ciudad de Cienfuegos llamado Punta Gótica arriba una familia compuesta por Arturo Stuart, su esposa Carmen y tres niños, con placa de Camagüey. Stuart tiene un objetivo muy claro en su arribo: construir una catedral. Pronto se pone en contacto con los fieles de la Iglesia del Santo Sacramento del Cristo Redivivo y los convence, tanto con su don de habla como con el dinero de donaciones que llegan directamente de Estados Unidos, de lo necesario de tal monumento arquitectónico y de que Dios está totalmente de su lado. Poco a poco, el barrio comienza a creerle a Arturo y todos colaboran –con un trabajo sin retribución salvo el de la certeza de la fe– en levantar lo que ya se empieza a conocer como La Catedral de los Negros (sí, con mayúsculas).
Pero eso no es lo único que se narra: en el medio, tenemos la historia íntima de la familia Stuart, que sólo se sabe por pedacitos, en donde cada hijo ocupa una especie de lugar mitológico. La más grande, Mary Johannes, tan bella como sencilla y con una inclinación por las artes pictóricas que luego la llevará a la fama; David King, alias el Grillo, conocido tanto por su voz (casi de reguetonero) como por su amable estupidez y el impresionante tamaño de sus genitales; y Samuel Prince, el favorito de la familia, a quien al comienzo los cienfuegueros apodan Gelatina por ser carilindo y un poco gordo, pero que después los obliga por la fuerza a meterse los apodos en donde el sol no llega. Y es que algo oscuro, algo terrible tiene este Prince, con su cara a lo Michael Jackson antes de la operación (según las voces): tan astuto como su padre a la hora de sermonear al pueblo, a medida que el relato avanza sabemos que va a cometer un terrible acto que ha dejado marcada a la comunidad.
Marcial Gala –nacido en La Habana en 1965– nos presenta un mundo partido en voces que funcionan completando cada una el testimonio de la otra, a fin de poder formarse una suerte de vitraux de catedral en donde cada pedacito de vidrio partido conforma un todo tan alucinante como demencial. La forma que elige para organizar su novela es a partir de las declaraciones retrospectivas de diversos personajes del barrio opinando tanto acerca de la familia como de la construcción de la Catedral, además de aportar datos acerca de algún que otro vecino, siguiendo la lógica del chisme. Por eso, pasamos rápidamente de una voz a otra, encadenados, sin poder dejar por un segundo ese complejo engarzamiento que va llevando adelante el texto: Berta, futura amiga de Prince que ve espíritus, se comunica con Aramís, un muchacho asesinado por Ricardo Mora Gutiérrez, alias el Gringo, que es una suerte de psicópata que mata pensando que lo que hace es sólo por necesidad y que está “prendido del palo”, expresión coloquial para hablar de una de las prácticas religiosas afrocubanas más conocidas del país. Y cada uno habla, y opina, y posee expresiones propias que no sólo conforman un carácter, sino que también representa un sector social y una forma de ver al mundo.
¿Qué es lo importante de este procedimiento coral? Como sucede con todas las novelas que lo utilizan, el protagonista allí no es tal o cual personaje, sino el punto geográfico, el lugar, en un determinado momento de su historia. Pasó en Manhattan Transfer de John Dos Passos, pasó en La colmena de Camilo José Cela o, para tomar un ejemplo local y más reciente, pasó en Cámara Gesell de Guillermo Saccomanno. Aquí, el protagonista es Cienfuegos en tanto Caribe en miniatura: la catedral es eso, es un sueño robado al futuro (casi como lo señala el contundente epígrafe de José Lezama Lima que abre el relato: “Cuba tiene sus catedrales en el futuro”), pero también es una ruina, es una construcción que, se nos adelanta apenas comienza la obra, nunca va a ser terminada. Y esa ruina no es algo dejado en algún momento de su construcción, sino algo producido de esa manera particular: como afirman algunos teóricos, el mundo post-caída del Muro sólo puede producir ruinas con olor a distopía, proyectos frustrados de movida que no pueden dejar de ser producidos cual mercancía. La novela de Marcial Gala crea el ejemplo perfecto para esa hipótesis: la Catedral de los Negros nunca se abandonó, ya estaba abandonada desde el comienzo.
Publicada originalmente en 2012 y ganadora del prestigioso premio Alejo Carpentier de novela, La Catedral de los Negros es una obra arquitectónica no sólo por su tema sino por su disposición, algo que le puede recordar al lector los atrevimientos de los escritores reunidos en esa cosa tan de etiqueta pero, aún así, tan tangible que fue el Boom. Y si se ha dicho que la narrativa latinoamericana cambió después de Roberto Bolaño y Los detectives salvajes, hay algo en esta novela de Marcial Gala que entusiasma porque permite descubrir nuevas posibilidades después de ese quiebre de aguas que fue la obra de Bolaño, hasta el punto de que también, promediando la novela, nos damos cuenta de que hay un amable retrato de jóvenes poetas que van por Cienfuegos hablando de ese monumento inacabado y viviendo sus primeras experiencias sexuales, adultas y literarias.
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