Albañil de oficio, militante de izquierda en los años 70, activista hasta el día de hoy, el escritor napolitano Erri De Luca empezó a publicar, ya grande, una obra que hoy se despliega generosa en narrativa, teatro y poesía, y con una especial dedicación a traducir las Sagradas Escrituras del hebreo original, que derivó en Hora Prima, su último libro conocido aquí. Erri De Luca estuvo de visita en Argentina y en esta entrevista reflexiona sobre las relaciones entre literatura y experiencia a partir de los hechos de su propia vida, marcada por su pasión por lo social y lo comunitario, y por los ideales de igualdad y fraternidad.
› Por Gabriel Bellomo
Erri De Luca es en la vida, como en la literatura, un humanista. El escritor, el albañil, el revolucionario, son ejercicios y variaciones de ese oficio inicial. Pero el suyo no es un humanismo renacentista nacido de pulsiones filosóficas, intelectuales o culturales. Se trata de un humanismo laico que un cuerpo de íntimas creencias severamente regidas por la ética, la justicia social y la razón y, sobre todo por el compromiso signado por sus experiencias personales, hacen de él quien es. Las mismas experiencias que, en ese inquietante territorio donde se dividen dominios el bien y el mal, lo llevaron a formar parte del movimiento de extrema izquierda Lotta continua, a conducir un camión de abastecimiento para paliar el sufrimiento de las víctimas serbias bombardeadas por la OTAN, a exponerse a la cárcel por pertenecer a la última generación revolucionaria y afirmar que la revolución no es una inspiración poética sino, en su tiempo y dadas ciertas circunstancias, una necesidad, “una maldita necesidad”, a la par que admite que le interesa la literatura pero no los escritores, sosteniendo que un escritor es como un zapatero que debe hacer buenos zapatos, y que el valor político de su labor es que nadie vaya descalzo. Se podría decir que la edición de su primera obra lo tomó por sorpresa a la edad en la que otros grandes escritores redactaron ya sus memorias. A partir de entonces, entre la publicación de Ahora no, aquí no (Non ora, non qui, Feltrinelli, 1989) y La palabra contraria (La parola contraria Feltrinelli, 2015) la sucesión que abarca narrativa, poesía, teatro, adaptaciones para cine, resulta abrumadora. Recibió, entre otros, los premios France Culture y Femina Étranger, en Francia y Petrarca, en Alemania. Es en uno de los silenciosos salones del Instituto Italiano de Cultura de Buenos Aires (institución oficial que junto a la Embajada de Italia y la Universidad Nacional de Tres de Febrero organizaron su visita a nuestro país), donde a las cinco de la tarde se produce nuestro encuentro.
Erri De Luca es puntual. Al primer contacto se percibe la humildad, la generosa disposición, el interés por el otro. Luego, ante ciertas preguntas, reflexionará mirando siempre tranquilamente a los ojos, con una expresión que refleja tan bien sus palabras: la genuina preocupación por el mundo y por el sufrimiento del hombre que testimonia con militancia y lucidez, al tiempo que exalta el valor de la vida. No parece haber en él lugar para la nostalgia, y nadie podría juzgarlo como un marxista melancólico. En el epílogo a Hora Prima, texto hecho de argumentos basados en la traducción de la Biblia, labor de años llevada a término mediante esa otra forma de militancia que es la comprensión última y cabal de la palabra y que revela la ardua y minuciosa lectura de las Sagradas Escrituras en su original hebreo de madrugada, en horas restadas al sueño, Erri De Luca afirma que como napolitano, es un compendio de sangres. “Soy fruto de una serie de cruces de gentes venidas por tierra y mar a mezclarse con nosotros”. Declara que toda ausencia es injustificada y se concibe a sí mismo como “hijo del siglo más desnaturalizado”. Como Walter Benjamin, como su compatriota Salvatore Satta, Erri De Luca es un gran recordador, y en su persona tanto el recuerdo como la memoria remiten a la infancia, a las voces de la infancia, las mismas que confiesa oír mientras escribe. De los sentidos, afirma, el “oído” es el supremo. Refiere que en Nápoles, ciudad de pasajes estrechos que son más bien pasadizos, se ve poco, apenas centímetros, la mínima distancia que separa un edificio de otro, un balcón de otro, una ventana de otra en esa sinuosa y abigarrada trama urbana. En cambio, se oye. Aquello que “se oye” en Nápoles, ironiza, tiene el valor de verdad material, y su testimonio, puesto a consideración de la justicia, alcanza categoría de sentencia inapelable. Dos sentimientos constituyen su consideración acerca del ser político y, desde su infancia, ambos han prefigurado y determinado sus acciones: uno es el sentimiento de vergüenza, el otro el sentimiento de justicia. Los dos suficientes para que en su juventud haya instituido un altar a, como la designa, su “trinidad heroica”: Marek Edelman, principal insurgente que en la noche del Pésaj del 19 de abril de 1943 comandó el levantamiento del gueto de Varsovia; Ernesto “Che” Guevara y Buenaventura Durruti Dumange, sindicalista y revolucionario anarquista español que combatió en la guerra civil para los republicanos al frente de la columna que llevaba su nombre. La infancia es entonces, para él, “la inmensidad que contiene el mundo entero”, sentencia que nos recuerda aquella otra de Benjamin: “la primera experiencia que el niño tiene del mundo no es que los adultos son más fuertes, sino su incapacidad para hacer magia”. La mirada transparente de Erri De Luca parece contener esas visiones del pasado que, transformadas en “voces”, se le aparecen para ponerse al servicio de sus historias.
En la casi totalidad de sus libros se advierte la lenta construcción de un credo personal, un credo terrenal y humano ¿Porque cree en el hombre que sufre, es que descree de Dios?
–No. Para mí la divinidad es una presencia para aquellos que tienen fe. Yo no siento esta presencia. No la excluyo para los otros, pero sí para mí mismo. Mis historias son historias de experiencias personales, principalmente de carácter físico. Mi conocimiento del mundo se genera a través de los sentidos. Creo que estoy fuera del tiempo desde 1900, porque ha sido un siglo que ha introducido la psicología, que yo ignoro completamente. No hay ninguna introspección psicológica en mis personajes. Soy un tipo presocrático. Antes de Sócrates, cuando los filósofos intentaban explicarse el mundo, Demócrito intentaba descubrir el átomo dentro de la materia. Después cuando llegó Sócrates y dijo “conócete a ti mismo”, en vez de conocer el mundo, ha invertido la ruta de la investigación del hombre hacia sí mismo. No me interesa el “mí mismo”, sino que me interesa el mundo de afuera.
Como escritor italiano, napolitano, destacó la complejidad de la vida en Nápoles durante y después de la segunda guerra mundial. En la mayoría de sus libros y también en sus declaraciones los protagonistas son niños y mujeres viviendo sus vidas durante esa etapa de devastación y resistencia, pero ¿qué sucedió en esa época con los hombres napolitanos y, más concretamente, con su padre?
–Una premisa: hemos sido contemporáneos de la guerra moderna, y la guerra moderna destruye más vidas de civiles que de soldados. La guerra moderna afecta entonces más a las ciudades, a las mujeres, a los niños, como si fueran su objetivo principal. Por eso he escuchado la historia de la voz de las mujeres y no de los hombres. Nápoles es la ciudad que fue más bombardeada de toda Italia, por lo tanto la historia de la guerra era una historia para mí de bombardeos sobre casas, sobre la vida de las personas. Esa fue la guerra para mí en Nápoles. Así es como la viví. Por eso es una historia de mujeres. Ellas tenían el derecho de contarla porque la habían enfrentado y la habían superado. Yo considero el bombardeo aéreo de una ciudad un acto de terrorismo por excelencia, como si fueran muchos 11 de septiembre concentrados, eso es el bombardeo aéreo de una ciudad. Por eso cuando mi país, Italia, a finales del siglo pasado, en 1999, se prestó a bombardear Belgrado y otras ciudades de Serbia, para mí eso era insoportable por nuestra historia precedente, por las pesadillas que quedaron en los sueños de mi madre. Por eso fui a Belgrado en ese período, porque no podía quedarme en la parte de los que bombardeaban, sino solamente en la de las víctimas. Mis reacciones son reacciones emotivas y físicas a la historia.
En más de una oportunidad se refirió a la emigración napolitana hacia América tras la segunda guerra, manifestando que le despertaba más interés el destino de los napolitanos que se dirigieron hacia el sur, que aquellos que emigraron hacia el norte, hacia los Estados Unidos, ¿de dónde proviene ese interés?
–Bueno, porque me parece que fueron acogidos mejor. Aquí, en Buenos Aires, en Montevideo, no había “Ellis Island”, aunque ahora lo considero un lugar de alta civilización con respecto a lo que está sucediendo en el Mediterráneo hoy. Los italianos se repartieron por todo el mundo y aquí encontraron una presencia, y una forma “latina” de albergarlos.
Su pertenencia a “Lotta continua”, su doble condición de obrero y de revolucionario, ¿aplazó la tarea del escritor?
–No, yo siempre me he hecho compañía con la escritura. “Lotta continua” era un movimiento revolucionario de los años 70 en Italia, pero público, no clandestino. Teníamos sede, hacíamos manifestaciones públicas. Nos trataban como clandestinos. Nos arrestaban, nos metían en la cárcel. Teníamos incluso un diario. Era una actividad a la luz del sol, no secreta.
Me detengo en un libro: Hora prima. En él encontramos al menos dos de las labores que parecen constituirlo como hombre y como escritor, su condición de obrero, de albañil, esa tarea tan presente, como usted destaca, en las sagradas escrituras, y su condición de intérprete del original hebreo de la Biblia, labor que desempeñó durante mucho tiempo, que sigue desempeñando, ¿Cuánto de obrero, de albañil y cuánto de intelectual hay en su obra, en su literatura?
–Se trata siempre de una cuestión física. También en las Sagradas Escrituras, en el antiguo hebreo, yo me quedo fascinado por la materialidad de esa escritura, no por la espiritualidad. Cuando traducimos “ánima” o “espíritu”, en hebreo es siempre “viento”. Es algo físico, es el mismo viento que seca las aguas del Mar Rojo, es la misma palabra, un momento muy físico, muy intenso. Cuando un profeta es alcanzado por la divinidad, hay un viento que lo embiste. Lo que me atrae es lo que tiene de material, de físico esa lengua, aunque es la lengua que ha fundado el monoteísmo. Esa fue la última noticia de la religión. En el Mediterráneo existían todas las religiones, todas las divinidades. Los griegos que eran cultores del politeísmo, tenían un altar dedicado al dios desconocido, como para decir “por ahí nos olvidamos de alguno y se ofende”. Hacían sacrificios al dios desconocido. Después ha llegado el monoteísmo que ha barrido con todo. Me da curiosidad la fuerza que había en una lengua pobre. El monoteísmo no se afirmó con el ejército romano, con la cultura griega. Se afirmó con una lengua que en todo contiene poco más de cinco mil vocablos. Lo que me atrae de esa lengua en esa historia, es que esa divinidad decida revelarse con las palabras: “y dice”. Este es el verbo más relacionado con la divinidad. La divinidad hace un montón de cosas en el antiguo testamento, pero lo que más hace es decir. Entones eso significa que esas palabras hacían ocurrir las cosas, producían el mundo. Los seis días de la creación están precedidos por el verbo de la divinidad. Ese decir hace acontecer la creación. Ahí adentro, en esa historia, está el máximo valor alcanzado por esta herramienta, por este instrumento de la palabra. Porque la palabra es de inmediato “cosa cumplida”. Hay un vocablo en hebreo antiguo que quiere decir tanto palabra como hecho cumplido. Para mí, que soy un traficante de la palabra, ahí hay una especie de vértice en el uso de la palabra.
Se advierte un tono autorreferencial en cada uno de sus libros, que son una marca de estilo. ¿De alguna manera, a lo largo de su obra, ha ido anticipando su autobiografía?
–Sí, sí, cuento historias mías, que me han sucedido a mí, o que sucedieron a mi alrededor. Hay un novelista estoniano que dice que sus novelas son una biografía fortificada. Los míos son una biografía un poco reticente.
En relación con la tarea del escritor, usted ha dicho que si lo que hace es solamente decir algo contra el poder, está haciendo solo una parte de su trabajo ¿Cuál sería el trabajo restante para un escritor?
–Lo primero que tiene que hacer un escritor es escribir bien sus páginas. Antes que nada eso. Después, si quiere hacer algo más, eso puede estar bajo esa frase de los proverbios del antiguo testamento que dice: “abre tu boca para el mundo”. Tú, que te ocupas de las palabras, haz que quien no tiene palabra, quien no es escuchado, quien no sabe hablar bien tu lengua, quien está en prisión, quien está oprimido, y por tanto no tiene ya aliento para hablar, conviértete tú en su voz. Esa es la competencia que tiene el que se ocupa de la palabra. Que después esa competencia pueda ir a parar a una falsificación del poder, es inevitable. Pero eso no es lo principal. Lo principal es darle la palabra al mundo.
¿Cómo conviven en usted esa pulsión de traducir las palabras sagradas de la Biblia, con el hecho de ser, en sus palabras, “uno que no cree”?
–La fe no se refiere a la escritura sacra, pero sí a su relación con la divinidad. Si la fe estuviera vinculada con la lectura, los analfabetos serían echados afuera. Yo hago en italiano traducciones de servicio, donde la lengua hebraica original del Antiguo Testamento es superpuesta como marca digital sobre la lengua italiana como copia palabra sobre palabra. Hago ejercicios de fidelidad hacia una lengua, no hacia la fe.
La historia del pequeño protagonista de El día antes de la felicidad comienza en una calle o una plaza entre edificios en Nápoles, y termina, con ese mismo pequeño embarcado y viendo cómo se aleja del golfo ¿Ser exiliado de un país, o ser pobre en ese país como forma de exilio, es parte de aquello por lo que combatió como comunista y como revolucionario?
–La emigración es la colosal forma de exilio de un pueblo hacia una nueva tierra de adopción. Así la humanidad mezcla sus semillas y obedece a la orden de dispersión pronunciada bajo la Torre de Babel. En mi juventud política, en los años 70, las luchas obreras y revolucionarias eran conducidas por obreros meridionales que trabajaban en las cadenas de montaje de las fábricas septentrionales. Era el Sur el que constituía la fuerza del trabajo y conquistaba derechos y respeto. He formado parte de esta emigración interna. He sido obrero en Torino y en Milán. Combatíamos por la dignidad.
Su obsesión por extremar el significado y el significante de la palabra sagrada se manifiesta en su prosa, en su escritura ¿Esa fijación por lo que llamaríamos “la palabra justa”, es en el sentido de Kafka, la palabra es una decisión entre la vida y la muerte, o una manera sutil, casi secreta de trasladar a las ficciones sus ideales políticos?
–Las palabras son cuestión de vida o muerte en un régimen de tiranía y privación de la libertad de expresión. Fuera de esta opresión, un escritor debe ser residente de su propia lengua, habitarla, sentir en una frase el viento que producen las sílabas, y tomarlo para hacérselo sentir al lector. Como escritor, busco la palabra justa e irremplazable.
¿El arte, la literatura en su caso, puede cambiar el rumbo de una vida?
–La literatura es una compañía y una forma de la felicidad. En mi caso, la literatura me ha sacado del oficio de operario después de veinte años. Por supuesto creo que, para un escritor, la literatura cambia los términos de una vida. Pero para mí no ha sido un trabajo, sino el tiempo salvado a un día de trabajo como obrero.
Usted ha escrito sobre María Madre de Cristo. Si aceptáramos por un momento que María Madre existió, que Cristo existió, que Dios existe, que la crucifixión de su hijo Jesucristo fue dispuesta por el Padre para salvar a la humanidad, puesto usted en el corazón de su Madre María ¿diría que ese sacrificio valió la pena?
–Aquella joven madre acepta llevar la gravidez más difícil de la historia sagrada, ofreciendo como mensaje su regazo de esposa prometida a otro. Esa muchacha es una heroína que elige batirse contra el mundo entero en su misión materna. Sabe que es un instrumento de una voluntad superior, pero queda una madre que quisiera proteger a su hijo de alguna misión misteriosa. Una madre no debería morir después que su hijo. Miriam/María, antes de subir a los altares como madre de Cristo, es una figura trágica y a la altura de la tragedia.
Podemos pensar que en África, medio oriente, Latinoamérica, los procesos de migración forzados, los genocidios, la desigualdad social, el desamparo de los más débiles, constituyen hoy la tragedia del mundo. ¿El concepto de izquierda, sigue teniendo para usted significado en estos tiempos?
–Sí, por supuesto. Por lo que se refiere al capitalismo, yo no veo ningún orden en el capitalismo, es un desorden sistemático. No programa, no proyecta nada el capitalismo. Procede por acumulación, por explotación, pero no tiene ningún proyecto. Por otra parte, izquierda para mí es todo aquello que produce esa buena “trinidad laica” que nos han enseñado los franceses: la igualdad, la libertad y la fraternidad. Ese es el programa de la izquierda. La igualdad y la libertad se pueden, con dificultad, conquistar. La fraternidad, no. La fraternidad es el modo con el cual se pueden conseguir la igualdad y la libertad.
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