En 98 segundos sin sombra, la novela de Giovanna Rivero, las diferentes caras de la inocencia marcan el ritmo de la iniciación de la protagonista, una adolescente que idolatra a Ana Frank y pelea con las viejas utopías de su padre.
› Por Sebastián Basualdo
La palabra inocencia tiene una relación íntima con la incapacidad de hacer el mal, al mismo tiempo que refiere a la falta de culpabilidad que atraen las consecuencias de ciertos actos y por extensión: el inocente no puede percibir la maldad en los otros. Y este es el tema central de 98 segundos sin sombra, la primera novela de Giovanna Rivero, escritora nacida en Santa Cruz, Bolivia, autora de varios libros de cuentos, entre los que se destaca Las bestias, y cuyo nombre comenzó a resonar fuertemente luego de haber sido seleccionada en 2011 como uno de “Los 25 secretos mejor guardados de Latinoamérica” por la Feria Internacional del libro de Guadalajara. Para quienes cultivan el cuento, por lo general el salto a la primera novela suele estar impulsado por la fuerza que conlleva el tono autoreferencial en el marco de lo que se denomina novela de iniciación. 98 segundos sin sombra no escapa a ninguna de estas dos características y sin embargo su tratamiento resulta verdaderamente original. “Le he pedido a mamá infinidad de veces que se divorcie, no es tan malo, no te va a salir un sarpullido ni nada que realmente te marque. Si caminás por la calle es imposible que alguien diga: Esa mujer es divorciada. La propia tía Lu es una mujer divorciada y todo el mundo le sigue diciendo ‘señora’. Son otras las maldades que se te notan en la cara. Robar, por ejemplo. Tenés la R de ratera, de rata, de roñosa tatuada en la frente. Además no soy tan injusta como podría pensarse. Yo no dejaría a mamá parada en el medio del desierto”, escribe Genoveva en su cuaderno, tan influenciada por sus lecturas del diario de Ana Frank, que la llevaron a enamorarse de las palabras y de ella misma. Tiene dieciséis años y está atravesando lo mejor de esa etapa febril, aparentemente lúcida y crítica de la adolescencia, palabra que no tiene absolutamente nada que ver con el término adolecer pese a que está tan difundida la relación entre ambas palabras, quizá porque de algún modo es necesario justificar ideológica y culturalmente la clase de adolescente que mejor cuadra para una determinada época.
Lo cierto es que Giovanna Rivero trabaja a partir de esa premisa; pero de una manera indirecta, casi subrepticia. Y el lugar incómodo en el que pone al lector perspicaz es sin duda su mayor logro. Un lector adulto que ha sido atravesado lo suficiente por la experiencia como para haber perdido para siempre la ingenuidad. La inocencia, en el caso de Genoveva; porque 98 segundos sin sombras no es más que la materialización en palabras del universo intelectual y emocional de una chica como cualquier otra, cursando el secundario en un colegio de monjas, enamorada de su hermanito que ha nacido con problemas, viviendo alrededor de sus propias mitologías y angustias, la identificación y el rechazo, en suma, de un mundo que cree comprender y por eso sus juicios de valores resultan tan tajantes y lapidarios: hay cierta clase de adole-scentes que incomodan en la familia, son contestatarios y siempre dan en el centro de los defectos ajenos. Para ellos todo está por venir y están limpios: el infierno son los otros.
Tal vez por eso a Genoveva le resulta tan fácil criticar a su padre, el hombre de su vida, con mantiene una relación de amorodio y lo acusa de un trotskismo transnochado, un tipo derrotado que pasa la mayor parte del tiempo en el bar, viviendo del pasado o de la utopía; y una madre tan condescendiente pero al mismo tiempo distante que optó por la familia al precio de renunciar a ella misma. Y por último una abuela enferma pero sabia, personaje fundamental para darle una vuelta de tuerca a esta novela en el preciso instante en que resulta necesaria una mirada adulta que comience a traducir la inocencia en lo que es verdaderamente: una víctima. A partir de este momento Giovanna Rivero logra, por medio de un gran trabajo en la prosa y la estructura, dividir la trama en dos planos: por un lado la mirada inocente de Genoveva sobre la realidad y por el otro los indicios para el lector que lentamente comenzará a desarticular los mecanismos de perversión que subyacen en los encuentros que mantiene con el Maestro Hernán, un tipo oscuro perteneciente a una secta. Ahora resulta sencillo imaginar que algo terrible va a sucederle a Genoveva; pero eso sería caer en un lugar tan común como predecible y 98 segundos sin sombra es una novela tan sutil como la inocencia misma.
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