FEDERICO JEANMAIRE
Como en algunos de sus libros anteriores, Federico Jeanmaire sale por un rato de la Argentina para plantear una elusiva novela sobre la escritura, la identidad y la distancia. En el caso de Tacos altos se trata de China, un lugar tan remoto como, en este caso, carente de exotismos, y que a través de la emigración también se conecta con el universo cotidiano de un supermercado chino bonaerense.
› Por Fernando Krapp
A lo largo de los años, Federico Jeanmaire se fue convirtiendo en lo que todo escritor con una extensa obra atrás busca y secretamente quiere: convertise en una voz-texto. A simple vista, y para quienes estén familiariazados con sus libros, el estilo de Jeanmaire salta en la primeras tres oraciones de su última novela, Tacos altos: “Me cuesta el pasado. Y me cuesta el futuro, también. Soy china, me defiendo siempre”. Una cierta prosodia, un marcado ritmo propio, un trabajo minucioso e invisible con la oralidad, un uso consciente de la frase, una forma confesional de atraer al lector, acaso de seducirlo lentamente. Y de a poco, el borramiento de todo tipo de género; la sensación de estar avanzando por un territorio difuso, ligeramente dislocado.
No es la primera vez que Jeanmaire trata la problemática de la identidad en alguno de sus libros, o que ubica a sus personajes y la acción de la trama (“trama” es una palabra que Jeanmaire pondría muy en duda) en un lugar que no sea Argentina. Países Bajos, por ejemplo, retrataba la experiencia de un exiliado argentino en Holanda. Vida Interior (novela que recibió el Premio Emecé), narraba el encuentro entre un argentino y su novia finlandesa (llamada en el libro simplemente como Finlandia) en un cuarto de una ciudad de México. La patria se movía por distintas ciudades de Europa como un diario de viaje gitano. Ahora Tacos altos es narrado por una china que anota en un diario su historia partida entre el pueblo de Suzhou, al norte de China, y Glew, localidad sur del conurbano bonaerense, donde su padre regenteaba un supermercado.
El disparador de la historia, contó recientemente Jeanmaire en una entrevista, fue una noticia leída en un diario, y un viaje a China realizado en compañía de su hijo. Un hecho real que le permitió al autor de Más liviano que el aire poner en funcionamiento su propia voz textual. Ahí, narra la confesión de Lin Su Nuam. Una china que confunde en su escritura el tiempo y los territorios. Puede narrar sobre la abulia en las plazas de árboles escuálidos de Glew y las caras cansadas de los compradores en el supermercado de su padre. Al mismo tiempo, recordar y rememorar las enseñanzas (siempre son chinas las enseñanzas) de su abuelo Tin Yan Bo en China. De un punto del planeta al otro, condensados en los mismos párrafos, o en un salto de párrafo a otro, donde el tiempo presente parece un espejo deforme del pasado y un presagio latente de una acción futura. El diario de Lin Su Nuam (Sonia para el territorio argento) reflexiona no solo sobre cuestiones de tipo éticas, es decir, sobre los usos de la Justicia, la funcionalidad de la Venganza, sino sobre la escritura. La escritura como un espacio de construcción de identidad en tiempo presente continuo (no solo porque la escritura en chino no conoce otros tiempos verbales, sino porque funciona en el texto como un estado de enrarecimiento y cuestionamiento).
La patria es la lengua, parece recordar Tacos altos, retomando un poco aquella vieja y bella frase heideggeriana que todo estudiante aplicado anotó alguna vez en sus cuadernos (“el lenguaje es la casa del ser”). En el caso de Lin Su Nuam, la patria (esa enorme casa) no tiene límites precisos, es un territorio de evasión y de pertenencia. Una geografía hecha de recuerdos, sensaciones, ideas, observaciones; donde, por un lado, rememora la experiencia de su pasado (y al mismo tiempo su presente) chino, con sus años de sabiduría que la respaldan y le proporcionan una metodología y un pragmatismo para conseguir trabajo en una empresa gaseoducta. Por el otro, su recuerdo del castellano, su pasado (y por momentos su presente) como hija del comerciante e inmigrante chino, en el improvisado conurbano sur bonaerense, localidad acéfala y con apenas un lustro de Historia y tradición.
Esos dos lugares se tocan y se repelen, se encuentran y se despegan, se integran y se friccionan, bajo la acción de escribir. El lenguaje, la escritura de Lin Su Nuam, o Sonia, funcionan para dilatar una acción, una toma de decisión y al mismo tiempo de posición. Lin Su Nuam pospone una decisión por la que toda la novela, el arte de Jeanmaire en este caso, confabula sobre la misma escritura. Una trama de repeticiones y dilaciones, como en el caso de Vida Interior donde el pasado se va replegando sobre la situación enferma que vive su narrador. O como en Más liviano que el aire donde la narradora pide tiempo y dilata el breve espacio de un baño para construir, con esa máquina de narrar que es su potencia oculta, una maquinaria que le permita compartir su pasado. Las palabras se van eligiendo a sí mismas, se toman el tiempo de encontrar su espacio en la trama, en la forma, a veces pictórica desde la composición de la hoja, que toman las novelas de Federico Jeanmaire. Quien lentamente, de novela en novela, va contruyendo una literatura con sus propias obsesiones; una voz-texto que va modulando de la metaliteratura a las formas confesionales y autobiográficas, y de ahí, a una libertad formal que se despliega como agua derramada sobre un papel. Una literatura a veces secreta, a veces pública; siempre obligatoria para pensar la narrativa argentina contemporánea.
Vale volver a Su Nuam y una anotación en su diario, texto, novela, para cerrar: “Quizás escribir sea esto. Una enorme máquina que funciona con recuerdos y que dentro de su propio mecanismo interno, necesita recordar no solo los hechos que suceden sino también las palabras lindas, que la gente no utiliza demasiado”.
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