EN FOCO A cuatrocientos años de su muerte y casi cien más de su nacimiento, una biografía de Cervantes no puede ser sino un ejercicio conjetural, una lectura de lecturas que todo el tiempo choca contra el vacío documental. Después de haberse destacado con los volúmenes dedicados a los controvertidos intelectuales Dionisio Ridruejo y José Ortega y Gasset, Jordi Gracia acometió la casi quijotesca tarea de narrar vida y obra de Cervantes. El resultado es un acertado ejercicio crítico ejecutado con mucha libertad y conocimiento de la literatura española del Siglo de Oro, el reinado de Felipe II y las luchas del reino español contra los enemigos de la religión católica.
› Por Violeta Serrano
El rostro espigado y serio no va más. El fondo negro del cuadro se aclara. El gesto sufriente y la mano perdida como un sacrificio por el que llorar se difumina y cambia. El catedrático de literatura de la Universidad de Barcelona, Jordi Gracia, ha refundado la imagen de don Miguel de Cervantes. Se queda corto aquello de nombrarlo como el manco de la batalla de Lepanto. Ahora parece ser que el genio era algo así como un guasón atrevido que no sentía rencor ni prodigaba lamentos. Sólo alguien de ese talante podría haber sido capaz de escribir el clásico por excelencia, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, que en su día fue, por sobre todas las cosas, una extravagancia. A grandes rasgos, esa es la hipótesis sobre la que se asienta la biografía Miguel de Cervantes. La conquista de la ironía. Y lo de ironía es importante, claro, porque con ese plus, Gracia subraya el valor fundamental de la obra máxima de Cervantes: abrir una nueva forma de pensar revolucionaria para su tiempo, es decir, la posibilidad de que algo fuese a la vez la cara y la cruz, la afirmación y su contrario, el Quijote de la primera parte y el de la segunda, el cuerdo y el loco, el de los molinos y el enamorado caballero andante. Nada de esto es casual, por supuesto. Se trata de un libro por encargo que coincide con el cuarto centenario de la muerte de Cervantes y con el recientísimo aniversario de la publicación del Quijote. Como fuere, lo cierto es que significa todo un desafío para quien ose aceptarlo. Incluso para el catalán Gracia, que cuando lo hace, es ya autor de dos notables obras de similares características. O no tanto.
La construcción de la biografía del autor más universal de la España del Siglo de Oro no es ningún camino de rosas. La última escrita había sido la del francés Jean Cannavagio, en 1984. Jordi Gracia la leyó, claro, y miles de páginas más. Horas y toneladas de investigación para realizar lo único posible: una interpretación del autor a través de su obra completa. Porque acá no había nada más allá de un vacío sideral, y la historia de un gigante sin back up. De los miles de documentos vinculados a Miguel de Cervantes, casi ninguno sirve para colegir una vida cuya realidad pueda ser más o menos contrastable. ¿Intercambios epistolares? Nada. ¿Un diario conservado? Mucho menos. El material más valioso estaba en los prólogos a sus propias obras, lo que otros dejaron escrito sobre él y la obra misma. Acá Jordi Gracia tiene que resucitar al autor, y no matarlo, con permiso de Barthes, para que su hilo tenga algún sentido cabal. ¿Cuánto hay de la vida de Cervantes en sus Novelas ejemplares, en La Galatea, en Los trabajos de Persiles y Sigismunda y, por supuesto, en el inmortal Quijote?
Gracia tira de la cuerda de la ficción y deja claro, al final de 400 páginas de relato, que tiene argumentos suficientes para afirmar que su interpretación es válida. Deja constancia de haber buscado hasta debajo de las piedras y haber desempolvado documentos hasta el hartazgo pero, sobre todo, de haber leído con fruición toda la literatura de Cervantes. Y señala que ha comentado y refutado, haciendo caso o no –según su criterio, que para eso es el autor de la biografía en cuestión– a verdaderos entendidos en el tema como los catedráticos de la Universidad Autónoma de Barcelona, Francisco Rico y Alberto Blecua, entre otros. Incluso asegura que su mujer, Isabel, y sus hijos, han vivido el tiempo en que tardó en realizar este trabajo –para el que llenó hasta 15 libretas de anotaciones– agolpados en el esfuerzo titánico de meterse en la cabeza de Cervantes, un tipo que lleva muerto cuatro siglos. Lo cual es mucho como para poder rastrear una posible verdad. Quizás por esta razón, Gracia finaliza su texto así: “Hace rato que no le veo demasiado bien pero creo que ahora también he dejado de oírle”. Esta salvedad no ocurre en el caso de los otros autores que ha biografiado hasta la fecha, cuyos cadáveres están, aún, mucho más frescos. Quizás su libro más conocido sea el de Ortega y Gasset, pero también publicó La vida rescatada de Dionisio Ridruejo (Anagrama), un escritor español, primero fascista y, después, arrepentido y convertido en un furibundo enemigo de Franco. Este último le sirvió bastante para establecer paralelismos con la esencia del carácter de Cervantes quien, en su tierna juventud, defendió con convicción aquello de acabar con el “perro moro”, pero que sin embargo, dejó pruebas de su carácter noble y dialogante en distintos episodios, según Gracia. Quizás el más conocido sea el de su etapa preso en Argel, de donde intentó escapar hasta cuatro veces sin morir ninguna (dato extraño que algunos vinculan a que tenía los favores sexuales de su secuestrador, Hasán Bajá, cosa que Gracia se apresura a desmentir). Dejó que se fuera su hermano, quedando él preso. Y años después, eso sí, cuando pudo regresar a España gracias al pago que sus padres consiguieron juntar, denunció la situación en la obra de teatro Los tratos de Argel, uno de sus trabajos más políticos en el que lamentaba la situación de miles de cristianos aún presos en aquella ciudad en pleno reinado de Felipe II.
El teatro era, entonces, la industria cultural por excelencia. En ella Lope de Vega era Tinelli. Y Cervantes, un motivo de disputa. Las riñas y dardos envenenados que se lanzaron el uno al otro están también reflejadas en este libro. Lope de Vega se retrata acá como un insolente y soberbio mientras que, Cervantes, tal vez por su ventaja en años, aparece como un luchador mucho más elegante e ingenioso. Todo un caballero. Aunque resulta curioso que Cervantes recrimine a Lope de Vega el hecho de saltarse todas las reglas del teatro para triunfar. Cervantes haría exactamente lo mismo al escribir el Quijote. Obviar todas las leyes consensuadas de la literatura de su tiempo. Transgredir todo lo posible hasta el momento. Todo. Llevar al límite el concepto de invención literaria en un recién empezado siglo XVII.
¿Cómo articular la hazaña de la biografía de semejante genio? En primer lugar, el autor se decanta por respetar rigurosamente el orden cronológico de los acontecimientos. Por esa razón, la gesta del Quijote no aparece hasta la mitad del libro, cuando Cervantes ya peinaba canas y añoraba parte de su dentadura. Para captar la esencia o el hilo conductor del texto en sí, Jordi Gracia valora, en un principio, escribir creando un paralelismo entre Montaigne, que revolucionó su época creando el género del ensayo, y Cervantes que, como está consensuado, revolucionó la literatura toda e incluso, prefiguró el pensamiento moderno. Pero se da cuenta de que no es posible: a Montaigne lo leían eruditos y basta. Sin embargo, uno de los valores fundamentales de la obra cervantina es que llegaba a todo tipo de público. De hecho, el Quijote, fue un éxito continuado de ventas, a pesar de competir en su momento con Guzmán de Alfarache, un verdadero best-seller de la época. Más que comparable a Montaigne, Gracia afirma que la historia del Quijote tiene que ver con la génesis de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. Ambos autores se ponen, casi al final de sus vidas, a indagar en su experiencia para dar con una receta mágica que les catapultará, –más de un siglo después en el caso de Cervantes, ya que su valor real empieza a ser descubierto por los ingleses Fielding, Richardson y Sterne– al parnaso de los genios de la literatura universal.
El Quijote nace de un cuento. Es, en origen, una de las Novelas ejemplares que Cervantes construye. Pero, en esa tesitura, se da cuenta de que dos de los personajes que ha inventado dan para mucho más. Y se atreve. Porque a la altura de la vida en que está, bastante viejo y experimentado, “semidifunto”, incluso llega a decir, le importa más o menos un bledo lo que el canon pueda opinar sobre el bien y el mal en cuanto a lo que materia literaria se refiere. Además, lleva más de diez años ausente dentro del ámbito de las letras. Va al texto, entonces, con la mayor libertad de la que es capaz. Y es capaz de tanta que no sólo inventa la novela moderna sino que crea una obra que no ha sido denostada jamás en la historia de la literatura de Occidente. Aunque, por supuesto, él no tiene idea de haberlo hecho. Le molesta muchísimo que no le valoren más que como el autor de un disparate que vende bien, pero que no es digno de virtud por los entendidos. De hecho, tanto la primera parte del Quijote como la segunda, fue impresa con una sorprendente cantidad de errores ortográficos, señal del poco respeto que le tenían al texto. Poco podía hacer él, que terminó sus días con apenas seis dientes, calvo y con joroba, y malviviendo con su mujer, Catalina, pero, como asegura Gracia, sin lamentos. ¿No pudo estar holgado en vida? Es cierto, no pudo, pero, ¿quién puede sino sobrevivir de la literatura? Ni en el siglo XVII ni hoy esta realidad ha cambiado demasiado en las letras hispanas. De hecho, a pesar de esta constatación, es en su última etapa en la que mayor caudal de escritura mantiene y aflora en él ese humor irónico que Gracia asegura que es la matriz de su obra. Un miércoles, terminando el Persiles, escribe que con suerte él, quizás, llegue vivo al domingo. Pero no. Muere el sábado. Es el 22 de abril de 1616.
Más allá de una escritura un tanto contaminada por el lenguaje académico que todo catedrático supura, el punto de vista que Gracia elige es fantástico. Estamos, de algún modo, en la cabeza del mismísimo don Miguel. No se presenta como un manco depresivo, sino como un viejo audaz y ponderado, amigo de los más jóvenes talentos de aquel tiempo, con una admiración declarada hacia Quevedo que, en aquel entonces, podría haber sido su hijo. A pesar de que Gracia decide iniciar su relato en los antecedentes familiares para dejar claro que la vida de Cervantes fue un continuo ir y venir de angustias económicas, siempre se marca la idea de que estos desmanes jamás le convirtieron en una persona infeliz o rencorosa. Fue el tercer hijo de Rodrigo de Cervantes y Leonor de Cortinas. Queda confirmado que tuvo bienes embargados de acá para allá e incluso algunos problemas con el fisco en su madurez que le llevarán a prisión un tiempo. Todo eso estaría en la vida de don Miguel que, no en vano, se dedicó durante más de quince años a ser recaudador para el reinado de Felipe II. Esta experiencia, que tuvo como centro neurálgico Sevilla, al sur de España, fue crucial para su obra literaria. Significó que Cervantes vivió, durante varios años, en una de las ciudades más bulliciosas del siglo XVI. Y eso, también, está en su obra.
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