Dom 31.07.2016
libros

VIRGINIA FEINMANN

ENTRADAS DE UNA VIDA

Del aguafuerte al microrrelato, de la crónica sagaz de costumbres al manifiesto de género, el primer libro de Virginia Feinmann instala la literatura en el terreno de las intervenciones en redes, irrumpiendo con gracia y energía.

› Por Sergio Kisielewsky

La sensación de tocar un primer libro, el roce de la escritura con un sueño al fin realizado como si fuera la concreción de la cita con el amante, el encuentro se produce como un rayo, la escritura de Virginia Feinmann atraviesa sin prisa pero sin pausa el despertar del deseo, la vida familiar, la adolescencia que se deshilvana apenas a los 40 y siempre la vida amorosa al borde, siempre aparte y cerca del abismo. Se puede tomar el libro y leerlo como una novela romántica en su mejor concepto: intrigas, decepción, contratiempos y cuerpos en llamas, pero también como instantáneas de una escritora que vive y da sus clases en un mono ambiente donde se ponen y se sacan las cosas para disimular la falta de espacio. Aventuras de una mujer recién separada y que de un plumazo se arriesga como pocas a evocar a su ex como una trituradora con forma de letras de tango que abarca todo el libro; una mujer en estado de ebullición, una implosión melancólica que a pesar suyo no esquiva los momentos de humor y el grotesco como también los escapes fantasiosos para olvidar.

¿El texto es una novela, un diario íntimo, son aguafuertes? Los géneros caen por el acantilado de las etiquetas y Virginia construye un solo bloque donde la chica rebota de impaciencia por las paredes, tiene una sesiones de terapia de dos horas y decenas de trabajos para solventarse, pero lo que importa es que aquí hay un mundo afectivo construido en soledad que no deja paso a la auto indulgencia ni al toque cursi, una obra con el mal de amor en carne viva (“Pata de mono que mi marido me vuelva a querer”) donde todo alude al ausente desde un plomero y su historia de caños rotos y el tono que eligió la escritora para ejecutar su modo de posicionarse en la escritura. El tono dice más que lo que cuenta pero lo que queda en el lector es la sensación de que alguien escribió y rescató toda el agua y tinta del aljibe. Además se permite incluir una visita a una abuela (con la que nunca se llevó bien) internada en un sanatorio y ponerse a llorar en la mitad de la nada. ¿Confesión, autobiografía? Como pocas veces en las escritoras de su generación una mujer sangra por la letra, es un torrente, un aluvión que no puede dejar de ver el cráter que dejó la impiedad de su amante. Deja expuesta la llaga, la cadencia de malevaje de mujer que llega hasta la casa de su hombre con la mano alzada de escritura, que toca el borde de los gladiolos y que puede por momentos ser Niní Marshall porque ya que estamos en tiempos borgeanos siempre el coraje es mejor, la esperanza no se tira por la alcantarilla por un solo “no”. El primer libro de Virginia Feinmann, que también es periodista y traductora, no lo exige pero lo invoca: rendirse a sus pies no es fruto de una imposición sino de la evidencia. Dejar ver las cicatrices no es poco, resulta en este caso un parto de escritura y lectura. Evoca el mejor abordaje en su género y se emparienta con el estilo de la escritora y docente Margarita Roncarolo que publicó Te vas a acordar de mí, una suerte de manifiesto familiar donde la nostalgia hace ruido de hembra y va por todo; Feinmann, en cambio, reduce al mínimo el desbande que ocasionó el tropiezo de un corazón roto para construir un manual de perdedora serial y como se sabe, en estos casos el que gana es el lector y la lectora en ciernes que se aprovecha más de los conflictos ajenos que de la felicidad de los otros.

Cuando el sexo tiene el tamaño de una zapatilla del amante en medio del living, cuando la nariz es blanco erótico para bucear en el otro, cuando las hermanas se cruzan en un único diálogo de película, entonces resulta evidente que los detalles en la conformación de una obra no restan sino suman a la capacidad de sugerir. Recurso y don que deberá tomarse en cuenta para que no todo se sirva en bandeja a la hora de escribir relatos.

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