GABRIELA WIENER
En su último paso por Buenos Aires, dos años atrás en Tecnópolis, Gabriela Wiener mostró sus dotes de performer exponiendo su vida en escena con textos que hoy forman parte del flamante Llamada perdida (Malpaso), un libro que combina ensayos autobiográficos, crónicas urbanas y aguafuertes cotidianas. Nacida en Perú pero residiendo actualmente en España, la poeta y periodista gonzo reflexiona sobre la tarea de escribir desde la experiencia íntima, su conexión y diferencia con otros autores confesionales, los mecanismos y límites de la exhibición y su extrañamiento ante el mundo literario.
› Por Ana Fornaro
En un auditorio de Tecnópolis, frente a un público hipnotizado, Gabriela Wiener desplegó sobre la mesa el contenido de un maletín de cuero marrón traído especialmente de España, su base de operaciones desde hace trece años. La cronista y poeta peruana, cultora confesional del periodismo gonzo, sacó sus “miserias adolescentes”(así las había llamado horas antes en su página de Facebook) en forma de poemas, ensayos, cartas, entradas de sus diarios íntimos, y las fue exhibiendo entre el desparpajo y una timidez insospechada. Porque Wiener funciona a distintas velocidades, se autodisecciona a muchos niveles, dependiendo del bisturí que haya elegido. La performance porteña de hace un par de años fue en el marco del Encuentro Federal de la Palabra y alternó las carcajadas de la audiencia –puede ser muy graciosa– y silencios pudorosos por escenas de alto voltaje que la escritora fue leyendo mientras se desnudaba literariamente. Con la gestualidad de una niña terrible que abre su valijita de Pandora, Wiener hizo un recorrido por su infancia y juventud peruanas, su adultez e inmadurez españolas. En su maletín-obra conviven las experiencias sexuales, la educación política y sentimental, la memoria selectiva y colectiva. “Para alguien a quien no le gusta demasiado ser quién es, resulta fascinante tener la posibilidad de ser otro. Soy como un espectro buscando un organismo que habitar. Después de cada trío, Jaime y yo a solas rememoramos lo vivido. Entonces juego a ser ellas, con sus nombres y sus formas, con el tono de sus gemidos; copio sus movimientos en la cama, sus maneras de apretarse a Jaime y palpitar. Me convierto en ellas, encuentro dónde habitar. Le pido a Jaime que me llame por sus nombres. Como suele pasar con estas cosas, lo que para uno es una enfermedad, para otros es un remedio. A veces, en mitad del juego, Jaime me coge la cabeza y dice mi nombre mirándome a los ojos: ‘Gabriela’. Y yo lloro sin saber por qué”, leyó esa tarde en Tecnópolis, cerrando el maletín de cuero. Esas palabras en voz alta hoy pueden encontrarse en Llamada perdida, su último libro de no ficción que reúne ensayos autobiográficos, aguafuertes cotidianas, cartas sin un destinatario claro, perfiles de Corín Tellado e Isabel Allende, una crónica en forma de historieta y hasta un autorreportaje. Llamada perdida es un buen muestrario de los lugares adonde la autora es capaz de llegar, de la amplitud de sus registros. Wiener se inició en periodismo a los veinte años, metiéndose en submundos limeños para contarlos en un suplemento dominical; luego se fue sumergiendo cada vez más hondo en sus historias, poniendo el cuerpo sí, pero sobre todo su voz. En esas primeras épocas (aunque después también), algunos editores le pedían que no se involucrara tanto en las notas, que se apaciguara, que se corriera del centro para rendir cierta pleitesía a la mentada objetividad. Hasta que Julio Villanueva Chang, editor de la revista peruana Etiqueta Negra, le pidió exactamente lo contrario. De ahí salieron sus primeras crónicas a lo gonzo, la mayoría presentes en Sexografías (2008), un libro que reúne inmersiones en vidas de swingers, de un gurú con seis esposas, de un actor porno, de una mujer trans. Y la lista sigue. Son muchas las vidas ajenas a las que Wiener se sometió para terminar encontrando partes de sí misma. Y fue subiendo la apuesta. Si en Sexografías partía de los demás, en Nueve Lunas (2009) cuenta la experiencia de su embarazo narrando las transformaciones corporales, y las otras. Una Gregorio Samsa erotizada y llena de preguntas que va viviendo la maternidad a miles de kilométros de su madre patria. La distancia, el destierro y el qué hacer con los pedazos tensan la escritura, aspectos que se continúan en Llamada perdida. “Hace años, cuando llegué a la otra ciudad, llevaba conmigo una especie de Lima interior desde la que brotaban calles y huecos y costumbres que se superponían sobre la melancolía. Extrañaba la comida. O una forma de relajación muy parecida a la desidia. Extrañaba a algunas personas. Pero trasladarse a otra ciudad es cambiar el acento a tus afectos. Una pronunciación extraña del amor, acaso del deseo. (...) Hay episodios en la vida de mi país que hacen que mi relación con el Perú sea como la de una niña rechazada por un padre imbécil”, dice el ensayo “Del lado de acá y del lado de allá”.
Wiener se mudó de Lima a Barcelona con su marido (el poeta y periodista Jaime Rodríguez Z.) cuando pisaba los 30, primero como una detective salvaje, luego integrando el parnaso de cronistas sudacas consagrados. De Barcelona pasó a Madrid para ser jefa de redacción de la revista Marie Claire, una posición privilegiada que abandonó tiempo después, aburrida, para volver a la incertidumbre del freelance como parte de un cambio de vida bastante radical. Hoy vive de a cinco (con sus dos parejas y sus dos hijos) y escribe regularmente para El País y el diario peruano La República, donde mantiene una columna y una sección de entrevistas. El año pasado se decidió y finalmente publicó Ejercicios para el endurecimiento del espíritu, un libro de poemas escritos a lo largo de toda una vida; otra forma de exploración interior. “Lo cierto es que nunca he podido narrar-ni opinar- desde un lugar discreto, nunca he podido hacerme invisible, y para ser sincera nunca lo he intentado. Amo la realidad que desenmascaramos en cada uno de nuestros actos. Amo la voluntad de asombro. (...) La intimidad es mi materia y es mi método. Y sí, esa necesidad de exponerme tiene que ver más con la inseguridad que con la valentía. La autorrepresión siempre me pone al borde del arrebato y en situaciones incómodas de las que nunca sé cómo salir. Pero salgo, y salgo un poco distinta.” dice Wiener en la introducción (“advertencia”) de Llamada perdida.
¿Dónde empieza tu pudor?
–El otro día un amigo me contó de un proyecto artístico muy interesante. Me invitaba a formar parte como su conejillo de indias. Me dijo que me iban a instalar un software dentro de mi computadora para registrar absolutamente toda mi navegación por Internet a lo largo de un año. Luego tomarían fotos de la experiencia y me colgarían en una exposición. ¿Te imaginas? No me atreví. Dije que no. En general mis vergüenzas son buen material literario para mis libros pero yo también tengo cosas que esconder. Como cualquiera.
Wiener suele escribir a partir de la fisura, de la falta o lo que ella considera un desperfecto. Así, en el ensayo “Cuanta mayor es la belleza, más profunda es la mancha”, la autora parte hablando de lo que considera su trastorno dismórfico corporal (por momentos la imagen de sí misma es monstruosa) para preguntarse por la belleza y el narcisismo y terminar, otra vez, en la escritura. Allí dice: “todo lo que escribo me afea” pero también podría ser al revés: al mostrarse fea termina embelleciéndose, como un mecanismo con resorte de seducción.
Al exhibir tus fallas de alguna manera te adelantás al señalamiento del otro. ¿Es así?
–Sí, hago eso, soy patética. Podría remontarme a esas viejas heridas, a las primeras veces que se rieron de mí, que me abandonaron o me dañaron; podría dedicarme a dar penita, algo que también hago superbien. Pero como ya he probado la terapia prefiero mil veces el humor. Me adelanto preventivamente porque no quiero sufrir y lo hago desde una mirada auto-inquisidora pero también calculadamente tierna y risueña, como si lo hubiera superado, cosa que no es verdad. Pero también he aprendido a darme esperanza. Y creo que de toda esa dinámica entre el afuera y el adentro o el adentro y lo que yo creo que está afuera y en realidad no está o sí sale el humor.
Sin embargo, en la crónica “Simulacro de muerte” en un momento cortás con esa distancia irónica al incluir extractos de tu diario íntimo. ¿Cómo tomaste esa decisión?
–Ahí es como que acabo con la inercia y rompo con mi propia metodología de trabajo. Cualquier cosa “meta algo” en una crónica suele ser censurada, es decir que no suele ser su hábitat. El cronista no detiene la cámara, ni da la espalda y se pone a mirar lo que está haciendo y a cuestionar cómo lo hace. Eso está mal. Y a mí eso me encanta. En esa crónica sobre este grupo de autoayuda, en la que yo estaba por encima de la situación, como cronista irónica, decidí embarrarme hasta el cuello, ponerme del lado de los desahuciados porque yo también de algún modo era una de ellos. Así que en lugar de seguir redactando miré mis notas, el diario que había escrito ahí y me dije que esa era la verdadera crónica. Y ya no daba tanta risa.
¿Cuál fue tu primera transgresión? ¿Hubo alguna fundamental, iniciática?
–¿Nacer? ¿Nacer mujer chola libre en el Perú? Me da risa pensar en mi primera transgresión. ¿Habrá sido la primera vez que la hermana de mi amiga y yo nos tocamos bajo las sábanas? ¿O el día que me metí con un primito retrasado mental en un armario y le puse la mano en mi vagina, y él se hizo el sorprendido y me preguntó con su forma de hablar rara si eso es lo que tenemos las mujeres? ¿El día que le saqué a mi padre que sabía que tenía una hija con otra persona? ¿O cada vez que aborté? ¿O cada vez que no pude comportarme como una monógama? No sé, yo no le llamo transgredir, le llamo vivir.
Los textos de Llamada perdida pasan de la crónica a lo ensayístico en movimientos sutiles. De pronto estamos asistiendo a la vida de la escritora, de pronto nos lleva a los rituales de la muerte a partir de un grupo de autoayuda o a navegar por otros textos, por otros autores. A su vez persiste, como en sordina, una reflexión permanente sobre su entorno cultural, sobre los escritores (los admirados y los otros) y la escritura como materialidad y espejismo, donde lo personal es político. “Escribo y corrijo conforme avanzo en la escritura. Todo sobre la marcha. Lo que siempre me impresiona es lo que hace el tiempo en un texto, hace magia. Para que realmente salga algo bueno tengo que haber estado muchas horas en la mierda. No es como si forjaras el barro, es como algo que va transformándose ante tu mirada. Una cuestión de perspectiva. Más como cortar el pelo a alguien. Como parar y mirar a cierta distancia una planta para recortar los flecos. Yo creo en una cierta mística de la escritura. Creo que las cosas que no significaban nada de repente adquieren su forma, sentido y conexión de una manera misteriosa”, cuenta Wiener.
¿Cómo te afectó, en la escritura, el hecho de mudarte a España?
–Aquí salí del closet. Supongo que ayuda mucho saber que no te vas a encontrar con ningún pariente por la calle. Todo lo que he hecho bien lo he hecho en España, aunque escribo desde mi peruanidad profunda, las cosas que me destruyeron o me redimieron allá se ven mucho más claras desde aquí. Es otra manera de escribir.
¿Alguna vez fantaseaste con dejar de escribir?¿Reemplazar la escritura por otra cosa?
–Es un lugar común pero creo que cualquier escritor con dos dedos de frente convive estrechamente con esa inseguridad y muy a menudo se pregunta si tiene algún sentido lo que hace. Incluso el suicidio está bastante justificado en esta carrera. Siempre hay un motivo para preocuparse: porque vendes mucho, porque no vendes nada, la página en blanco, la soledad de la escritura. Sobre todo a mí me vienen las crisis por la inactividad. Es tortuoso y a la vez ridículo sufrir por ello. En cuanto me pongo a escribir, eso sí, recupero la fe. Es muy religioso todo. El otro día leí que Miranda July decía que escribir es lo más barato del mundo y volví a caer rendida de admiración por ella. ¡Pero algunas necesitamos la pasta, Miranda! He pensado en dejarlo y dedicarme a los talleres de autoayuda.
En este libro nombrás a otros autores confesionales: Carrère, Knausgård, Didion, Sontag, y más. ¿Cuánto hay de morbo y cuánto de hermandad?
–En general todos los que hacen “eso” tan bien –los que acabas de mencionar son buenos ejemplos– me generan adicción. No puedo dejar de sentirme arrastrada por la forma en que iluminan sus vivencias y creo que es fundamentalmente por el desnudamiento, pero no del alma o el sentimiento, sino un desnudamiento ideológico. En ellos podemos ver la idea, el pensamiento al desnudo. Los vemos vivir pero sobre todo los vemos pensar. Lo que me seduce es el privilegio de estar en la más absoluta intimidad del otro, la intimidad de la mente. Eso da mucho morbo. Pero que me sienta cerca depende de muchas cosas. Va por ratos, por pasajes. Hay autores que me generan solo empatía pero hay otros que son un espectáculo como Knausgård. Otros me caen fatal, como Carrère, que es confesional sólo a veces, cuya psique siento que está muy alejada de la mía como alejada me siento de los mundos sofisticados y culturetas de Didion. Pero me deslumbra lo que hacen con su voz. La buena escritura hermana.
Sos una entrevistadora, además. ¿Qué tiene que tener alguien para querer entrevistarlo o perfilarlo?
–Desde hace ya algunos años, en paralelo a mis columnas, realizo cada semana una serie de entrevistas. Es un género que me gusta mucho y que hago con placer y tranquilidad. Nadie me manda a entrevistar, yo elijo a los personajes y en ese sentido son también como otra forma de ejercer la mirada, una mirada compartida. Voy en busca de voces que en ese momento siento que tienen algo que decir y que muchos deberían escuchar. Solo en ese sentido me interesa la actualidad, porque hay de pronto un debate público, nacional, sobre algún tema, por ejemplo la violencia machista. Pero he cambiado de objetivos con el tiempo porque me aburro. Durante una época solo entrevistaba a gente de la cultura; últimamente he estado entrevistado a gente con un perfil más social y político dentro de su trinchera. Y ahora acabo de empezar una serie que he llamado “Entrevistas desconocidas a gente que creía conocer”. Son entrevistas a gente con la que alguna vez me crucé en la vida y siempre he querido saber qué piensan de verdad. Acabo de entrevistar al psicólogo que trató mi problemilla con las drogas. El perfil es un género más ambicioso o que yo he vivido con más ansiedad. Normalmente he perfilado a personajes muy populares, para encontrar la otra cara de la luna.
En Llamada perdida te referís varias veces al “mundo literario”. ¿Qué te fastidia y qué te seduce de ese mundo? ¿Qué entendés por ese mundo?
–Supongo que esto va en el capítulo de “Paranoias”. No sé si existe tal cosa como el “mundo literario”, pero me ha dado mucho juego, me ha dado para muchas risas inventarme que existe tal cosa, tanto como para sentirme lejos como para sentirme cerca, dentro o fuera. Es como mi Mordor, como el reino del mal. En el fondo no me gusta ir pero voy. Soy incapaz de quedarme escuchando a hablar a un tipo más de diez minutos, por más vaca sagrada que sea o si es un dechado de ingenio y brillantez literaria. Las conversaciones en el mundo literario suelen ser monólogos. Muchos se sienten súperinteligentes. Y todos son hombres. Todo eso solo me da ganas de emborracharme. Yo soy de chistes inoportunos, pequeñas impertinencias y frases cortas, así que a mí me gusta hablar y escribir mientras camino y bailo. Una vez salí en un artículo de esos de sociedad en un periódico, con mi nombre en negritas. Era sobre la fiesta de aniversario de Anagrama. Estaban ahí en persona Martin Amis, Echenoz, Catherine Millet... Y al final de la crónica, se veía la imagen de la escritora Gabriela Wiener tirada en el suelo borracha gritando “Sois dioses, sois dioses”. Me puse muy nerviosa. Incluso una vez hice un blog que se llamaba así: Sois Dioses.
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