Domingo, 4 de septiembre de 2016 | Hoy
KARL OVE KNAUSGåRD
En Bailando en la oscuridad, la cuarta entrega de su ciclo autobiográfico, el noruego Karl Ove Knausgård narra los días de su temprana juventud, perseguido por una tenaz eyaculación precoz y los primeros intentos de escribir cuentos, sin entender del todo a las revistas especializadas en crítica literaria. Un relato sin la carga reflexiva de los primeros volúmenes, que puede leerse como el capítulo más narrativo de la novela de iniciación y aprendizaje.
Por Mariana Enriquez
Cuando el noruego Karl Ove Knausgård empezó a publicar su novela autobiográfica en seis volúmenes en 2009, su éxito fue demoledor: medio millón de ejemplares vendidos en Noruega, un país de cinco millones de habitantes: lo leyeron todos sus compatriotas. Ayudó que la saga se subtitulara Mi lucha, como aquel otro libro famoso e infame y también que, por el contenido desembozadamente personal y sin concesiones, muchos miembros de su familia, desde su ex esposa hasta su tío, lo denunciaran públicamente.
En los dos primeros libros, La muerte del padre y Un hombre enamorado, la autoficción y la reconstrucción minuciosa de la memoria se complementaba con digresiones filosóficas, personales y literarias. Estos pasajes insinuaban ser lo más íntimo: la intimidad era leer ese pensar. La narración se conformaba como un archipiélago, sin cronología, con flashbacks y repeticiones. Era parte de la idea de Knausgård sobre lo que llama “una alteración de la distancia con la realidad”. Y agregaba: “El punto central del libro no es la vida sino qué hago con la vida en la literatura”.
Desde La isla de la infancia, que se publicó en castellano el año pasado, la autobiografía de Knausgård es diferente. La isla de la infancia no tiene digresiones, es narración en frases cortas y veloces, un libro triste sobre una infancia dominada por un padre tiránico pero sobre todo un libro sin autoreflexión, que respeta a aquel niño que cuenta desde el hombre que lo recuerda. Bailando en la oscuridad repite esta modalidad y resulta una decepción para los que esperan al Karl Ove de las primeras novelas, el que reflexionaba sobre la masculinidad, la vida conyugal, la literatura y el deseo. A los 18 años Karl Ove es un chico de lo más común. Quiere emborracharse y dejar de ser virgen. También quiere escribir, en menor medida. El libro comienza cuando el adolescente consigue trabajo como maestro en el norte de Noruega, en un pueblo de pescadores llamado Hajdorn que tiene una escuela chica: su clase cuenta con unos ocho alumnos. Karl Ove no tiene formación como docente pero en el aislado norte es una cuestión menor. Está fascinado por los fiordos, por la posibilidad de vivir solo, por una chica que ve en el ómnibus. Es 1987 y escucha a Lloyd Cole, U2, Led Zeppelin, Simple Minds, The Smiths: es un chico arrogante e inseguro y, aunque no le faltan novias no puede tener sexo porque sufre un caso extremo de eyaculación precoz. Sus intentos fallidos fueron considerados pasos de comedia por muchos críticos pero en la novela no tienen nada gracioso: Karl Ove se deprime, se convence de que jamás tendrá sexo y se enamora constantemente. Tapa sus inseguridades emborrachándose hasta la ceguera y el olvido, lo que resulta un espejo escalofriante de la vida de su padre que, divorciado y vuelto a casar, ha iniciado su lento suicidio alcohólico, el tema principal de La muerte del padre.
Karl Ove no puede abandonar a esa figura paterna: su novela, ahora que puede leerse la cuarta entrega, se revela como una historia personal de la paternidad y la masculinidad. En cada entrega, el tono es diferente y adecuado al material: lúgubre y reconcentrado en La muerte del padre, autoreflexivo y políticamente incorrecto en Un hombre enamorado, veloz y vitalista en La isla de la infancia y lleno de peripecias y levedad en Bailando en la oscuridad, que no tiene pasajes ensayísticos, es puro diálogo, los personajes entran y salen sin mayor preocupación. Alrededor de la Página/129, Knausgard ejecuta un atrevimiento estructural que también es su marca: al reconstruir su primer borrachera bestial inicia un flashback que termina recién en la página 360. En ese flashback aparece su padre hundiéndose en el patetismo, la traumática mudanza de la casa familiar, las peleas con los abuelos, su trabajo como crítico de discos, y una vez más las borracheras y las chicas, una y otra vez el vodka y los besos que no llevan a ninguna parte. Bailando en la oscuridad no puede tener la gravedad de las primeras novelas porque ese adolescente todavía no es un hombre preocupado. Ni siquiera queda claro por qué quiere ser escritor. Si antes se discutía a diversos autores con argumentos complejos, aquí se trata de puro descubrimiento: a Karl Ove le gustan García Márquez, Hemingway, Jan Kjærstad, Thomas Mann, El señor de los anillos, compra revistas literarias y no las entiende, trata de escribir un cuento por día. Hay páginas muy hermosas sobre esos primeros momentos de escritor, cuando frente a la página descubre con alegría el motivo de alguna acción o lo que se oculta detrás de una imagen, cuando deja para mañana el final de un cuento que empezó muy bien pero no sabe cómo puede terminar.
En su reseña de esta novela para The New York Times, Jeffrey Eugenides decía que “al mirar su vida en extremo primer plano y darle a cada evento que sucede o pasa por su cabeza la misma importancia”, el proyecto de Knausgård podía compararse con el fotorealismo en pintura, “con su énfasis en la claridad y el detalle o, procediendo en la dirección opuesta, con el impresionismo. En ambos casos, es el corrimiento de la percepción lo que marca la diferencia, muy sencilla en la ejecución pero pionera en los resultados”. La reseña es elogiosa pero también amarga: Eugenides cuenta que Karl Ove publicó una crónica sobre sus días en Estados Unidos en la que menciona a un escritor “contemporáneo” que lo invitó a comer y con quien no pudo hablar. “Cuando volví a Suecia”, escribió Knausgård, “me encontré con un mail del escritor en el que se disculpaba por haberme invitado a almorzar y pedía que no contestara su mensaje”. Ese escritor, cuenta Eugenides, es él. Eugenides es uno de los lectores más entusiastas de Knausgård y en la reseña se nota que le molestó un poco ser otro protagonista de la narrativa del noruego: “Soy el primer reseñista de su obra que aparece en uno de sus textos autobiográficos”, escribe. Entre halagado e irritado (pidió que no le contestara el mensaje, ¿cuán incómodo habrá sido ese almuerzo?) Eugenides entra en el juego de Knausgård quien admitió el pacto faústico de su novela, el sacrificio de relaciones familiares y personales que requieren estos libros. Ahora arriesga o arruina, su relación con un escritor que lo admira en una trama que excede los libros. Habrá que ver hasta dónde es capaz Knausgård de llevar a su personaje en este experimento de literatura y vida.
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