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Domingo, 25 de septiembre de 2016

SILVIA SCHWARZBöCK

EL TERROR, EL TERROR

Con eje en la filosofía y la estética para analizar el terror argentino desde 1983 en adelante, Silvia Schwarzböck dialoga y discute en su ensayo Los espantos, con Rozitchner, Fogwill, Walsh, Lucrecia Martel, entre otros, para analizar lo que queda de dictadura en democracia, y lo que no se disuelve de una derecha que se rearma y avanza.

 Por Juan Laxagueborde

Silvia Schwarzböck es profesora titular de Estética de la UBA y escribió un libro de estética sobre la democracia como límite. Es un ensayo sistemático y frontal sobre los problemas del terror en Argentina desde 1983 hasta hoy. Es un libro que se lee con miedo, como quería Martínez Estrada de los grandes libros. Es un libro sobre lo que queda de la dictadura en democracia, el resto indivisible de vida dañada, lo que no se puede ver. Schwarzböck aviva los espantos, que son obstáculos traídos a la mesa de los argentinos no para partir aguas sino para reunir la conciencia disgregada, la que divide presente y pasado, sin advertir su convivencia en la sombra. Los espantos permanecen en democracia, con todo lo que pasó después de 1983 y más aún, desde 1989 como año raro para el mundo del muro de Berlín y para la Argentina de La Tablada. Quizá el libro trate sobre esta hipótesis clara y amarga: no estamos en democracia sino en posdictadura.

La estética es el método bajo el cual puede proyectarse lo irrepresentable, que se ubica en las apariencias y en lo más explícito, para enfrentar la sensación que se propone indagar en la sociedad argentina y en ella misma: el terror. Pero no el terror como condimento de algunas industrias culturales, sino a la manera en que lo entendían varios de sus interlocutores: como lo que deja la eficacia de la dictadura y como lo que somos, un cuerpo colectivo sin alternativas a la vida de derecha porque “la derecha hace de quien la nombra un sujeto que la construye, en lugar de desenmascararla”. Es el terror hecho carne, es la carne que alimenta un imaginario y es el imaginario que hace y dice palabras.

Frente al desenfreno retórico de los debates actuales, Schwarzböck logró colar una variante y descolocar lecturas. Inventó una salida que desnaturaliza el reinado general del griterío político. El elenco: Theodor Adorno, Lucrecia Martel, Martín Gambarotta, León Rozitchner, Alejandro Rubio, Fogwill, Rodolfo Walsh, Salvador Benesdra, Roberto Jacoby, entre otros. Es una tertulia de gente espantada por su tiempo, por lo que verifica, por su propia condición crítica que los destruye en el momento que los constituye y por algo que se engancha de esta piola; no hay capacidad de entender el mundo hasta las últimas consecuencias, pero hay una intención manifiesta que los vuelve indispensables: ser personas críticas porque ellas mismas entran en el fango que critican.

Los espantos es un ensayo porque piensa junto lo que junto se presenta y tiene un método no metódico: la paradoja, que sirve para saltarse límites y para conocer lo otro de las apariencias. Lo que se presenta es la vida dañada de la posdictadura o algo más complejo aún, las palabras, los debates, los libros y las personas que dañadas no terminan de encontrar una redención a la vida de derecha, a la vida del daño. Algo de la sociedad argentina más opaca y castiza brilla en el diálogo de una película que da nombre al libro y opera como imagen por donde respira la verdad. Es un libro sobre la presencia de lo derrotado en todos noso- tros, es un libro sobre la ausencia de victorias. “El neoliberalismo, en la medida en que no tiene al bloque comunista como enemigo, produce derecha sin ismo”. Los espantos está escrito bajo la mejor tradición adorniana porque no dice verdades, más bien las líquida y pone en el centro la arbitrariedad, la sangre y el poder de las palabras sobre las cosas. No hay en todo caso verdades, hay “no verdades”. La no verdad no es la mentira, es lo que no fue verdad porque ganó el terror.

Ciertas disidencias parciales con dos de las voces más disonantes de la primera posdictadura, dos escoltas que provienen de la mejor poesía que se comienza a escribir en la década del noventa y una cineasta fundamental en todo orden de cosas, nos ayudan a pensar nombres y estilos. En primer lugar León Rozitchner, a quien le achaca una diferencia insalvable entre su filosofía política y la acción revolucionaria que critica, aunque sus teorías comparten las tribulaciones sobre el arraigo de la vida de derecha en la vida civil posterior a 1983 como triunfo inteligible del terror de los setenta. En segundo lugar con Fogwill, a quien salva por su claridad de izquierda en el análisis político de la argentina primaveral pero condena por su actitud de “enrostrar” la derrota a los vencidos. Digamos que Fogwill, para Schwarzböck, hereda los mismos signos del terror que se encarga de criticar, no puede entrar en su propia crítica porque tiene un pie bien puesto en la vida burguesa: sus negocios con los vencedores. El libro tiene también dos escoltas en la poesía. Martín Gambarotta, que en Punctum pone en el centro al dañado, al ex militante, a un derrotado que habla por sí mismo y Alejandro Rubio, que en sus críticas al buenismo y la televisión revela el espanto del conflicto como trastorno progresista. En la última página del libro la autora destaca un comentario del film La mujer sin cabeza, de Lucrecia Martel, de donde viene también el título y mucha de su fuerza inquisidora. Los espantos empieza y termina en la escena en la que conversan como susurrando cínicamente María Vaner y María Onetto, una escena ensoñada que es una bisagra pública desde el mundo privado: “la locura reemplaza a la revuelta”. Entonces los espantos son lo muerto, lo que no vemos morir y lo que va a morir a costa de la vida de derecha, que se reproduce.

Los espantos. Estética y postdictadura Silvia Schwarzböck Las cuarenta 150 páginas

Schwarzböck suele decir que no hay filosofía argentina porque no hay construcción sistemática de conceptos, lucha de aparatos críticos, sino ensayismo, matices, “protosociología”, pensamiento argentino... Si esta tesis fuese válida, aunque la creemos en parte discutible, el libro sería un libro de filosofía argentina prácticamente inaudible. Pero así son los mejores libros, no tenían público antes y tendrán lectores apasionados después. Es ahí donde el libro negativiza a la propia Universidad, por derivar en parte de ella pero también por escaparle al conocimiento como ilusión de avance. Estamos ante un retroceso de investigación: muchos debemos, después de este tembladeral con forma de ensayo, espantarnos, leer muchas cosas de nuevo, leer estéticamente para dejar de leer por amor al arte.

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