MARCELO FAUST
Thriller político y ejercicio de escritura modernista, Ensenada- Berisso 1962 viene a continuar con la obra que Marcelo Faust iniciara con Los perros 1956: los pasos perdidos de la resistencia peronista, la extrañeza de una ciudad y un paisaje que nunca son neutros, el deseo y la acción hermanadas en el peligro de vivir.
› Por Sergio Kisielewsky
Todo parecido con la realidad es un ardid de la ficción; este lema que encabeza la presentación de telenovelas y libros basados en hechos reales pero que no quieren decirlo del todo, puede ser también el punto de partida de un trabajo a largo plazo con materiales por demás delicados. Perseguidores, políticos que cambian de bando de acuerdo al viento que sople, convicciones atadas con alambre y otras violencias que el libro, una por vez, se encarga de desentrañar. Para la obra de Marcelo Faust, las fechas no son simples cuestión de almanaque ya que en su primer novela Los Perros 1956, el telón de fondo eran los fusilamientos de José León Suárez, en Ensenada-Berisso 1962 es otro el contexto histórico: el fraude, la proscripción del peronismo y las actividades de la Resistencia. Pero lo que sobresale aquí por debajo y entremedio de ese contexto, es un trío de dos hombres y una mujer que tienen en común el amor y los ideales (el lector sabrá en qué orden ponerlos) pero lo que es cierto es que Rosendo, Martini y Delia se aman por demás y se juegan hasta lo que no tienen.
El logro de esta escritura es que nos devuelve algo perdido, algo que evoca una idea de la vida que ya no está al alcance de la mano ni de los recuerdos, unos hombres y mujeres que andan con lo puesto pero tienen a la hora del coraje, pocas pulgas. Por instantes puede evocar al Walsh de Variaciones en rojo y a su detective Daniel Hernández, nostálgico, reflexivo y atrevido a la vez, pero aquí hay otra fuerza potente y diáfana que sobrevuela la trama, el sexo está unido al peligro o mejor dicho el sexo se despliega cuando el peligro casi derriba la puerta (“Ella es un cóctel preparado en el infierno”). La acción, la problemática de los cuerpos militando o amando no frena en ningún párrafo y es eso lo que ilumina al narrador. Al final del libro, en una nota breve, concisa y al mismo tiempo muy explícita, el autor enumera una serie de textos cuyos “sentimientos y argumentos” abonaron la existencia de este. Entre ellos, para entender los cruces que propone Faust, destacamos Exiliados, de James Joyce y Tres camaradas, de Erich Maria Remarque.
Levantamientos, cócteles molotov, grupos desprendidos de los últimos Uturuncos, una de las primeras guerrillas en nuestro país, no impiden que Faust aluda también a un conjunto de imágenes que tocan al lector con un caudal de épica y misterio, como asimismo se puede permitir que un ómnibus avance en la noche al sur del conurbano bonaerense al ritmo de la música de Coltrane o en el medio de la intemperie y la persecución se revelen imágenes de paisajística como pinturas, como Gasolina y Los noctámbulos de Edward Hopper, nada menos. Ese es el clima de ruta y gasolineras de Berisso, Ensenada, Budge, en 1962. “La ciudad nunca es un fondo neutro”. Y mucho menos el erotismo que también se despliega como recurso poco simpático en la banda de los perseguidores. Acción cinematográfica, diálogos teatrales, descripciones que no caen en los lugares comunes de todo thriller que se precie, van configurando una topadora imposible de sacarle la vista de encima como ocurrió hace muy poco con la reedición de Noches sin lunas ni soles de Rubén Tizziani, ya que varios son los puntos en común que hermana a estas dos novelas. Pero si los aciertos son los nombrados, hay una vuelta de tuerca que inscribe la novela con un policial novedoso por donde se lo mire, no se lo puede etiquetar en los catálogos de oferta donde siempre sobran armas, dosis de violencia y trampas por doquier, aquí con ritmo de ametralladora de verbos y predicados en su justo lugar, frases cortas y contundentes, aunque las persecuciones no son las que se esperan y los adjetivos brillan por su ausencia. Sólo hay escritura en estado puro de ebullición y entrega, un texto que se corrigió no para darlo servido en bandeja sino para que el lector sea cómplice del ritual mágico de lectura y puesta en escena, un abordaje donde los recuerdos son tratados como disparadores de imágenes como Nat King Cole cantando Cheek to Cheek, o las estrofas del tema Tourbillón que evocan los manteles negros de las mesas del bar de San Pedrito y Rivadavia en las épocas de plomo y sangre.
“Pero no hay que ilusionarse, los caños no van a generar un mayor estado de conciencia de la sociedad, como tampoco lo harán las armas” dice uno de sus personajes trayendo de un brinco la historia reciente. A los personajes, la historia y el contexto hostil les pegan debajo del cinturón. Los tres resistentes están desolados pero igual así ponen la cara, la risa, la vida por delante, son tres nómades y la rivalidad de estos dos hombres por la mujer hace que la intriga sea lúcida y creíble a la vez, y nada quede abandonado al azar, como si se movieran entre paisajes de Turner con un libro y una bala en la mochila. No les pesa la historia ni la clandestinidad ni servicios varios pisándoles los talones; les pesa, sí, la pulsión de sus deseos. La represión del Estado va por ellos y nada es gratuito en los dispositivos que una y otra vez se acomodan para que el relato tome al lector del cuello y no lo suelte hasta el final.
Una grúa, una estación de servicio y un circo compaginan el escenario final donde todo estallará por los aires pero eso es sólo una excusa para que Marcelo Faust levante el suspenso como la única bandera que puede sostenerse en pie. Atrás muy atrás quedaron las estafas de los burócratas que usan la política para defenestrar a los otros, las venganzas contra los luchadores y la ferocidad de las delaciones, sólo queda terminar de hacer un guiño para seguir leyendo historias que se pegan en la piel.
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