Dom 09.10.2016
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EN FOCO > JONATHAN SAFRAN FOER

LA GRAN NOVELA JUDÍA

Un escritor correcto y sentimental de pronto se interna en aguas más turbulentas. Abandona un poco la herencia post Salinger y busca ocupar la vacante que va dejando Philip Roth. En Aquí estoy, su primera novela después de once años, Jonathan Safran Foer aborda una distopía en la que Israel, arrasada por un terremoto, conmueve la vida de los judíos de Norteamérica y los convoca, mientras el narrador ensaya una autobiografía total sobre ser (o no ser) judío.

› Por Rodrigo Fresán

A Jonathan Safran Foer (Washington D.C., 1977) se lo ama o se lo odia. Ahí están su activismo vegetariano, sus emails vergonzantes y enamoradizos a la actriz Natalie Portman, su muy publicitado lit-divorcio de la también escritora Nicole Krauss, y sus sentidos o sentimentaloides best-sellers Todo está iluminado y Tan fuerte, tan cerca. Uno y otro haciendo gala de simpatía y pathos post-salingerianos (la palabra que existe en inglés para todo eso es twee, e incluye también a las canciones de Belle and Sebastian y a Maurice Sendak y hasta a Anne Frank) a la hora de retratar la catástrofe tenga esta lugar en una Ucrania estragada y todavía sacudida por la memoria del Holocausto o en un World Trade Center en caída libre aquella soleada mañana de septiembre de 2011.

Con Aquí estoy -su primera novela en once años—- Safran Foer ofrece una nueva posibilidad a la hora de considerarlo: la de ser un escritor interesante.

¿Cómo lo ha conseguido? Fácil y no tanto. Jugando la carta del Monopoly Lit-USA que te lleva a comprar propiedades en la ahora abandonada por su autor Avenida Philip Roth. Es decir: Aquí estoy -con título de resonancias bíblicas, lo que le dice Abraham a un Dios caprichoso que le exige el sacrificio de su hijo— quiere ser la Gran Novela Judía Metaficcional Cripto-Autobiográfica Incluyendo Apocalipsis Matrimonial y Destrucción de Israel. Casi nada. Y cabía pensar si Safran Foer -más acostumbrado al sentimentalismo cool aún en el contexto más desgraciado- tenía lo que hay que tener para erigir semejante monumento con materiales como la ironía, la acidez y la mala sangre.

Sorpresa: las tiene, al menos en parte y en partes. Y si bien no puede decirse que todo funcione aquí, es más que loable (y disfrutable) la ambición de Safran Foer. Tras los pasos de esa obra maestra que es Levantarse otra vez a una hora decente de Joshua Ferris, Aquí estoy es otra novela enloquecida sobre un ser enloquecido por los requerimientos y cláusulas y contradicciones del ser (o no ser) judío.

Así, un terremoto destruye a Israel y su onda expansiva y réplicas alcanza al supuesto matrimonio supuestamente perfecto de Jacob (novelista en la cuarentena devenido guionista de t.v. de una serie que incluye dragones estilo Juego de tronos) y Julia Bloch (melancólica arquitecta reinventada en “consultora de renovaciones” o algo así, soñando con los planos perfectos para casas minimalistas pensadas para habitantes solitarios) y a sus tres hijos teóricamente inmejorables. Falta de comunicación (pero abundancia de diálogos bestiales y mostrando los colmillos), sequía de sexo (cuando alguna vez alcanzaban el orgasmo solamente con mirarse los genitales), abundancia de discusiones de pareja (lo mejor del libro), descubrimiento de mensajitos comprometedores en el agujero negro de esa pantallita, y ese afecto en piloto automático que, de pronto, comienza a fallar y perder sentido de la orientación para alcanzar su destino. Y Safran Foer -cuyos protagonistas anteriores habían sido jóvenes en el extranjero o niños prodigiosos-más aferrándose que abrazando la (in)madurez de sus protagonistas a los que examina con partes iguales de crueldad y ternura sin, por momentos, decidirse si debe dar el tiro de gracia o aplicar un vendaje. Es decir, lo del principio: la duda entre ser un magistral y desagradable Philip Roth o un genial y siempre necesitado de afecto para sus criaturas J. D. Salinger. El peligro de semejante indecisión entre dos titanes tan diferentes es caer en lo empalagoso y lo kitsch. Así, por un lado, el abuelo sobreviviente a los nazis y por otro el hijo masturbante que se hace pasar por una chica latina on line y es arrastrado a su propio bar mitzvah. También, un perro que ha perdido el control de sus funciones corporales y el recuerdo infantil y traumático de una ardilla muerta y hasta un cameo del pene de alguien que parece ser Steven Spielberg. Por otro, una Israel devastada siendo atacada por sus vecinos musulmanes y llamando a los judíos del mundo para que regresen en su ayuda y defensa y Jacob –aleccionado por su padre sionista y su combativo primo– preguntándose si la convocatoria lo incluye a él y si va a llegar más lejos del aeropuerto. En resumen: algo así como Operación Shylock del ya mencionado Roth reconvertido en una sitcom más cerca de Seinfeld que de Louie pero, también, como una película ya no tan simpática como las de los inhundibles Royal Tenembaums de Wes Anderson y mucho más próxima a la acidez de los muy tocados hipsters de Noah Baumbach de Una historia de Brooklyn y Mientras seamos jóvenes. Todo y todos allí, a la moda pero listos para estar out, donde son muy delgadas las líneas y apretados los labios que separan a la sonrisa de la mueca donde ya no hay cabida para un último beso.

Si no fuese Safran Foer quien es y quien ha hecho lo que viene haciendo hasta ahora, podría considerarse a Aquí estoy como la más cruel y precisa parodia de los métodos novelescos de otro Jonathan: Franzen.

Las incorrecciones.

Pero no. Y, por momentos, las sensación es que Safran Foer quiere re/presentarse aquí como ese alumno impecable que siempre levantaba la mano quien, de pronto, decide ir a sentarse al fondo con los chicos malos y tirarse pedos.

Aquí estoy. Jonathan Safran Foer Seix Barral 720 páginas

Y ahí está lo más interesante de Aquí estoy que, también, podría llamarse Quién soy: una tensión permanente en entre el Safran Foer amable que fue y el Safran Foer un tanto más desagradable pero tanto más interesante desde un punto de vista narrativo que podría ser. De algún modo es como si las poluciones de su realidad y la fatiga de materiales de su no-ficción potenciaran a un escritor mucho más atendible de lo que jamás fue. Lo que no quita que sobre el final, Safran Foer -como quien llama por teléfono con resaca mañanera luego de una larga y alcohólica noche en la que se pudo llegar a decir muchas cosas impertinentes de las que no se acuerda muy bien— vuelva a ser quien siempre fue, y bombardea con frases dignas de una línea intelectual de postales marca Hallmark intentando apuntalar algo más o menos parecido a una moraleja que no está muy lejos del “todo lo que necesitas es amor” de The Beatles sabiendo que el dinero no puede comprártelo.

Entonces, claro, sólo queda tener fe.

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