FITO PáEZ
A tres años de La Puta Diabla (que será reeditada bajo el sello Emecé), el nuevo libro de Fito Páez es Diario de viaje (Planeta). Con el subtítulo de “Algunas confesiones y anexos”, este volumen compila el día a día de Páez durante todo un año agitado, 2015, que incluyó desde la celebración de los 30 años de Giros hasta el lanzamiento de su disco junto a Paulinho Moska. Una vida trashumante que incluye la trastienda del negocio, el ir y venir de amigos de toda la vida, y sobremesas pobladas de recuerdos de toda su carrera, entre los que a modo de adelanto exclusivo presentamos la cocina de su más grande decepción: el disco junto a Joaquín Sabina.
› Por Fito Páez
La noche previa al estreno de Euforia en San Pablo en el año 1996 termino solo en el hotel muy nervioso ante la inminencia de tamaño desafío. Si bien ya habíamos ensayado con el maestro Carlos Villavicencio y la gran orquesta durante la tarde, al otro día nos quedaban dos horas más de ensayo y las cosas habían resultado muy bien, los nervios estaban jugando una mala pasada. Era el primero de una serie de conciertos por toda América y era la primera vez que lo hacía solo. Las ocasiones anteriores habían sido solo en capitales argentinas y en la mejor compañía. Mi amigo Gerardo Gandini al comando de los arreglos, La Camerata Bariloche y Miguel Ángel Estrella como pianista estrella en el contexto de una gira benéfica para su fundación Música Esperanza. Que de benéfica terminó teniendo poco ya que las ganancias se las repartieron mi mánager de aquel momento, a quien llamaremos Segundo Boya, y sus productores asociados. Nada nuevo bajo el sol hoy en día pero tragos amargos en aquellos momentos cuando había que rendir cuentas y ver que el objetivo buscado después de tanto esfuerzo había quedado en manos de ladronzuelos del negocio musical. No puedo dejar pasar por alto este episodio. Presten atención.
El año 1993 lo cierro en Buenos Aires con un concierto de El amor después del amor (el tercero de ese año en el estadio de Vélez Sarsfield) cuya absoluta recaudación fue a manos de UNICEF, fundación de prestigio que pelea por mejorar la vida de los niños en todo el mundo. La cifra rondó los 400 mil dólares. Cuando le pedí al señor Boya que él también donara su parte, porque se había favorecido mucho por el éxito de la gira de aquel álbum, me respondió que él no salía en la tapa de Clarín y que entonces no tenía por qué donar el dinero que le hubiera correspondido en una situación de negocio regular. Solo había tenido la suerte de estar al comando de aquel suceso económico y social en aquel momento. Buena suerte se llama eso, ¡nada mas! ¡Qué tupé! Solo me resta decir que es bueno estar acompañado de gentes que piensen y sientan como uno a la hora de abordarse en empresas de cualquier orden. El sabor agrio es difícil de quitar con los años. Igual, hoy es un pequeño episodio en este libro y qué bueno es confirmar lo ya intrínsecamente sabido veinte años más tarde: que el que no reparte la torta cuando la tiene un ratito termina siendo despreciado por sus colegas y gente con la que se ha vinculado. ¡Pobre Segundo Boya!
Volvamos a San Pablo y a Sabina, a aquella noche de locura, nervios e incertidumbre total. Fumo un montón de cigarrillos y bebo una buena cantidad de cervezas. Como todo lo bueno, se termina. Entonces llamo al room service para pedir otra docena de Brahmas. Me dirijo a mi bolso de mano para buscar el último paquete de Marlboro y antes de encontrar la cajetilla encuentro un CD. Lo tomo con delicadeza. Lo llevo hasta la mesa de luz para ver mejor de qué se trata. Lo pongo bajo la luz. Era Yo, mi, me, contigo de Joaquín Sabina. Estaba Charly de invitado en una canción, así que me dio ganas de escuchar. En mi vida había cruzado solo una vez al jaenense en el camarín de algunos de los tantos programas de ese ingenioso conductor televisivo que fue Jorge Guinzburg. Baglietto había grabado alguna canción de él y no mucho más. Algunos recuerdos en entrevistas de diarios y revistas en las cuales me había caído bien su descarada desfachatez. Escuché la canción con Charly y me encantó. Vamos de arriba pensé en aquel momento mientras desde el room service subían las cervezas. Destapo la primera y cerca del minuto cinco arranca "Contigo" y con ella, aquella frase inolvidable. Única. Sagrada. "Y morirme contigo si te matas/ y matarme contigo si te mueres/ porque el amor cuando no muere mata/ porque amores que matan nunca mueren". Se repite dos veces más en lo que queda de canción. Fue alta la conmoción. El poema cuando es algo te deja en babia, dura poco, pero el efecto es real y contundente. Paré unos instantes. No podía avanzar como si aquello no hubiera sucedido. Me fijo en los créditos del álbum y dice: letra y música Joaquín Sabina. Cada canción tenía sus propios créditos. Era inapelable. Joaquín había escrito esas palabras en rima y con aquel significante pasional inigualable. Nunca había leído palabras tan certeras sobre el amor y la pasión amorosa. Menos en una canción popular. Y había escuchado y llorado y disfrutado de muchas. Destapo la segunda Brahma de esta tanda pero la número catorce de la noche. Llamo a Ale Avalis a su habitación y le pido el teléfono de Sabina en Madrid. Había tenido una idea y nadie iba a pararme hasta verla realizada. Así terminó siendo. Ale me llama a los pocos minutos y me lo pasa. No había celulares en el año 96. Todo era teléfono a teléfono. Eran las tres de la mañana en San Pablo. Las ocho de la mañana en Madrid. Si era quien yo creía que era, el señor Sabina estaría despierto. Me atiende rozagante como un niño de quince años. Nunca antes habíamos hablado.
–Hola, ¿Joaquín?
–Sí, ¿quién habla allí?
–Soy Fito Páez y te llamo para decirte que eres uno de los cabrones más grandes que jamás he conocido y que ese puto verso de “y morirme contigo si te matas/ y matarme contigo si te mueres/ porque el amor cuando no muere mata/ porque amores que matan nunca mueren”... ¡es lo mejor que se ha escrito sobre el maldito amor en la historia del puto mundo! Y que tenemos que componer un álbum donde yo escribiré todas las músicas y tú todas las letras, y será una de las joyas más hermosas que se hayan escrito por siempre en la historia de la música.
Las cervezas iban haciendo su efecto.
–¿Es cierto que eres tú?
–¿Qué otra persona te llamaría desde San Pablo justo después de escuchar tu álbum y te ofrecería tamaño despropósito?
–Espera que me sirvo otra copita...
–Me recuerdas a la saga de hombre duros norteamericanos, a Ford, a Hemingway, a Huston... Hombres duros riendo rumbo al infierno...
–¡Dímelo de vuelta!
Los dos estallamos en carcajadas y no recuerdo cómo terminó aquel diálogo absurdo.
Lo próximo que recuerdo es un encuentro en el marco del estreno de Martín (Hache) en el festival de cine de San Sebastián. Cecilia Roth, mi pareja de aquel momento, era la protagonista y mis amigos Adolfo Aristarain y Kathy Saavedra eran director y coguionista el primero, y guionista y vestuarista la segunda. Yo había producido parte del film y me había ocupado de la banda sonora. Así que allí estábamos a orillas del Cantábrico esperando que Martín (Hache) se alce con todos los premios y emborrachándonos casi todas las noches. Joaquín es el mejor compañero de aventuras cuando la tropa desborda. Y allí andaba él contándole a sus amigos que yo tenía un plan magnífico y que comenzábamos a ponerlo en escena. Iríamos a La Romana, magnífica playa de República Dominicana, a una casa propiedad del mánager de Juan Luis Guerra, bajo el sol agobiante del sol caribeño a componer las primeras gemas. Y terminaríamos el proceso en el frío patagónico en una casa en Villa La Angostura. Tendríamos frío y calor. Se haría todo a dos temperaturas. Para esto es para lo que sirve el dinero. Todo fue hecho en el marco del más absoluto rigor. Aquel Titanic avanzaría. Yo grabo todas las músicas consensuadas en veinte jornadas muy intensas en la apertura de ese espacio maravilloso que fue el Circo Beat en el barrio de Devoto. Nigel Walker comandó la operación. El flaco Villavicencio en cuerdas y metales. Una banda de músicos insuperables. Mariano López asistía y el Yeneral Avalis con el timón del Circo en sus manos.
Después fueron muchos meses de espera.
Está bien, en algunas ocasiones, eso de que los caballeros no tenemos memoria.
Las letras no lograban terminarse. Las discográficas y todo el equipo estábamos desconcertados.
Me considero amigo de Joaquín, por eso es que no vamos a ingresar en pesadas interpretaciones psicológicas o pasionales sobre los porqués de tamaña demora. Nos peleamos un montón de veces. A los gritos. Formalmente como caballeros. Nos reconciliábamos. Nos volvíamos a pelear. Parecíamos Liz Taylor y Burton. Por supuesto yo era Sir Burton. Él me tiró un plato lleno de sustancias por la cabeza. Con mis manos en su cuello lo levanté del piso contra una pared del Circo Beat para quitarle la vida. La idea del título fue suya. No había en el mundo un título mejor para aquella experiencia, Enemigos íntimos. Visto a la distancia fue un gran delirium tremens o, como le gustaba llamarlo a él, tremendo delirio.
Finalmente él logra cantar. Yo también.
A pesar de los cambios permanentes a los que eran sometidos los textos originales, sugeridos por los remiseros de turno que lo llevaban por las noche de aquí para allá, y de un griego, dueño de un prostíbulo en la calle Cerrito, gran consejero trasnochado de mi colega español. Él quería ser legitimado como porteño y ese título se lo iban a dar las voces de lo que él llamaba “la calle”.
Hicimos gira de prensa por tres países: España, México y Argentina. Esto merecería una enciclopedia de muchísimo tomos.
Había que filmar el video. Él había regresado a España mufado por todo. Hay que comprender también. Yo había estado en mi imperio. Él había sido un invitado de lujo pero cuando uno pasa mucho tiempo sin la gente querida a su alrededor existen sobrados motivos para enloquecer. El video era “Llueve sobre mojado” y lo filmó Mariano Mucci y aquellas noches fueron inolvidables en los camarines con las chicas desnudas cambiándose de vestuario a nuestro lado. Tanta sensualidad y luminaria. El increíble cuerpo de baile. Mi amiga María Carámbula hacía saltar los equipos electrógenos de todo el barrio. Con sus piernas tan largas, tan sexys y sus pechos turgentes que enloquecieron a todo el personal femenino y masculino. Y Joaquín sin quitarse el bombín dentro del camarín que me dice que sí. Que la gira de sesenta conciertos hay que hacerla y que no íbamos a perdernos vivir aquella locura por nada del mundo. Él vuelve a Madrid, entonces yo llamo y le digo que hay que filmar el segundo video. Él sugiere que lo realice un trotamundos. Yo digo que no. Muy firme. Le sugiero que podría ser Adolfo Aristarain o Leonardo Favio o Mucci nuevamente. Que podríamos repetir la maravilla de “Llueve sobre mojado”. Él se emperra y manda el currículum de su elegido. Había sido asistente del ministro Carlos Corach durante el gobierno de Carlos Never. Había sido asistente en la cadena 23 o 25 o 48, no importa, en Miami. Evidentemente no podía comprender lo fuera del juego que estaba todo aquello. Y yo me enojo. Había pactada una larga gira por Latinoamérica y España. No había lugar para tonterías.
Entonces él me envía un largo fax de ocho páginas todo rimado que me hace descostillar de la risa. Era un desplante de diva totalmente desopilante en el cual me contaba que estaba harto de mis cambios de humores y de mis aires autoritarios y de no sé de cuántas cosas más. Intento llamarlo para bajar decibeles y no atiende el teléfono.
Y en esos días comete su gran error. Le entrega una copia del fax, escrito para mi, al trotamundos aspirante a director. Era su manera de probarle a este sujeto que él estaba de su lado y que ningún Fito Páez iba a seguir decidiendo por él. ¡Y cómo le había parado el carro a ese soberbio rosarino! ¡Qué quién se creía que era esa mezcla de Quijote de décima e hincha de Rosario Central sin ningún linaje que le permitiera andar por el mundo mirando por encima de sus hombros al resto de los mortales! Y en una próxima noche de copas entre ellos le cuenta mi fervorosa negativa a que sea él, el trotamundos, quien realice el video en cuestión.
Trotamundos no le había resultado tan buen parcero a mi amigo Joaquín y denuncia esta situación ante las cámaras de televisión. Así tuvo su milésima de segundo de fama y yo quedé nuevamente como el malo de la película. No se olviden que ya me había hecho de la rubia más linda algunos años atrás. Me había caído y levantado una y mil veces delante de las narices de todo el mundo, y estaba logrando ser feliz haciendo de mi vida lo que se me ocurriera mientras un montón de gente se ofendía por tamaño atrevimiento. Por supuesto me reía de todo esto enfrente de las narices de cualquiera y eso despertaba más ira aún entre mis detractores, que nunca fueron pocos. Ya era un deporte nacional liquidar a Fito Páez. La verdad es que esto nunca me quitó el sueño. El mundo funcionaba así desde siempre. Solo quedaba reír.
Fin del asunto. Tampoco allí Segundo Boya logra remontar la situación como empresario. O sea, tomarse un avión hacia Madrid y como último recurso intentar convencer a Joaquín de retomar el proyecto. Y hacerle dar cuenta del disparate en el que nos había metido a todos por emperrarse en que un compañero de juergas intentara hacer algo que no sabía.
Boya, Trotamundos y tantos otros nunca se enterarán de lo que encarnan: que el pavote siempre es peor que el maligno porque, en todos los casos y sin excepción, no posee la inteligencia. Solo la reconoce como un operativo clepto- parasitario. Robar de lo que producen otros.
De todas maneras ninguno de ellos poseerá jamás el encanto del personaje hindú de Peter Sellers en La fiesta inolvidable. Adorable pavote.
Fin del proyecto.
Tiempo más tarde acompaño a Cecilia Roth como consorte a la filmación de Todo sobre mi madre, exitoso film de don Pedro Almodóvar. Caminando por el barrio de Princesa llego hasta la calle Relatores. “Aquí cerca vive Joaquín”. Fui hasta aquel edificio. Toqué a su puerta. Me atiende María Ignacia, su secretaria de aquel momento, y me dice que suba. Entro al living de aquella casa que tiempo atrás me había cautivado con sus aromas de tabaco negro y bebidas espirituosas, sus paredes rojas y sus vírgenes y ángeles mexicanos, sus enciclopedias de tauromaquia y sus lámparas bajas, en aquel entonces espacio mágico para mí. Todo ese encanto está ausente. También por las luces del fulminante sol madrileño del mediodía. Allí sale Joaquín del pasillo en bata con dos cigarrillos. Uno en cada mano. Estallo de risa y él también.
Ya estaba. Era eso.
Ya estaba todo en su lugar. Había sido un encuentro de dos náufragos a la deriva en el océano humano. Los dos lo sabíamos. Hubo algunos largos silencios también. Nos dimos un abrazo y en menos de cuarenta minutos ya estaba vagando por la calle otra vez.
Pero el cuento no termina allí.
En ese mismo edificio, cuatro años más tarde, un amigo en común es el propietario del segundo piso y nos invita a Cecilia y a mí a una descarga. Fuimos con todas las ganas de una noche hermosa. Que lo fue. Y entonces María Dolores Pradera, aquella maravillosa cantante folklórica, comienza a derramarnos una serie de coplas enganchadas con maestría en aquella noche regada de copas y alegría. Siguió y siguió con sus dos guitarristas flamencos de excelencia y el silencio lo inundó todo, y entre tanta emoción se yergue sobre sí misma y con la voz en el límite, todos los que estuvimos allí oímos con total claridad aquellos versos de su boca: “y morirme contigo si te matas/ y matarme contigo si te mueres/ porque el amor cuando no muere mata/ porque amores que matan nunca mueren”. Aquella esplendorosa mujer terminó su performance entre vivas, besos y aplausos de los comensales. Como puedo me acerco a ella. Nos confundimos en un abrazo y le digo al oído: “¡Pero cómo has colado esos versos de Joaquín entre tanta noble copla! ¡María Dolores, qué genia que eres!”. Ella me retira suavemente con sus dos brazos hacia adelante, me mira a los ojos y me dice: “¿Qué versos de Joaquín?”. Seguro, le retruco: “Y morirme contigo... etc.”. Y sin quitarme los ojos de encima y con una sonrisa dulce me dice con la seguridad de un oráculo: “¡Pero eso es el romancero anónimo español, mi querido!”. ¡Ay, Joaquín, qué canalla! ¡No haberlo puesto en los créditos del álbum! ¡No se puede ser más Joaquín!
En el transcurso de los ensayos del concierto que después se transformaría en el álbum No sé si es Baires o Madrid, allí por octubre del 2008, tuvimos varios encuentros. En un almuerzo con amigos en común Joaquín confesó que no estaba pasando un buen momento por aquellos años de la grabación de Enemigos íntimos. Me volvió el alma al cuerpo. Teníamos que encontrarnos en algún momento con aquella situación, si no todo habría sido en vano. Y el corazón de aquel hombre se abrió sobre la mesa como una flor. Con sobriedad y elegancia.
¡Salud, amigo Joaquín!
¡Y sí que valió la pena!
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