JUAN SASTURAIN
El amor, la política, la historia, los mitos y los héroes personales se dan cita en El versero, volumen que reúne unos cien poemas de Juan Sasturain escritos entre 1976 y 2016 y que también incluye aquellos de 2005 publicados en Carta al Sargento Kirk y otros poemas de ocasión. El versero propone a la poesía como un ejercicio inútil pero vital, tan necesario como el humor y la belleza.
› Por Sebastián Basualdo
“¿Para qué sirve un poeta? Según el lugar donde se formule, para nada”, escribió Isidoro Blaisten, y con su sentido del humor habitual agregó: “Como dijo Oscar Wilde, todo arte es inútil. Todo poeta es un inútil y para algunos familiares de poetas, todo poeta es un inútil. Pero, o porque, si se formula la pregunta desde otro lugar, el poeta trastrueca la familia y los familiares, vuelve útil lo inútil y cuando el viento sopla por los ojos da vuelta la red, la seda de los párpados”. Y eso, precisamente, es lo que hace Juan Sasturain en El versero, donde más que una selección de poemas que incluyen los que publicara en 2005 bajo el título Carta al Sargento Kirk y otros poemas de ocasión, lo que se impone es la antología espiritual –en el sentido antiguo de la palabra– de un hombre que ha escrito, si no de manera secreta, al menos en algo así como bajo una fiesta propia, cien poemas que abarcan desde 1976 al 2016. O como escribió el propio Sasturain: “Durante cuarenta años pero de a ratos, de a tirones –en cierto modo oportunista poeta dominguero– fui escribiendo los poemas que se enfilan detrás o debajo del rótulo general de El versero. El título tiene, entre muchas otras, una doble y consciente significación. Se sabe: versero es, en el habla popular, el que hace el verso, el que utiliza cierta supuesta habilidad verbal para persuadir / halagar/ seducir/trampear incluso a su interlocutor con fines precisos. En ese sentido el versero es una versión acaso degradada, pudorosa y más o menos amable o burlona del poeta, despojado de solemnidad o impostada trascendencia. Sobre todo porque el poeta versero hace un alevoso uso funcional del poema. Y se la banca. Pero por otro lado –y el neologismo me gusta mucho– versero se puede/debe leer y entender como el sustantivo común que denomina /contiene /define un conjunto, en este caso de versos. Lo que no se sabe es –a diferencia del plumero, cenicero o florero– para qué sirve. Acordemos entonces que un versero es un conjunto de versos para usos múltiples. Me gusta eso. Me gusta haber hecho /llenado un versero. Algo más: por una extraña compulsión, un mecanismo que la pereza o el temor me impiden desmontar, siento que incurrí en la poesía cada vez que necesitaba realizar algún gesto público o privado de fe, una declaración de amor o de males, maldecir o poner flores. Quiero decir que muchos o todos de estos textos están alevosamente marcados por la biografía, la historia y la política”. Tres concepciones que se imponen desde un principio en “76, Las llamas”, por ejemplo, poema que abre la serie. “Mal año este para tener treinta años, / lidiar sin fe con las banderas y la guardia bajas / abrigarse al rescoldo de los huesos personales / y estarse allí, apenas un ovillo, /mientras la gran madeja se teje a la derecha, /siempre a la derecha un poco más”. Y en “El general Perón va en coche y vive”: “Por esta vez, por esta única vez, el conductor ya no conduce/ nada./ Lo llevan –un espléndido cadáver de hombre grande–/ y está tan bien muerto en su cajón final que no entiende por qué no agarra él mismo sus manijas,/ se lleva y trae como siempre, como entonces o como/ cualquier otro adverbio de tiempo perdido”. Para continuar con un poema memorable donde la cadencia surge lentamente a través de un juego con el lenguaje, hasta imponer una metáfora entrañable cuyas significaciones se abren como un abanico, en “Evita, de evitar”: “Había una vez un verbo / un verbo sin decir/sin gritar/un verbo/ calladito y sin balcón/un verbo nomás/ un verbo más o menos/ sin jugar ni conjugar/ sin tiempo ni modo/ no voz / ni vos/ ni yo tampoco/ teníamos el verbo:/ HABÍA UN SILENCIO ASÍ/ Pero el verbo se hizo carne/ y habitó (evitó) entre nosotros/ EVITA (dijo el verbo)/ Evita tú/ evite él/ evitemos nosotros/ evitamos –dijo el mosquito–/ y la historia araba, evitaba/ para él y con nosotros/ arrastrados por ella”. Dividido en seis partes como un modo de diferenciar las distintas temáticas que van desde la política a la historia, la cultura popular (un poema dedicado a Maradona y Discépolo), homenajes literarios (Cesare Pavese y Salinger) y remembranzas, o incluso poemas rotundos como el dedicado a Massera en “Epitafio”: “Aquí yace, acostado, el almirante/que murió hace justo una semana./ El que mató a quien se le dio la gana/ está acá, con los pies para adelante. Aquí yace un asesino, caminante/ que hizo y deshizo con la soberana/ bendición de la espada y la sotana./ Desprécialo, si no lo hiciste antes”, en El versero Juan Sasturain varía en los tonos y registros al tiempo que recorre prácticamente todos los modos de versificación con una destreza verdaderamente admirable; ya sea a partir del verso libre, coplas, sonetos e incluso payadas. En “The carne blues”, uno de los últimos de la seria, el autor de Manual de perdedores le dedica poemas a los distintos cortes de carne argentinos para lograr sugerir, por medio del humor y la ironía, una gran variedad de significaciones, como en “Asado de tira en diferido”: “Se elige un patrullero bien maduro/debidamente estacionado/se lo casca contra el filo/el borde/ el cordón de la vereda/ (cuidado no romper la institución/manchar los uniformes)/y se extrae un tira mediano no muy duro o viejo/en activo/no ortibado/ se tira el resto”.
También la mujer y el amor ocupan un lugar importante en El versero, en la sección Nueve poemas para recuperar a una mujer, el poeta parece dialogar con Vinicius cuando escribe: “Para recuperar una mujer hay que estar/ dispuesto a todo./ A todo menos ella./ Porque ella es todo lo que uno no tiene./ Es decir: uno tiene el mundo pero/ la realidad es ella de un lado/ y uno y todo lo demás/del otro”. Y en ese largo poema que se titula “El amor pasado por agua”: “Hay varios tipos de amor/ en el mercado. Está el amor adocenado que se/ puede comprar. Viene crudo/ salvaje pero frágil. Acepta/ el manoseo, una franela/liviana pero/cuesta/dura/duele poco:/se partió y ya no hay cómo,/se acaba ahí,/pase el que sigue”. Juan Sasturain con estas palabras en el tiempo –como diría Antonio Machado– ha escrito un libro hermoso y tan necesario como su literatura.
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