Dom 03.08.2003
libros

RESEñA

Intelectuales y mercado

Creencia artística y bienes simbólicos
Elementos para una
sociología de la cultura
Pierre Bourdieu

trad. Alicia Gutiérrez
Aurelia Rivera
Buenos Aires, 2003
280 págs.

por Daniel Link

Creencia artística y bienes simbólicos incluye una serie de textos notables de Pierre Bourdieu (la mayoría de ellos inéditos en castellano) que revelan los procesos de formación de los conceptos de su teoría sociológica y, sobre todo, nos permiten hoy retomar su trabajo en el punto en el que Bourdieu se encontraba en el momento de su muerte.
No hace falta insistir en cuánto le debemos a Bourdieu todos quienes nos interesamos por los problemas que se asocian con el juicio estético y la valoración de las obras de arte, independientemente de que asumamos la sociología como el paradigma dominante de nuestro trabajo. La fuerza histórica de sus proposiciones nos llega intacta desde el fondo de un tiempo que, sin embargo, ya no es el nuestro. Tres son los aspectos en los que el trabajo de Bourdieu debería ser retomado y completado.
En primer término, la lógica según la cual Bourdieu describe el funcionamiento de la producción cultural en su totalidad es una “dialéctica de la distinción”, tal como se lee en “El mercado de los bienes simbólicos” y en “Sobre el relativismo cultural”, dos de los textos centrales de esta compilación. En efecto, la sociología de los campos presupone un funcionamiento dialéctico. No estoy seguro de que esa lógica pueda aplicarse a la cultura contemporánea, cuando la dialéctica ha caído en el más completo descrédito (tanto en la teoría política como en la estética).
En segundo término –resulta una obviedad decirlo–, Bourdieu piensa la producción cultural (y artística en particular) como producción de bienes (simbólicos), en relación con lo cual desarrolla una serie analógica: capital simbólico, competencia, mercado, etc... Pero si pensáramos el arte como una experiencia y no como un bien, la serie analógica se nos revelaría por completo impertinente. Habría que pensar, en todo caso, una sociología diferente.
Esos dos presupuestos (en los que no me voy a detener) limitan la aplicación de la teoría de los campos a momentos ya históricos (es decir, canonizados) de la historia de la producción intelectual y artística. No es casual que Bourdieu mencione una y otra vez a Manet, Flaubert y Heidegger como los modelos de los cuales deriva la lógica (dialéctica) de los campos.
La tercera razón tiene que ver precisamente con el carácter histórico tanto del modelo propuesto por Bourdieu como del tipo de producción cultural al que hace referencia. Pierre Bourdieu no prestó nunca demasiada atención a la correlación entre las tecnologías de reproducción de la palabra (y de la imagen) y la estructura del campo intelectual, aun cuando éste, con las propiedades que le atribuye, no podría haber existido sino en relación con la prensa escrita: el lugar en el que, históricamente, se diseñaron el espacio simbólico (lo que Habermas llamaría la esfera de la opinión pública burguesa) y los lugares o puestos de los que el sociólogo habla.
La paradoja del siglo XIX es que al mismo tiempo que comienzan a verificarse procesos de profesionalización del escritor (y tal vez por eso mismo), el autor muere como tal: o se convierte en un mero efecto del campo intelectual (es la solución de Bourdieu) o en “instaurador de discursividad” (es la solución de Foucault). Es por eso que la noción decampo intelectual (entendido como un sistema de posiciones autónomas) sólo podía sostenerse en oposición al mercado (y sólo recién en Las reglas del arte y en varios de los textos incluidos en Creencia artística y bienes simbólicos se atreve Bourdieu a plantear con todas las letras esa oposición). Es decir, si vale la pena sostener la autonomía (absoluta o relativa) del campo intelectual, hay que plantear que esa autonomía es una función tanto respecto del campo del poder como del mercado: así, el ascenso y ocaso de los intelectuales, la muerte y la resurrección del autor, no serían sino la consecuencia de la violencia con la que el mercado de bienes simbólicos operó durante la segunda mitad del siglo XX sobre el campo intelectual.
Las “cartas abiertas” de la modernidad –desde el “J’accuse” (1898) de Zola hasta la “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar” (1977) de Rodolfo Walsh– definen el arco histórico de aparición, consolidación y desaparición del campo intelectual como estructura (relativamente autónoma) y de los intelectuales como agentes (autónomos, al margen del mercado) de intervención en las cosas de este mundo.
Es una pena que Bourdieu no haya tenido tiempo de integrar sus últimas intervenciones políticas en su modelo de los campos. Gran parte de los contenidos de esas intervenciones y las apelaciones internacionalistas que formulan en contra del neoliberalismo y la globalización sólo son imaginables en relación con una tecnología de reproducción de la palabra (es decir: una ecología del campo) completamente diferencial respecto del mercado de bienes simbólicos: Internet.
Lo que Bourdieu no llegó a incorporar a su teoría de los campos pero sí intuyó hacia el final de su vida (y dan cuenta de ello tanto los textos recopilados en Creencia artística y bienes simbólicos como en Pensamiento y acción, aparecido el año pasado) es que el estado de la técnica modifica la forma y la función del campo intelectual.

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