PERFILES
Perfiles > Haroldo de Campos (1929-2003)
alguma coisa acontece no meu coraçao
que só quando cruza a Ipiranga e a avenida Sao Joao
é que quando cheguei por aqui eu nada entendi
da dura poesia concreta de tuas esquinas
(...)
eu vejo surgir teus poetas de campos e espaços
tuas oficinas de florestas teus deuses da chuva
“Sampa” (Caetano Veloso)
Ojalá que el cielo exista y que Haroldo de Campos pueda encontrarse allá con Joyce, con Mallarmé, con Dante, con Goethe, con Maiakovski, con Homero, con Leopardi, con Bashó, con Kurt Schwitters, sus permanentes interlocutores, o con sus viejos amigos Roman Jakobson, Severo Sarduy, Néstor Perlongher, Emir Rodríguez Monegal y tantos otros. La personalidad ciclópica del maestro y amigo Haroldo, a quien conocí en Yale en 1978, deja una herencia monumental en la cultura brasileña. Su creatividad y generosidad avasalladora lo vincularon con las mejores vanguardias del Brasil y, con relación a las literarias, junto con su hermano Augusto de Campos y Décio Pignatari (Grupo Noigandres), fue fundador de la Poesía Concretista (1956). Desarrolló amistades y compartió trabajos con artistas plásticos como Hélio Oiticia, Alfredo Volpi, Mira Schendel, Tomie Othake, Maria Bonomi; cineastas como Julio Bressane; dramaturgos como Gerald Thomas y con una infinidad de colaboradores en sus traducciones del griego, alemán, hebreo, chino, árabe, italiano, japonés, ruso. Se vinculó de forma intensa con gente del mundo de la música, incluso con Caetano Veloso, quien canta su letra “Circulado”. Recuerdo a Caetano sentado en los claustros de la Facultad de Filosofía, durante la defensa de la tesis doctoral Morfologia de Macunaíma que Haroldo realizó con la dirección de Antonio Candido, tesis que necesitaba defender para dedicarse a la docencia en el posgrado de la Universidad Católica de Sao Paulo.
Inclusive, en las recientes declaraciones de prensa motivadas por su fallecimiento, Candido reconoce que Haroldo de Campos “tuvo la rara capacidad de alterar los rumbos de la literatura brasileña de su tiempo”. Lo cierto es que Haroldo, amparado en la teoría del efecto retroactivo de la literatura postulado por Eliot, Borges y Jakobson, rehace la tradición literaria brasileña para imponer lo que hoy se llamaría un nuevo canon, libre de la linealidad historicista y de los mecanicismos previsibles. Así restaura el barroco a través de Gregório de Matos, entroniza a Sousandrade, a Pedro Kilkerry y a Oswald de Andrade, entre otros.
Como parte de su trabajo colosal, acaba de salir la “transcreación” o “transhelenización” de casi mil páginas de La Ilíada de Homero, edición bilingüe en dos tomos. Tradujo incluso poesía nahuatl, de próxima publicación en México. De los brasileños, es sin duda el poeta y crítico que tenía vínculos más intensos con Hispanoamérica; deja su Transblanco, la traducción de Blanco de Octavio Paz, con gran aparato crítico, y una vasta correspondencia con éste, con Cabrera Infante, con Cortázar y con Severo Sarduy. Años atrás, inicié con Haroldo una traducción de De donde son los cantantes, a la que se sumó posteriormente Josely Vianna Baptista; la próxima publicación de esta espléndida novela será un verdadero homenaje a Haroldo y, sin duda, a Severo.
El año pasado, Haroldo se presentó con Juan Gelman, de cuya poesía hablaba con entusiasmo, en Río de Janeiro. Quedan también sus espléndidas “transcreaciones” de poemas de Huidobro, de Sor Juana, de César Vallejo y de Girondo. En los últimos tiempos, para mi sorpresa, hablaba con gran entusiasmo de la poesía de Lugones y de la necesidad de redescubrirlo y, de repente, me entero de que, entre otros compromisos, había programado para octubre una conferencia en Montevideo (en el ICUB) sobre Herrera y Reissig y Cruz e Souza. Siempre confesó su entusiasmo por Girondo y, con gran sorpresa, descubrió que En la masmédula, su libro predilecto, era de 1954, o sea, coetáneo del grupo Noigandres. Sin duda, un encuentro entre los jóvenes concretistas y un Girondo maduro hubiese rendido frutos insospechados. En un video reciente, se ve el tomo de las Obras completas de Girondo (el de Losada, organizado por Enrique Molina), ocupando un lugar de honra en la biblioteca. Estaba siempre orgulloso por haber teorizado el “neobarroco” y por haber anticipado también el concepto de “obra abierta” de Umberto Eco, hecho reconocido por el propio italiano.
De los innumerables premios nacionales e internacionales con que fue homenajeado, estaba muy orgulloso de haber sido el primer brasileño en recibir el de la Fundación Paz en México (1999), y ese mismo año compartió con Juan José Saer, en París, el premio Roger Caillois. No hay espacio aquí para enumerar los reconocimientos oficiales que ha tenido en el Brasil y que, sin duda, aumentarán con el tiempo.
Deja más de treinta libros publicados y aún mucha obra inédita y la idea de hacer una fundación, con su propia biblioteca y manuscritos, como espacio libre, democrático y cosmopolita destinado a la investigación. Su compañera de toda la vida y más estrecha colaboradora, Carmen Arruda de Campos, seguramente terminará de dar forma a esa idea.
Será muy difícil seguir adelante con el silencio de Haroldo (que habría cumplido 74 años el 19 de agosto), aunque su palabra quede perpetuada en un legado monumental.p
Jorge Schwartz