Imágenes de la emancipación
Cientos de estudiantes de todas las disciplinas pugnaron por inscribirse en el seminario sobre cine que Alain Badiou dictó en la Alianza Francesa y el Centro Cultural Ricardo Rojas, en el marco del cual el último de los filósofos “radicales” habló de Deleuze y Godard. A continuación, Radarlibros ofrece una entrevista con el maestro francés.
POR CECILIA SOSA
¡Qué maravilla! Alain Badiou otra vez por Buenos Aires. El gran filósofo francés, autor de El ser y el acontecimiento, discípulo de Sartre, Althusser y Lacan, y tenso compañero de ruta de Foucault y Deleuze (a quien le dedicó un librito luminoso que da vuelta los lugares comunes sobre su filosofía), fue invitado por la Alianza Francesa a participar de un encuentro de Cine y Filosofía que se realizó en el Centro Cultural Rojas. En diálogo con Radarlibros, el profesor de Filosofía del College International de Philosophie y de la Universidad París VIII demostró que “filosofar” a veces puede suponer equiparar el acto electoral con un matrimonio desgastado, descubrir el cine como esencialmente pornográfico y plantear la necesidad de reinventar las formas del amor. Todo sin olvidar que la prioridad es seguir buscando la emancipación.
Hace 35 años que no vota, ¿por qué?
–Conozco a muchos que hace 35 años que votan y creo que nunca estuvieron contentos con el resultado. Como si la decepción fuera la ley del voto: la sensación desesperante de votar para que todo siga y no para que cambie. Al estar relacionado con el sistema de partidos y la vieja política, el voto devino en un acto conservador. A veces la cosa sale mejor que otras, incluso más o menos bien, como un matrimonio de años no tiene que ser forzosamente malo, pero tampoco algo extraordinario. El voto ya no es capaz de creación. Necesitamos una nueva idea de la democracia. Y hay que buscarla mucho más por el lado de la igualdad que por el lado de la libertad formal. No podemos aceptar el sacrificio de la igualdad en nombre de la libertad. Y eso es lo que en definitiva nos proponen. El deber filosófico es protestar contra esta imposición.
Hace tres años, en su última visita a Buenos Aires, acusó al movimiento antiglobalización de tener poca capacidad para proponer consignas nuevas. Sostuvo también que la política de emancipación debía ser totalmente repensada. ¿Sigue pensando lo mismo?
–Estamos en un período intermedio y toda una vieja concepción de la política de emancipación ha terminado. Pero la forma nueva tampoco está clara. Hay experiencias, movimientos, pero falta un nuevo concepto de política. La gran dificultad es la organización. Ya no se puede tener un partido político y un jefe que mande. Hay que inventar una disciplina activa, real.
¿No es raro escuchar al gran teórico del acontecimiento privilegiando la disciplina?
–En política nunca es suficiente con un movimiento que es siempre anárquico y complicado; se necesita otra cosa. Para crear una verdadera política hace falta una idea que unifique el conjunto. Eso es lo que aún no existe y lo que yo llamo disciplina.
¿Es posible reinventar una política a partir del acontecimiento cuando, por definición, no puede ser planificado?
–El problema de la política no es tanto el acontecimiento sino sus consecuencias, las subjetividades que se organizan a su alrededor. El acontecimiento no puede ser calculado ni organizado porque siempre está relacionado con el azar. No podemos sentarnos a esperar en un sillón la llegada del gran acontecimiento sino buscar en experiencias limitadas las nuevas formas de la política.
¿Y cuáles son esas subjetividades?
–Cuando un gran acontecimiento sacude a la sociedad, hay tres actitudes fundamentales: la que le tiene confianza y que trata de encontrar sus consecuencias positivas (lo que llamo fidelidad); la que sostiene que sin el acontecimiento las cosas hubieran ocurrido de todos modos (la reacción); y la que sostiene que el acontecimiento es sólo la imagen de algo más profundo inspirado en una ley teológica. Tenemos entonces una fidelidad positiva al acontecimiento, una reacción que lo declara inútil y una supresión en manos de una atmósfera sagrada y trascendente.
¿Cómo se manifiestan estas tendencias en la política actual?
–La reacción es la corriente de la globalización que sostiene que el capitalismo y la democracia van a prevalecer de todos modos y que constituyen la única política razonable. La emancipación es la que mantiene una confianza creativa en la política aun a partir de experiencias pequeñas. Y las corrientes fundamentalistas son las que en el fondo tratan de reemplazar la política por la religión. Estas subjetividades son más importantes que la diferencia entre partidos o entre izquierda y derecha.
Usted también sostiene que sólo en el arte, la política, la ciencia y el amor es posible hablar de verdad. ¿Por qué?
–La verdad no es una constatación ni un juicio sino una producción, una creación, una novedad que resulta de un devenir. Desde Platón, la filosofía distinguió cuatro posibilidades: producir verdades sobre la realidad objetiva del mundo (las verdades científicas); sobre las apariencias sensibles fabricando otras apariencias (las verdades artísticas); la creación de nuevas figuras sobre la sociedad (las verdades políticas); y la creación de nuevas figuras sobre la relación íntima con los demás (las llamadas verdades amorosas). Retomando esta idea, yo sostengo que en la ciencia, el arte, la política y el amor están los grandes procesos de producción de verdad.
¿La emancipación implica crear nuevas verdades en todos los ámbitos?
–Si se la toma de manera limitada es sólo una idea política. Pero si se la toma como creación, como invento, se hace presente en todos los procedimientos de verdad y obliga a transformar hasta las formas del amor. Ya lo dijo Rimbaud: el amor es para reinventar.
Usted dice que el cine es el único arte que puede capturar y transmitir el acto sexual, que allí reside su carácter pornográfico.
–Eso todo el mundo lo sabe (ríe). Desde sus inicios, el cine tuvo una relación muy fuerte con la sexualidad y con el cuerpo en particular. Toda su historia es un intento de acercarse a lo que hay de más íntimo en la vida de las personas. Pero también hay otra tendencia en el cine: construir grandes máquinas, soñar con otras formas de humanidad posibles. Por eso, siempre hubo un cine épico o fantástico y también un cine intimista. El cine de la intimidad se pregunta por el sexo. Su gran pregunta es si se puede hacer visible la sexualidad, si se puede mostrar a otros. Y probablemente sea imposible. Pero este imposible interesa al cine y en el fondo trata de arrancar pequeñas posibilidades a esta gran imposibilidad.
¿Por qué para hablar de cine eligió a Deleuze y a Godard?
–Deleuze es como mi enemigo íntimo. Nos conocimos mucho durante mucho tiempo y también tuvimos grandes diferencias. Tal vez sea una forma del amor, ya que ahí es donde surgen las mayores peleas. Pero siempre me hace feliz hablar de él. En particular decidí presentar una conferencia magnífica en la que Deleuze habla de cine estando ya enfermo. Tiene una calma muy especial y resulta muy emotivo. Godard es el cineasta que más reflexionó sobre cine, su tema es el cine. Fueron elecciones simples.
¿Cómo hace para sostener que no está dentro del “consenso académico”, si da clase en París VIII?
–Cuando Mayo del ‘68 yo ya era un joven profesor de París VIII y con Foucault, Deleuze y Rancière formábamos un grupo en el que se había producido un encuentro muy fuerte con la política. Las cosas cambiaron mucho desde entonces, pero permanece una manera de hacer filosofía. Algo de ese espíritu crítico, de esa idea de que la filosofía está relacionada con la vida y que no es simplemente una disciplina académica, no ha sido totalmente destruido. Por eso para mí no hay una contradicción completa.