Dom 23.11.2003
libros

Rescates

Hace exactamente diez años la Editorial Tantalia, nombre más que adecuado para un proyecto de jóvenes escritores decididos a vencer la indiferencia del mundo (editorial), publicó Guerrilleros (Una salida al mar para Bolivia), de Rubén Mira, a mi entender una de las novelas argentinas más significativas y originales del último tiempo. En la misma colección publicaron sus primeras (o en algún caso, segundas) novelas Miguel Vitagliano, Aníbal Jarkowski y Martín Kohan, autores todos que continuaron luego sus carreras en editoriales más comerciales y duraderas, y la calidad y renombre de sus libros posteriores hizo mucho para que los primeros no cayeran en el olvido. Rubén Mira, en cambio, se llamó después a un modesto, casi monástico silencio literario, que no ha ayudado a mantener los méritos de Guerrilleros en la memoria colectiva, fuera de un círculo de fanáticos iniciales, y casi iniciáticos, lectores.
Guerrilleros, para mí, antes que una obra en la literatura argentina, fue una experiencia. Experiencia liberadora, como la que en sus páginas se cuenta. No había leído nada así en nuestras letras, tampoco había imaginado que fuera posible. Lo fue, ciertamente, después; lo fue para mí, pues mi primera novela, Las islas, publicada cinco años después, probablemente no hubiera sido posible, y ciertamente no hubiera sido la misma, sin ella.
Guerrilleros puede describirse, en principio, como una versión del diario del Che en Bolivia, reescrito por el Burroughs más virulento y proliferante, el de El almuerzo desnudo. Lo cual no es poco. Rubén Mira fue el primero en atreverse a una empresa que Ricardo Piglia se dedicó a predicar pero se abstuvo de practicar: leer (es decir, reescribir) la literatura de Burroughs desde una experiencia que parece hecha a su medida: la argentina. Guerrilleros también lee la realidad (la alucinación) argentina desde ese espejo oscuro que le ofrece la boliviana, poco conocida a través de una literatura propia, recorriendo ese puente entre ambas que quiso trazar el Che Guevara. Experimento que resulta en algo que al ojo no avisado (europeo, digamos) podría parecerle realismo mágico, pero que está más cerca de un cyberpunk latino y tercermundista (de hecho, Burroughs es el creador de una matriz irremplazable para leer la cultura andina en clave beat: basta leer Queer, las Cartas del yagé, o algunas páginas pertinentes de El almuerzo; y Rubén Mira, que yo sepa, es el primero en reapropiar esa lectura para las letras latinoamericanas). Novela-puente es también Guerrilleros entre generaciones: en ella están los setenta vistos a través del cristal de esos noventa que en un principio (hasta leerla) aparentemente le son antagónicos en todo.
En sus páginas conviven, no siempre pacíficamente, los guerrilleros que viajan por Bolivia disfrazados de chola, la empresa Bonzai Animales SA y sus miniaturas, el amor del Chino y su iguana, el concurso en que los Marines deben romper con su sexo una gigantesca galleta marinera, los guerrilleros que se mueren sumidos en las nostalgias del recuerdo de la ropa interior “Polyana 555. Lavanda Fulton, jaboncitos y fragancias... aquellas bombachas, aquellos corpiños de mis hermanas mayores. Al abrir el cajón se inflaban como capullos estrujados” o los sándwiches de milanesa: “El pan rallado es de panadería, hay ajo y hay perejil, un poco de pimienta, toque de nuez moscada. No habría tanto amor si no estuviesen envueltos en papel”. Y, por supuesto, está también la Gran Marcha, que ya no es (¿o sí?) la de Mao sino la de los bolivianos que van por primera vez al mar cargando “todo su mundo íntimo... bikinis doradas, sombrillas publicitarias, heladeras de telgopor donde las viandas flotaban en el hielo derretido, lonas, toallas, palitas de plástico, baldes y moldes con formas de animalitos, relucientes aun, destinados a dejar asombros con forma de castillos sobre la arena...”
Rubén Mira sigue por suerte escribiendo: con Sergio Langer, historietas como La Nelly, que nos visita todos los días en la contratapa de un importante matutino; guiones cinematográficos, conmigo; y proyectos y versiones de novelas que esperemos se digne a publicar para ahorrarle a los amigos que lo sobrevivan la tarea de bucearlas entre sus papeles. Aun así, no es justo que Guerrilleros siga alejada de sus potenciales lectores. No para ella (se la banca) sino para nuestra literatura.

Carlos Gamerro

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