Lo real y sus metáforas
Empecemos por algún lado. Después del episodio del 11 de septiembre,
usted acuñó una frase sobre “la vuelta al desierto de lo
real”. Tal vez pueda comentar ahora el alcance filosófico, teórico
y político de esa fórmula. Puesto que Ud. mismo ha escrito que
la “realidad virtual” posmoderna está ya implicada en filosofías
“modernas” como la de Schelling, Kant y Bentham; ¿esto significa
que el 11-S, emblemáticamente para decirlo de algún modo, es el
fin de la modernidad y de la posmodernidad al mismo tiempo? ¿Que, por
lo tanto, tenemos que repensar la relación entre ficción y “realidad”,
entre lo Simbólico y lo Imaginario? ¿Se trata de un paradójico
y anti-posmoderno “Fin de la Ideología”?
–Empecemos con el 11 de septiembre y mi texto “Bienvenidos al desierto
de lo real”: lo que ese texto no quiere decir es, como generalmente se
malentendió, que simplemente vivimos en un mundo irreal y tenemos que
volver al real. Precisamente no es esto. Si hay un significado simbólico
del 11-S es el si-guiente: usualmente la gente cree que el ‘89 es el fin
del socialismo y, en un sentido, el fin de las utopías: aparece el realismo,
tenemos que aceptar la economía de mercado y el fin de la ideología
política. Pero yo creo casi todo lo contrario: la utopía real
era la de los años noventa, la de la economía global liberal capitalista,
el fin de la historia de Fukuyama; en fin, ya conocemos la fórmula. Y
si el 11-S nos dice algo es precisamente porque marca el fin de esa utopía:
ahora no podemos decir seriamente que todos los problemas pueden solucionarse
con un poco más de democracia. Éste es el primer punto.
El segundo es que la categoría de lo real tal como yo la uso es justamente
lo opuesto a la realidad. Por ejemplo, en la oposición de moda entre
lo virtual y la realidad, el real lacaniano está más cerca de
lo virtual. Creo que el real lacaniano no es un real sustancial positivo, no
es la realidad “tal como es”. La manera en que yo leo a Lacan es
en el sentido que él dice que nuestra percepción de la realidad
está condicionada por la fantasía. Así, la fantasía
decide lo que es la realidad. Pero tenemos que defender esto de una manera seria:
no en un sentido idealista, de que la realidad no existe y que sólo soñamos.
La realidad para Lacan, como para cualquier buen filósofo –y Lacan
era un filósofo–, no es lo que está afuera sino lo que uno
acepta como realidad. En orden de volver aceptable tal realidad, es necesario
incluir algunas coordenadas fantasmáticas. Pienso que es interesante
leer las famosas memorias de Primo Levi sobre Auschwitz en su aspecto ontológico:
cómo en los momentos cuando estás en el campo de concentración,
tu vida civilizada normal anterior se vuelve borrosa, como si no hubiese realmente
existido. Y viceversa: en el momento en que se vuelve a la vida normal después
de haber estado en el campo de concentración es como si se entrara en
una esfera distinta. La lección es que todo lo que realmente pasa no
podemos tratarlo al mismo nivel: hay una especie de cortes ontológicos.
Cuando algo es demasiado traumático no podés aceptarlo como realidad,
o si aceptás eso como realidad no podés aceptar tu realidad “normal”
como realidad. En ese sentido, la realidad debe ser sostenida por algunas coordenadas
fantasmáticas. Y esto es más importante que nunca en nuestros
días. Lo que me interesa es cómo la ideología no es una
gran tesis ideológica, liberal o socialista (en este sentido es posible
que la ideología esté en crisis) sino un conjunto de coordenadas
fantasmáticas que, aún sin saberlo, determinan nuestra vida cotidiana.
Usted se está poniendo, me parece, bastante althusseriano...
–Sí, pero no creo que se encuentre la noción de lo real
y de la fantasía en Althusser. Yo creo que él simplemente hablaría
de prácticas ideológicas... Y acá está mi gran diferencia
con Althusser: él no ha desarrollado lo suficiente la forma en que la
interpelación para funcionar tiene que, en un sentido, fracasar. Digamos:
cuando sos interpelado como cristiano, si te identificás directamente
con eso, no sos un verdadero sujeto, sos una especie de loco, de autómata.
Debés mantener una mínima distancia para decir “yo no soy
solamente una figura de la ideología, también soy una persona
real”. Para que la ideología funcione, debés aceptarla con
distancia.
Eso es la ironía incorporada al dispositivo ideológico...
–Exacto. Y esa es mi gran conclusión: la ironía no es necesariamente
subversiva. La ironía es lo que hace a la ideología vivible. Esto
lo comprobé por mí mismo. Mi gran lección del socialismo
yugoslavo es que nadie lo tomaba en serio, por eso funcionaba. Esto nos lleva
al próximo punto, las creencias: ¿quién cree qué
cosas? Esto es mucho más ambiguo. Por ejemplo, está la idea de
que hoy somos liberales cínicos, escépticos, que no creemos en
nada, pero también están los así llamados fundamentalistas
primitivos que toman en serio aquello en lo que creen.
Qué significa creer
¿No considera que lo que hoy llamamos fundamentalismos constituyen estrictamente
un fenómeno posmoderno?
–Absolutamente. Primero tendríamos que distinguir rigurosamente
los llamados fundamentalismos del tercer mundo de los fundamentalismos de la
mayoría moderna norteamericana. Rechazo llamar fundamentalistas a los
predicadores, esas figuras obscenas de TV que son la personificación
de lo que condenan. Para mí la mayor pregunta es: ¿se trata de
un falso o un verdadero fundamentalismo? El falso fundamentalismo, como la mayoría
moralista cristiana, está siempre obsesionado por lo que los otros están
haciendo, con el placer de los otros. Con respecto a los fundamentalismos del
tercer mundo, estoy de acuerdo con usted en distinguir el fenómeno posmoderno.
Por ejemplo, si tomamos Irán bajo Jomeini, o incluso Afganistán,
no podemos simplemente designarlos como tradicionalistas porque, en un sentido,
tienen un aspecto modernizante: introdujeron una cierta lógica de control
estatal destructiva de las tradiciones tribales. Pero volviendo a las creencias:
¿quién cree qué cosas? Creo que las creencias que asociamos
con los fundamentalismos son creencias en primera persona del singular: “Yo
creo...”. Es un fenómeno moderno, luterano. Pero como dijo Robert
Faller, si vemos el pensamiento griego, no era una creencia literal –no
creían que si subían al monte encontraban a Zeus–, pero
es otro error pensar que era metafórico.
Era un registro diferente, que incorporaba la realidad a la metáfora
y viceversa, como dice Paul Veyne.
–Era una ficción simbólica, totalmente creída como
una ficción. Así que muchos de los así llamados primitivos
no creen en el sentido que nosotros les atribuimos que creen. Por el contrario,
creo que nosotros, los modernos, frecuentemente creemos de una manera más
enredada de lo que aparece. Por ejemplo, para Faller, los así llamados
posmodernos son los mayores creyentes. Y tiene un buen argumento. A ellos les
gusta Derrida, quien tiene casi miedo de escribir una frase directa. Él
nunca dice: “Esto es una hoja de papel”, él diría:
“Si aceptamos la función referencial del lenguaje, quizás
esto podría ser designado como...”. ¿Por qué él
necesita introducir todos estos distanciamientos? Él tiene miedo de que
si lo dice directamente, va a comprometerse demasiado. Pero los antiguos lo
dijeron directamente y todas las distancias ya estaban incluidas. Umberto Eco
tiene este ejemplo: antes se decía “te amo apasionadamente”,
ahora sólo se dice “como diría Corín Tellado, te
amo”.
Esto significa no aceptar la falta en el lenguaje... Si no se acepta que hay
necesariamente una “pizca de lo real” en todo proceso de relación
simbólica con el mundo, entonces lo simbólico entero se vuelve
siniestro. Esa “inclusión de la distancia” en el propio discurso
sirve para darle su lugar a lo real y al mismo tiempo no volverse loco. Parecería
que los posmodernos, o los “textualistas” no terminan de entender
esto.
–Pero para mí no es solamente un argumento abstracto referido a
la teoría posmoderna, esto afecta nuestra vida cotidiana. Ésta
es una de las lecciones de Matrix 1. Recuerde cuando el agente malvado Smith
le dice al héroe cómo los hombres no eran capaces de aceptar la
matrix, que ha sido construida para los humanos como una realidad más
placentera, es decir como realidad. Es por eso que la matrix tiene que volverse
peor para ser aceptada. Ésta es para mí la ironía esencial.
Lo que me interesa es cómo la ideología funciona en la vida cotidiana.
Por ejemplo: todos los adolescentes usualmente rechazan y se burlan de su padre.
Pero el mismo adolescente, a la hora de confrontar a su padre, siente por él
respeto y miedo. Puede hacerse una prueba sencilla que yo hice una vez: un joven
estudiante se quejó ante mí de su padre, dijo que era un idiota,
y yo hice un experimento muy cruel; le dije: “Sí, yo conocí
a tu padre y es un idiota total”. El estudiante se sintió tan herido
y enojado: ¡secretamente él creía en su padre! Y esto confirma
cómo la vida cotidiana es frecuentemente un compromiso. Isaac Asimov,
el escritor, dijo una vez que había dos posibilidades: o estamos solos
en el universo, no hay ningún Dios ni nada; o no estamos solos, y hay
“algo”, un Dios, una inteligencia superior. Ambas posibilidades
son traumáticas e imposibles de aceptar. Queremos estar “entre
medio” de ellas, y así es como funciona la vida cotidiana. Si le
preguntan a mi madre, es decir, a gente común, si cree, ella responderá:
“No, pero nunca se sabe, tal vez sea bueno ir a la iglesia de vez en cuando”.
Prácticamente se cree, pero desautorizamos tal creencia. La filósofa
húngara Agnés Heller, quien estuvo en un campo de concentración
cuando era joven, me contó una historia muy interesante sobre cómo
la mayoría de la gente que conoció allí le relató
lo mismo. Era necesaria una actitud egoísta para sobrevivir en el campo.
Pero, sin embargo, en todas las barracas de su campo circulaba el mito de que
había un prisionero en otra barraca que no se había convertido
aún en una “máquina de supervivencia”, que aún
actuaba con dignidad y ayudaba a los otros. El punto interesante es que para
ser un egoísta, necesitás creer en alguien que todavía
es honesto. Cuando te enterás de que esa persona realmente no existía,
dejás de funcionar y regresás al nivel de los llamados “muertos
vivos”, a quienes en el campo se suele llamar musulmanes.
En mi libro El juego de las fantasías, hay un capítulo sobre el
fenómeno de la llamada interpasividad: cómo tus experiencias más
íntimas y secretas, tales como las creencias o incluso la risa, pueden
practicarse a través de los otros. Mi ejemplo favorito es cómo
nos gusta reírnos de la llamada “gente primitiva”, que tiene
la costumbre, cuando muere alguien, de contratar a una “llorona”
para los velorios. Nos reímos de cuán inauténtico esto
es. Pero, ¿no hacemos lo mismo cuando miramos las series norteamericanas,
donde aparece el sonido de una risa artificial, de gente que se ríe por
vos, en los momentos graciosos? Esto es lo que Lacan quería decir con
el “sujeto descentrado”. Es paradójico: para Lacan existen
algunas creencias y actitudes que no podemos nunca asumir en primera persona.
Para ir incluso hasta la obscenidad, en uno de mis libros hice un análisis
detallado de la estructura de los inodoros en Occidente. Son, en un sentido,
ideología encarnada. Se podría demostrar que los inodo-ros franceses
son “jacobinos”, los anglosajones son “pragmáticos”
y los alemanes son “metafísicos”. Esto es lo que me interesa
más y más: no las grandes hipótesis explícitas sino
los actos cotidianos donde funciona la ideología.
Mierda, racismo y democracia
Ya que hablamos de inodoros recuerdo una frase que usted cita de Lacan: “¿Cuál
es la diferencia verdadera entre el ser humano y el animal? Lo que hacemos con
los excrementos, con los restos no asimilables”. Los seres humanos estamos
obsesionados con desacernos de esa parte “real” de la naturaleza,
y su “expulsión” termina dándoles una categoría
ontológica
–Sería interesante leer en este sentido los films de Hitchcock.
Porque ahí todo el problema está en los inodoros. Toda la mierda
volverá un día. Es una ontología de lo cotidiano: aunque
lo sabemos racionalmente, la mierda no desaparece. De una manera es eliminada
de “nuestra” realidad, y uno no piensa en eso. Está en otro
nivel. Es en este sentido de la ontología de lo cotidiano que debe estudiarse
el racismo: ¿qué nos molesta de los otros?, ¿cuándo
nos volvemos agresivamente racistas hacia los otros? Hay algo de una ontología
fundamental en cómo percibimos a los otros. Nunca se trata de una explicación
superficial, pseudomarxista, de los intereses económicos. Es casi como
con la mierda: una intolerancia ontológica.
Siempre pensé que los racismos tenían que ver no con la alteridad
radical sino al contrario, con lo que Freud llama el narcisismo de las pequeñas
diferencias...
–Una buena metáfora de los racismos son las modestas películas
de ciencia ficción de Hollywood de los cincuenta, donde la historia es
siempre un tipo que va manejando en Estados Unidos, el auto se le rompe, tiene
que ir por auxilio a un pueblo y descubre que ahí algo raro está
pasando: los aliens están tomando el lugar. Pero la trama usual consiste
en que ellos se parecen y actúan como nosotros, pero hay una ínfima
diferencia por la que podés identificarlos: una membrana entre los dedos,
algo extraño en los ojos... Pueden ser iguales a nosotros, pero esta
pequeña diferencia significa la total otredad. Aquí siempre recuerdo
a mi madre: ella no era para nada antisemita, pero una vez una vieja judía
fue a su casa y luego ella me dijo: “Es una señora amable, pero,
¿notaste la forma extraña en que ella cuenta el dinero?”.
Es un pequeño vínculo lo que nos abre el camino a la otredad radical.
Esos son los dos modos del Otro: uno es la otredad absoluta, como el alien en
las películas. Pero creo que es mucho más interesante el Otro
cuyo diferencia es casi imperceptible, pero más aterradora. Esto aparece
en la experiencia de la vida cotidiana. Si tomamos el antisemitismo, por ejemplo,
tenemos la fórmula común que el trauma viene de afuera y ahí
aparece el judío. Debemos darla vuelta: primero está el antagonismo
social y luego inventamos al judío para responsabilizarlo por él.
Esto es lo real, y no el horror que viene de afuera. Lo real es lo que este
horror que viene de afuera pretende ocultar. Esta es la razón por la
que el cine catástrofe es tan popular hoy. La única manera de
leer la película Titanic de James Cameron, es por una pregunta precisa:
¿por qué el barco choca contra el iceberg justo en el momento
en que lo hace? Luego de hacer el amor, ellos suben a la cubierta y ella –Kate
Winslet, que viene de una familia rica– le jura a él –Leonardo
DiCaprio, un chico pobre– que va a vivir con él dejando su círculo
social y su riqueza, y que no le va a importar ser pobre. Es ahí cuando
choca el barco. La verdadera catástrofe es quedarse juntos: sostener
la ilusión de que el amor es posible y no defraudarse. En este sentido
yo no creo que el psicoanálisis sea anacrónico. Es más
actual que nunca. Normalmente los argumentos estúpidos son así:
Freud fue bueno para la época victoriana, cuando había inhibiciones
sexuales y el psicoanálisis ayudaba a tener una vida sexual normal, contra
la internalización de las prohibiciones familiares y la culpa; pero hoy
la vida aparece como permisiva... ¡No! Creo que actualmente es aún
peor: el problema hoy es que la gente no se siente culpable de transgredir prohibiciones
sino de no transgredir, de ser incapaz de gozar. Y ésta es una estructura
superyoica mucho más fuerte.
Esto parecería tener que ver con la sublimación represiva de Marcuse...
–Sí. Hoy, paradójicamente, sólo el psicoanálisis
te permite no gozar. Ése es el problema de hoy: no está permitido
no gozar. Lacan lo dice de modo muy preciso: desde el momento en que te permiten
gozar, la permisión se vuelve un deber, “tenés que...”.
El problema es tener el permiso de no gozar, porque realmente sólo podés
gozar si está permitido también no gozar. Hoy tenemos este terrible
deber del superyó en todos los niveles, desde lo más brutal tipo
“tenga sexo, disfrute, etc.” hasta el más espiritual “realícese,
pase un buen momento”.
Sí, Ud. ha dicho que hoy el goce está permitido, e incluso es
obligatorio, porque los objetos de goce han sido privados de todo riesgo, “desustancializados”:
café sin cafeína, cerveza sin alcohol, sexo virtual, etc. ¿Le
parece que es éste el problema que tenemos con la idea de democracia?
¿Una especie de mandato superyoico de gozar de la demo-cracia, aunque
ella sea insustancial?
–Mucha gente me odia por esto. Yo no estoy en contra de la democracia,
pero hay que tener el coraje para preguntarnos qué significa efectivamente
la democracia hoy. ¿Cuáles son las elecciones que realmente podemos
hacer? En este nivel, si la democracia tiene su base en la idea de la libre
elección, estoy tentado a problematizarla. El problema con la libre elección
es que puede involucrar muchas veces un deber secreto más fuerte. Por
ejemplo, los domingos usted debe visitar a su abuela. Y el padre tradicional
lo decía a la manera althusseriana: “Obedece. Hazlo. No me importa
lo que pienses”. El padre posmoderno permisivo te dice: “Vos sabés
cuánto te quiere tu abuela. Sin embargo, visitá a tu abuela sólo
si realmente querés”. Ésta es una aparente libertad de elección.
El deber es mucho más severo. El verdadero aviso del padre no es sólo
que tenés que visitar a tu abuela sino que debés amar hacerlo.
Trad. y adaptación: Verónica Gago
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