RESEñA
Cuidado con las espinas
En medio de Spinoza
Gilles Deleuze
Editorial Cactus - Serie Clases
Buenos Aires, 2003
192 págs.
Por Verónica Gago
En medio de Spinoza es un título incómodo. Es parte de una fórmula más amplia: Spinoza y nosotros: nosotros en medio de Spinoza. Esta inquietud por la contemporaneidad del filósofo judío holandés del siglo XVII es la que va enhebrando las diez clases que Gilles Deleuze (1925-1995) dictó entre los años 1980 y 1981 en la universidad francesa de Vincennes y que son editadas aquí por primera vez en castellano. En estas clases del llamado “curso de los martes”, Deleuze aborda conceptos claves de la obra spinozista (profundamente trabajados en el libro Spinoza y el problema de la expresión, su tesis de doctorado de 1967) pero lo hace a la manera de un encuentro amoroso: lo que le interesa es contar cómo él mismo ha sido afectado por Spinoza, por “el más filósofo de los filósofos que enseña al filósofo prescindir de la filosofía”. Deleuze insiste en que cualquiera que quede “en medio de Spinoza”, que sea arrastrado por su pensamiento, puede recibir de él un flash, una iluminación repentina, como le ocurrió al propio Nietzsche. Uno puede descubrir que ya era spinozista, sin nunca haber leído Spinoza. ¿Pero qué sería descubrirse spinozista? Una ética, un anti-juicio: “usted ya no juzga... Alguien dice o hace algo; usted ya no relaciona eso con los valores. Más bien se pregunta:... ¿Cómo hay que ser para decir eso? ¿Qué manera de ser implica? Usted busca los modos de existencia envueltos, y no los valores trascendentes... El punto de vista de una ética es: ¿de qué eres capaz? ¿qué puedes?”, para llegar al grito de Spinoza: “¿qué es lo que puede un cuerpo?” Preguntarse de qué experiencia se es capaz, qué soportamos y qué hacemos vuelve necesario, al mismo tiempo, “construir esa capacidad de experimentación y no tener un saber previo. Nadie sabe de qué es capaz”.
La ética es una teoría de los cuerpos y la forma en que esos cuerpos se componen en un plan(o) común. Un cuerpo puede ser cualquier cosa: una roca, un animal, una nota musical, una idea o una comunidad. Deleuze retoma el descubrimiento de los estoicos: “todo es cuerpo”. Y la composición es un ritmo: una combinación de velocidades y remansos. ¿Qué significa, pregunta Deleuze, “la música que amo”? Que existe una composición entre ella y mi cuerpo que nos vuelve parte de un “tercer individuo”: “entonces, mi potencia aumenta” y en esa expansión de la propia potencia consisten las pasiones alegres. Esas composiciones se vuelven un “bello funcionalismo”: es cuando algo marcha. Spinoza juega con las analogías entre las composiciones alimenticias y las amatorias. Deleuze agrega imágenes bellas: el encuentro del nadador con las olas y del bosque con la espesura.
Hay que ver a la gente como “pequeños paquetes de potencia”, pone Deleuze, de manera socarrona, en boca de Spinoza. El problema político aparece en primer plano: la gente que cultiva la tristeza, otro modo de hablar de la “impotencia del tirano”. Pero –advierte Deleuze– los impotentes son los más peligrosos: “son los que van a tomar el poder (porque) tienen necesidad de la tristeza: sólo pueden reinar sobre los esclavos y el esclavo es precisamente el régimen de la disminución de potencia”. No hay esencias o, mejor dicho, las esencias, para Spinoza, son las potencias, lo que cada cuerpo es capaz de hacer. Pregunta Deleuze a sus alumnos franceses: “¿Comprenden el golpe filosófico que está haciendo?”
Según cuentan sus biógrafos, Spinoza grabó en su escudo las siguientes palabras: ¡caute quia spinoza! (¡cuidado que tengo espinas!). El colectivo editorial Cactus recoge el blasón del filósofo con la aparición de su primer título, una lograda traducción de estas clases (que ya circulaban por Internet en versiones descuidadas) en una prolija edición.