Dom 21.12.2003
libros

RESEñA

Éramos pocos

DILEMA DE LAS
SUPERPOBLACIONES
Exclusión, hambre, urbanización, hiperconsumo e iniquidad
Ana Báez

Longseller
Buenos Aires, 2003
96 págs.

POR MARTIN DE AMBROSIO

Aunque relevantes, los datos que recolecta Dilema de las superpoblaciones sobre el tema que trata (patente en el título) y sus derivados (en el subtítulo) no llegan a ser suficientes para transformarlo en algo más que una liviana introducción al debate. Un enfoque sin ninguna intención novedosa y descuidadas glosas de Marx, Malthus y otros, transforman sus escasas páginas en una desordenada suma de citas. El libro se divide en dos partes bien definidas: los números que sirven para plantear el problema y las síntesis de escritores que han tocado el tema.
Se sabe: en el mundo hay mucha gente (6100 millones de personas, y algunos millones más cuando esta reseña llegue a manos del lector) y éste es un fenómeno moderno. Desde que hace 100 mil años el Homo Sapiens salió de Africa hasta pasadita la Edad Media la población total avanzó a tranco lento. Hacia el 1500 había 500 millones de habitantes (menos de la mitad de los que habitan China hoy). Pero mientras que tardó 300 años en duplicarse (de 500 a 1000 millones), en sólo 200 (del 1800 al 2000) se sextuplicó. Y –esto no lo dice el libro– si sigue la tendencia, dentro de otros 200 años, la densidad poblacional de todo el planeta será igual a la que se registra hoy en las grandes ciudades. Entonces, rápidamente, los problemas que surgen son dos: ¿dónde va a vivir tanta gente? ¿Qué van a comer? Pese a que casi la mitad de la humanidad sufre hambre, la cuestión no pasa de momento –por más que los ladinos productores de semillas transgénicas quieran hacer creer lo contrario– por la falta de tecnologías agroalimentarias sino más bien por la desigual distribución de los recursos (como ocurre en una escala mucho menor en esta Argentina de apenas 35 millones de habitantes).
Luego de desgranar estos y otros datos (como que los países más ricos del mundo, que tienen un 20 por ciento de la población mundial, se llevan el 86 por ciento del consumo total), vienen sin más las glosas de los autores que se han ocupado del tema. Según la autora, son de dos tipos: los llamados “pesimistas” y los “distribucionistas”. En el primer grupo coloca al inglés Thomas Malthus (1776-1834) y a los neomalthusianos del siglo XX. Como distribucionistas ubica a Marx y a Josué de Castro (la autora se encarga de aclarar que el brasileño De Castro al lado de Marx es una hipérbole justificada porque “es necesaria una visión latinoamericana del asunto”).
Pese a las desmañadas glosas (llamativamente incluyen palabras como “patrono”, “ácidos aminos” por “aminoácidos” y “parados” por “desocupados”), que además no propenden a ningún fin argumentativo, quien desconozca a los autores se puede llevar una primera impresión de lo que han escrito. Así, se puede conocer cómo Malthus escribió contra las “leyes de pobres” británicas que brindaban caridad y cómo sus estudios se basan en consideraciones de las sociedades a la manera de organismos de la naturaleza, con leyes poblacionales sobre las que no se puede actuar (aquí, claro, radica el inmoral conservadurismo de Malthus). En esa misma línea, en la que el número de pobres se autorregula con mayores muertes si no hay recursos (verbigracia: trabajo), se inscriben los neomalthusianos del siglo XX como Paul Ehrlich, fundador de la demografía norteamericana. De Marx, bueno, una apretada síntesis de El capital, especialmente allídonde explica que la superpoblación no es un efecto indeseado del sistema sino un producto necesario de él. Por último, la visión del médico Josué de Castro agrega el análisis de la existencia de más de un tipo de hambre, ya que puede haber “hambre de minerales”, “hambre de vitaminas” o “hambre de proteínas”, lo cual es un paso adelante en el tratamiento de emergencia de estas carencias.
Ahora bien: ¿cuánta gente sería deseable que hubiera en la Tierra? Esa pregunta nunca se responde y ni siquiera se plantea. La autora, casi a su pesar, da con la clave de algunos de los problemas que debería encarar la cuestión distributiva. Uno de ellos, no menor, es el del abastecimiento de energía y las consecuencias medioambientales del consumo desenfrenado de miles de millones de seres humanos. Lo peor de este dato (lo complejo, lo terrible) es que si el consumo de los países ricos se trasladara instantáneamente a los países pobres, el mundo colapsaría en menos tiempo de lo que se tarda en decirlo.

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