RESEÑA
Metamorfosis
El placer rebelde.
Antología general
Luisa Valenzuela
Selección y prólogo
de Guillermo Saavedra
Fondo de Cultura Económica
Buenos Aires, 2003
440 págs.
› Por Manuel Rud
Las antologías parecen siempre objetos nacidos de lo arbitrario. Ante ellos, resulta inevitable la sensación de estar asistiendo a una “selección antinatural” motivada sólo por el ánimo de (re)colección o, tal como supone André Breton, por una considerable dosis de parcialidad.
Aunque no escapa a esta última condición –puesto que cualquier lectura está precedida por un antojo–, El placer rebelde, antología general de la obra narrativa de Luisa Valenzuela, sortea otros comunes vicios “antológicos”. Guillermo Saavedra ha seleccionado un generoso número de textos de Valenzuela –tanto cuentos como fragmentos de todas sus novelas, desde Hay que sonreír (1966) hasta La travesía (2002)– con un criterio holgado y audaz a la vez. A pesar de compendiar casi cuatro décadas de producción literaria, El placer rebelde esquiva también la facilidad de la ordenación cronológica tan cara a las recopilaciones. A cambio, propone un acceso a ese universo narrativo a partir de tres sugerentes condensaciones: los relatos de lo político-histórico en la sección “Realidad nacional desde la página”, los que tematizan lo erótico y los conflictos de género en “Travesías de un cuerpo”, y la experimentación formal en “Cosas raras de lo real”. Vale aclarar que no se trata aquí de una arbitrariedad “de antología”, sino más bien de una determinación provocada por el propio material: como señala Saavedra en el prólogo, la literatura de Valenzuela parece navegar invariablemente entre las orillas de lo sexual y lo político, zonas que se encarnan siempre en la escritura sobre un cuerpo, en tanto exclusivo “teatro del poder y del deseo”. En este sentido, los relatos parecen recostarse especialmente en lo corporal –como Roberta, protagonista de Novela negra con argentinos, que “escribe con el cuerpo”– adquiriendo así consistencia micropolítica. Los diversos modos de cuestionamiento a los modelos sexuales hegemónicos y al rol social femenino resuenan en las voces de mujeres singulares, enmarcadas por relatos aparentemente diminutos y privados. Muchos de los cuentos extraídos de Cambio de armas y de Simetrías, y los fragmentos de Como en la guerra le siguen el rastro a esas mujeres: ajenas o desahuciadas, desmembradas y hasta signadas por la amnesia o el olvido masculino, pero pregnadas de un deseo suficiente como para hacerse oír –y leer– en una señal primaria de resistencia a cualquier sometimiento. Sin embargo, hay siempre un fondo público de estos relatos tejidos desde lo privado: los textos de El placer rebelde se asientan frecuentemente en el proscenio de la realidad social inmediata y sobre un horizonte referencial evidente. La historia argentina, la más reciente y sangrienta, aquella marcada por la persecución, el exilio y las manipulaciones macabras del poder, constituye el habitual recorte de época de estos textos. Como si se tratara de cuestiones indecibles a partir de la llaneza realista, en tales casos Valenzuela suele convocar al humor caricaturesco, a los personajes de contornos esperpénticos, prismas con el que se revela la tragedia inmediata. Así, en clave grotesca, transcurren los fragmentos de Realidad nacional desde la cama o los cuentos que merodean el fenómeno peronista y su simbólica, en especial la figura de Eva Perón.
Luisa Valenzuela revela página a página una escritura versátil, que transita tanto la busca de una oralidad original o la respiración costumbrista –en Hay que sonreír, en ciertos relatos de Los heréticos, Aquí pasan cosas raras y Donde viven las águilas– como el devaneo lúdicode la lengua –presente en muchos de los textos epigramáticos de Libro que no muerde– o la reflexión sobre el propio acto de escritura. Como conjunto, El placer rebelde no constituye una compilación evolutiva de una obra, sino que elige presentar las obsesiones de Valenzuela a través de su casi camaleónica diversidad estilística.
¿Qué es una antología?, se preguntaba Malraux. “¿Muestrario, cuadro de honor, metamorfosis?” En el caso de El placer rebelde, libro que parece más un recorrido que un amontonamiento, se ha preferido gozosamente la última opción.