Dom 14.04.2002
libros

RESEÑAS

Un episodio internacional

LA MANCHA HUMANA
Philip Roth
Trad. de Jordi Fibla
Anagrama
Madrid, 2001
440 págs., $ 29

POR SERGIO DI NUCCI

Luego de indagar en las pesadillas bien reales de Swede Levov en Pastoral americana (1997) y de mostrarnos qué tan humillante podía ser la vida clasemediera de Ira Ringold en Me casé con un comunista (1998), Philip Roth cierra su (¿última?) trilogía norteamericana con La mancha humana (2000). Es otra historia oportuna (y aún: oportunista), muy ilustrativa, la de Coleman Silk, profesor septuagenario y ex decano de una Universidad (llamada, significativamente, Athena) que lo acusa de racista y lo obliga a adelantar su retiro. Roth procuró así concluir un proyecto muy expeditivo: impugnar con sorna las fuerzas que dominan la vida pública de los Estados Unidos, desde los años cincuenta para acá.
El profesor Silk enfrenta un éxtasis de recriminaciones luego de utilizar en clase la palabra spooks (en la púdica traducción, “humo negro”) al referirse a dos estudiantes a quienes nunca había visto: “¿Existen o se han hecho humo negro?”. Para su desgracia, no se hicieron humo, pero sí eran negros (o mejor, desde luego, african-americans). Podemos imaginar el escándalo, en un contexto universitario en el que los estudiantes denuncian las obras de Eurípides por misóginas y logran que dejen de integrar el programa de estudios. Roth saca de esto las consecuencias más terribles: el asunto mata, literalmente, a la mujer del profesor, quien comienza una relación, más bien sexual (gracias a la ayuda del Viagra) con una empleada de servicios de la universidad, de treinta y cuatro años. Con horror, de esto, también de todo esto se entera la comunidad.
En Estados Unidos y en Gran Bretaña nadie dejó de vincular al libro con los paroxismos del Sexgate, con sus exabruptos de puritanismo republicano y corrección política filodemócrata. Pero la novela se conecta más vitalmente con la tragedia griega –ostenta un epígrafe de Edipo Rey– que con el affaire Lewinsky y el blanco semen presidencial derramado sobre el vestido azul de la pasante.
Para Roth, clásicamente, la tragedia de un hombre traza la de una nación. Y la obsesión (local, nacional) acerca de qué es y qué deja de ser puro –como el vestido maculado de la becaria– es una perversión por derecho propio. Uno de los personajes más inquisidores de la novela es la profesora del Departamento de Lenguas y Literatura, Delphine Roux. Francesa, feminista y posestructuralista, se encarga de denunciar que no concibe una relación (personal, sexual) más que en términos de sometimiento, de víctimas y victimarios. El profesor es un viejo pervertido que explota a una iletrada.
La invención de Silk es completa y en su éxito radica la ironía mayor de la novela. El ocultamiento de sus propias raíces negras muestra hasta qué punto las cosas cambiaron en Estados Unidos: políticas de la diferencia, género y multiculturalismo, antes marginales, ahora se volvieron dominantes, al menos en las universidades de las costas este y oeste. Pero ésta fue, también, la mayor recriminación que la novela recibió de sus críticos anglonorteamericanos: ¿hasta qué punto es verosímil que unpersonaje sea negro, por más lightskinned que sea, sin que los demás se den cuenta?
Lo que La mancha humana, lo que la trilogía confirma especularmente es, sin embargo, que los cambios sociales que se han producido en Estados Unidos son en verdad muy poco dramáticos en una sociedad cada vez más rica, cada vez más confortable. Desde las primeras páginas, el novelista o el narrador moraliza acerca de la moralización, sermonea en contra de los sermones. A veces, Roth o Nathan Zuckerman puede ser muy pedagógico. “Aquí vive un ser humano”, imagina, a propósito de Bill Clinton y la Casa Blanca. Las polaridades son impredecibles, podría observarse: ¿se trata de denunciar la corrección política pasando por alto la ferocidad con que se practica el individualismo en Norteamérica? Uno de los objetivos de la trilogía fue mostrar hasta qué punto el ser humano es libre una vez que queda abandonado a, y de, las fuerzas de la Historia. A las que Roth contempla invariablemente oscuras, distópicas, deterministas.
Si John Updike considera que el mundo es esencialmente benigno, si para Saul Bellow cuenta el arte como redención de las almas, si Don DeLillo ve en la conspiración el motor del cambio social, Roth no nos ofrece otra cosa que este mundo incierto, con sus miserias y odios módicos, con su obstinada propensión a enrostrarnos el ser humano con sus necesidades más animales y sus tibios alcances espirituales. Un aristócrata socialista como Gore Vidal, menos complaciente, diría: “Hay otro mundo, y está en éste”.

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