EN EL QUIOSCO
La escritura del fuego
EL LIBRO DE UN HOMBRE SOLO
Gao Xingjian
Trad. Xin Fei y José Luis Sánchez
Planeta, 2001
540 págs.
POR GUILLERMO SACCOMANNO
“Escriban como si estuvieran en un edificio en llamas”, les pedía John Cheever a sus alumnos en uno de sus ejercicios de taller literario. Teniendo en cuenta este pedido, pero ya no como un simple ejercicio sino como una cuestión existencial, vale la pena considerar El libro de un hombre solo de Gao Xingjian (1940). Otra posibilidad, que no excluye seguir la idea de Cheever durante su lectura, consiste en revisar los últimos datos proporcionados por Amnesty International acerca de la situación del mundo en materia de derechos humanos. Hay ejecuciones ilegales en 147 países. Desapariciones en 35. Torturas en 111. Prisioneros de conciencia en 56. Y en este panorama, lo que sorprende es que ya no son los regímenes autoritarios los que adoptan el terror como práctica gubernamental cotidiana. Después del 11 de septiembre, en EE.UU. se produjeron 1200 detenciones.
El libro de un hombre solo describe el miedo y la desolación de un escritor bajo el maoísmo. El escritor, con motivo de una representación teatral (Xingjian es además dramaturgo), visita Hong Kong en los meses previos a su emancipación del poder británico. En este tiempo de tránsito y comparación, el protagonista busca exorcizar la memoria del autoritarismo en su vida anterior, durante la China de las frenéticas Guardias Rojas. Acompañado de una amante veneciana judía, perturbada por la sombra del nazismo, la evocación del narrador en Hong Kong nada tiene de proustiana. El sexo, el alcohol, las exasperadas confesiones recíprocas con su amante, no le alcanzan para liberarse de un pasado de perseguido o reconciliarse con sus fantasmas personales. La censura, la alcahuetería, el acoso y el miedo: las degradaciones con tal de sobrevivir, lo mismo da si fueron estimuladas por el sistema o por la paranoia. En no pocas oportunidades, recluido en sí mismo, el escritor debió quemar, además de fotos y recuerdos familiares, sus escritos. El fuego, entonces. Y el terror. Una conjunción en la que participan tanto el credo de Cheever, pero en una situación concreta y, a la vez, esta situación concreta en una historia convulsionada por uno de los desastres de la ingeniería social en el siglo XX. “De hecho, la felicidad es bastante rara en este mundo”, reflexiona Xingjian.
Con estos elementos, alternando el empleo de una tercera persona distante y una segunda más confidente, Xingjian ha escrito un extenso y pavoroso relato que, a través de un doble juego temporal (el pasado bajo el maoísmo, el presente en Hong Kong), adquiere una tensión vertiginosa. La novela contiene, a modo de epílogo, un artículo de Liu Zaifu, profesor y crítico de la Universidad de Colorado. Zaifu trae a primer plano algunos signos que la narración de Xingjian indica en la pendularidad entre literatura y documento. En la medida en que Xingjian, al elegir el “tú” y el “él” como diferentes prismas de la realidad, prescindiendo de la subjetividad del “yo” (tal como lo hacía en la prodigiosa La montaña del alma, la novela monumental que propulsó el Premio Nobel 2000 para Xingjian), en El libro de un hombre solo, siempre según Zaifu, Xingjian genera un camino de “realismo extremo”: rechazo de la inventiva, exposición de la historia en forma absolutamente cruda, sin limitarse a losuperficial, empeñándose en explorar las capas más profundas de la naturaleza humana.
La apreciación de Zaifu puede ser algo “extrema” y discutible. Lo que no admite discusión, en cambio, es la suavidad de esa prosa de Xingjian que no vacila en narrar con la misma eficacia la degradación y, en contraplano, los cambios de luz en un paisaje. Cabe acotar que el paisaje, su descripción recurrente, delicada y puntillosa, como en acuarelas, vuelve, sin golpes bajos, más duras las situaciones de angustia. Sobre el final, Xingjian hace una referencia a Matisse, el Matisse deslumbrado por la pintura oriental, y sugiere el sentido de su escritura: “Matisse pintó todo esto, el sol transparente y cegador. Son realmente las luces y los colores del pincel de Matisse, pero tú te diriges hacia la oscuridad”.
Escribir en llamas, entonces. Con la conciencia de la escasa, mínima potencia de la escritura en un mundo signado por el sufrimiento. Las llamas: ya no se trata del mandato de Kafka para que quemaran sus manuscritos. Se trata, más bien, en Xingjian, de aquello que remite a autores que debieron, contra su voluntad, destruir y recomenzar, una y otra vez, como Sísifo, su obra. Sólo dos ejemplos: Varlan Shalamov en Kolyma, el campo siberiano de concentración stalinista con sus cuentos transparentes, o más acá, Reinaldo Arenas, el guajiro homosexual, en las cárceles cubanas, deshaciéndose del texto que volverá a empezar poco más tarde. “La libertad acaba con el miedo”, anota Xingjian en el final. “La escritura estéril que has dejado se desgastará con el tiempo. La eternidad para ti no tiene un significado especial. Lo que escribes no puede ser el objetivo final de tu existencia. Si todavía escribes es para sentir con mayor plenitud el momento presente.”