EN EL QUIOSCO › RESEñA
El auto fantástico
Buick 8, un coche perverso
Stephen King
trad. Jofre Homedes Beutnagel
Plaza & Janés
Buenos Aires, 2002
380 págs.
Por Martín De Ambrosio
Hay que reconocer que la tarea de Stephen King no es sencilla. Por el contrario, parece más bien difícil causar terror en 2003, sólo con la ficción, cuando los fantasmas del gótico ya se han muerto hace rato y cualquier diario resulta igual de tenebroso.
La cuestión es que el más Sueiro de los escritores de best sellers norteamericanos ha escrito su segunda novela –que insiste en esa senda terrorífica– luego de que un auto casi lo matara en 1999.
No es casualidad, entonces, que un auto sea el protagonista de Buick 8, un coche perverso (el título original, From a Buick Eight, una canción de Bob Dylan, es bastante más elegante). Un auto con algunas rarezas y que se convierte en asesino es, como mínimo, un tanto inverosímil. Es que el Buick 8 tiene sus cosas: dispara fuegos artificiales, escupe cosas inefables, hace bajar la temperatura (entre otras gracias que debe sufrir un destacamento policial de Pensilvania, con unos agentes de lo más simpáticos).
Todo eso, ciertamente, parece inverosímil, pero resulta que a King le dan páginas y él termina convenciendo de cualquier cosa, o al menos entretiene mientras logra suspender la incredulidad. Se sabe: King maneja el género “terror” con destreza. Porque, en este caso, aunque abundan características de otros géneros, es “terror” y no “fantasía” ya que el énfasis está puesto en el miedo de los protagonistas (y en la curiosidad aterrada del lector) y no en el argumento fantástico (y en el placer intelectual que puede dar una buena idea).
Ahora bien, el Buick se saca el polvo, se regenera, hace desaparecer gente... ¿es que se trata de un terror innominado o tiene origen y agente causal? Luego de coqueteos con argumentos más parecidos a la ciencia ficción (el Buick como conducto hacia otro universo), King advierte que no hay modo de explicar semejantes fantasías (expuestas todas juntas, para no perder la eficacia narrativa y para horror de quienes, como Borges, preferirían un solo elemento fantástico por narración). El escritor norteamericano se da cuenta de que hay ciertas cosas que es mejor no explicar: “No esperes ninguna conclusión”, le dice Sandy, el policía veterano, al joven Ned Wilcox, mientras le glosa la sucesión de misterios; frase que también sirve como advertencia de King a los lectores que esperaban algún tipo de “resolución”, una mano detrás del puñal que se acerca. Más adelante, los pequeños misterios de Pensilvania se resumen en el gran misterio universal, expresado –convengamos– en forma un tanto zonza: “¿Verdad que tú, personalmente, tampoco sabes ni de dónde vienes ni adónde vas? Pero convives con ese hecho. No protestes demasiado. No dediques más de una hora al día a levantar el puño al cielo y maldecir a Dios (...) Hay Buicks (es decir, misterios) por todas partes”.
Como a veces sucede, mientras King no se juega por una resolución, la novela adquiere una (relativa) independencia del autor: los policías son interpelados por las mentes de las cosas animadas que salen del auto, e incluso uno de ellos entra al “cerebro” de una de esas cosas; así es que notó lo terribles y diferentes que eran... los policías humanos. La cosa, por supuesto, pensaba. Y ellos la habían matado. Este último elemento, quizás en algún punto asimilable a la novela de Fredric Brown tituladaindistintamente El ser mente o La mente asesina de Andrómeda (The Mind Thing), está agregado casi a pesar de las intenciones de King, que como se dijo, no tiene intención de explicar nada.
Si bien el autor de Carrie y de Dreamcatcher se toma su tiempo para preparar el misterio (le insume más de 150 páginas situar la acción y empezar a hablar del auto fantástico) es innegable que don King tiene una notable capacidad narrativa que se hace explícita en la descripción de situaciones. Situaciones que tienen el plus de borrachos, mujeres golpeadas, hombres flipeados (que así debe llamarse en la horrísona jerga madrileña de la traducción al estar drogado, “colgado”) y todo lo que Hollywood gusta de omitir. King no es refinado ni hace abundar las citas eruditas ni le importa demasiado reflexionar. Pero sabe cómo escribir una novela. Y cuantas más páginas le den más convence. Es como esos boxeadores que hacen su trabajo minuciosamente, poco a poco, y en los últimos rounds terminan destrozando al oponente (o al lector escéptico). 5