Domingo, 25 de febrero de 2007 | Hoy
CARO LIBRO
Por María Moreno
La editorial Adriana Hidalgo ha dejado de lado el formato mayor que suele desplazar al libro de arte de la biblioteca a la mesa ratona –donde se suele exhibir como certificado de cultura de la casa– por la dimensión habitual al común de los libros, permitiendo su permanencia en los estantes. Con ese ademán democrático ha lanzado al mercado Pombo, que lleva el subtítulo Libros sobre artistas y dentro de la serie Los sentidos Colección Ruth Benzacar. La etiqueta identificatoria en el margen superior izquierdo de la portada le da un toque de manual hasta el punto de que permite imaginar para el libro un seudónimo: Marcelo Pombo, modos de uso.
Pombo consta de un largo reportaje hecho por Inés Katzenstein (Los secretos de Pombo), un texto crítico de Marcelo E. Pacheco (Las bellezas de Marcelo Pombo) y una selección de obras del artista lo suficientemente bien impresas y editadas como para hacer deseable ir a los originales y no iniciar una colección de stickers, como cabe hacer con los libros ilustrados económicos. Allí figuran desde el mítico Winco de 1986, hecho con acrílico y fotos de revistas hasta la Nave de la abundancia de 10 años después hecha con una friolera de materiales que incluyen pantalla y portafloreros de mimbre, envases de pasta dentífrica, colirio y sopa instantánea. Inés Katzenstein es la crítica más lúcida y laboriosa sobre el arte de los noventa asociado al Centro Cultural Ricardo Rojas, quien más allá del silencio de los artistas, persuadidos de dejar hablar sólo a la obra, en nombre del Tao del arte propuesto por el entonces curador Jorge Gumier Maier, logró desplegar la complejidad de una propuesta nada homogénea pero que tenía como política común erradicar en el arte el totalitarismo del sentido, la literalidad del mensaje y la deuda literaria de lo conceptual. El reportaje está organizado como un diálogo a dos voces donde la crítica tiene un tono austero y preciso mientras que el artista, sin llegar a la transcripción oral, registra marcas de la jerga rockera, gay y de la pedagogía especial que ejerció durante muchos años. Y diálogos como éste:
“–¿Qué significa para vos Gumier Maier en ese momento?
–Para mí era Dios; lo vi y me enamoré, le declaré mi amor.
–¿Amor amor?
–Amor amor...”
Los despliegues autobiográficos de Los secretos de Pombo revelan los vínculos que una obra tildada de ligera y artificiosa y que Inés Katzenstein sitúa como heredera de la artesanía, el arte terapéutico y el bricolage femenino, tiene con la literatura y el psicoanálisis. Cabe recordar que el arte de Pombo se desarrolló en un contexto cultural donde Juan Forn dirigía la colección Biblioteca del Sur, que también fue acusada de frivolidad en nombre de la literatura comprometida y que, en realidad, planteaba la autonomización de la literatura. También emergía entonces el neobarroco que hacía visible a un Néstor Perlongher, cuyo lenguaje parecía arrancado del costurero materno. El tono melancólico que Pombo adopta a lo largo de la entrevista, los nombres que recuerda, dan cuenta de lo que el sida se llevó. En ese sentido su suerte de pulsión decoratriz parece deber mucho al arte del exvoto, del arte funerario y del altar popular donde la donación radica fundamentalmente en tiempo, gasto y exceso como en los cuadros colectivos hechos con cabellos –el feminismo los situó como reino preestéticos– y los paños bordados que pesan más que la gruta de la virgen donde son ofrendados.
En ese sentido el sistema de Pombo de gota sobre gota de esmalte industrial se parece más a la licuefacción de la sangre en la ampolla de San Genaro que a las destrezas de la cosmética.
Marcelo Pacheco sitúa tres bellezas en tres momentos de Pombo, la de cobertura que ilusiona la sustitución del soporte material del objeto por su superficie, la que adorna y la que, sin abandonar sus recursos, se desplaza a la tela. Pero como el deseo de felicidad en la obra que describe es contagiosa, el crítico pronto se siente autorizado a adornar su propia escritura con metáforas risueñas y pormenores a la manera de su objeto como quien regala a un regalador. Es así que todo el libro despliega una atmósfera feliz, aceptando que la felicidad es difícil, un poco pop y bastante sacrificial.
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