CARO LIBRO
› Por Juan Pablo Bertazza
En la mitad exacta de su vida, Henri Michaux, el poeta y pintor francés de origen belga, escribió: “Todos nacemos con veintidós pliegues. La cuestión es desplegarlos. La vida del hombre entonces se completa”.
Habría que calcular cuántos pliegues desplegaron de un tiro Arturo Carrera y Alfredo Prior al desarrollar su flamante libro en cooperación, Niños que nacieron peinados. En todo caso, se trata de una sinergia –la integración de los elementos que da como resultado algo más grande que la simple suma– muy particular y exploratoria, toda vez que contradice su propia ley: la sinergia sólo puede darse si una de las partes del objeto no es capaz de revelar sus propias características, cuyo ejemplo paradigmático es el trabajo conjunto de las agujas del reloj. Niños que nacieron peinados constituye así un experimento: amalgamar dos partes que se saben abastecer solas. Así, los fragmentos de poemas de Carrera incluidos en el libro ya habían conformado obras valiosas que van desde Arturo y yo (1983) hasta la más reciente La inocencia (2006). Por su lado, las exposiciones del artista plástico Alfredo Prior también armaron una constelación con brillo propio, a partir de sus muestras en el Museo Nacional de Bellas Artes y el Museo de Arte Moderno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Pero, ¿cómo pueden componer un todo dos partes que ya de por sí conforman, cada una, un todo? Una de las claves está en la niñez: durante su pubertad, etapa en la que todos los niños tratan de olvidar que alguna vez fueron niños, Prior exorcizaba angustias pintando figuras de osos que, junto a una serie de peluches, conformaron la obra que se llamó justamente Los niños que nacieron peinados.
Acaso uno de los objetivos que motivaron a Carrera y a Prior a unir fuerzas tal vez sea alcanzar la fusión entre poesía y pintura desarrollada en la obra de Michaux, quien vio, a su vez, la resultante perfecta entre dibujo y escritura en los ideogramas chinos –elementos cargados de valor simbólico y sensorial–. Michaux, en un gesto de típica recuperación de la infancia, define, por ejemplo, al ideograma chino “elefante”, en términos de “dos cuernos y una tetilla que sale de una pata”.
Niños que nacieron peinados es, por sobre todas las cosas, un libro con páginas sin numerar, un bosque sin árboles para perderse, con lo cual resulta bastante irrisorio el señalador rojo que incluye. Lo más interesante es perderse en ese tándem creado por los dibujos precarios y de pocos colores de Prior que, junto a los poemas, intercambian constantemente forma y fondo, lo físico y lo psíquico, la niñez y el mundo adulto. Como sucedía con las ilusiones de la Gestalt, todo puede verse a partir de Carrera y Prior con intervalos mínimos.
Niños que nacieron peinados muestra, en definitiva, el experimento de dos totalidades que, luego de sumarse, siguen obteniendo un plus, como un par de hermanos unidos luego de nacer que, pese a la incomodidad de la pegatina, permanecen elegantes.
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