Domingo, 7 de mayo de 2006 | Hoy
EN FOCO
En medio de un torrente de novelas que explora la genealogía literaria de la homosexualidad, el español Alvaro Pombo publica Contra natura (Anagrama), una novela de 500 páginas escritas al calor de la legalización del matrimonio gay en España que indaga con lucidez en los pliegues del amor, el deseo y la convivencia.
Por Claudio Zeiger
No es frecuente encontrarse con un libro a cuyo término el autor agrega una reflexión final que explica, subraya o redondea determinados aspectos de lo que acabamos de leer. Así lo hizo John Berger en la trilogía De sus fatigas, justificando ese agregado sobre la situación real del campesinado europeo que protagoniza los cuentos en su intención de ir, más allá del mero entretenimiento, a la búsqueda de un calado reflexivo frente al lector. Podría pensarse que se trata del deseo de que la literatura sirva para algo –un debate, una reflexión, un acontecimiento– más allá de sus básicas funciones formales, que trascienda a su anécdota y a sus personajes, que diga más. Este mismo impulso aparece en Alvaro Pombo, cuando al final de su extensa novela Contra natura, en un epílogo, afirma sin vueltas: “Desde un principio quise que esta novela fuese un alegato contra la superficialidad”. El mismo, laureado autor español, entiende que estos términos pueden sonar antipáticos (“malsonantes”, “moralizantes”) en la caracterización de un proyecto artístico, pero no por eso evita decirlo. Se trata de una novela española sobre las formas antiguas y modernas de vivir la homosexualidad, pero escrita en un año (2005) en que el matrimonio gay fue aprobado y legalizado en España. Pombo arma una trama dura y envolvente (entre Almodóvar y Pasolini, nos atrevemos a decir), y con una fuerza expresiva personal de sostenida eficacia durante más de 500 páginas.
Un editor retirado, Javier Salazar, y un viejo amigo y compañero del seminario, Paco Allende, se verán enfrentados en espejos distorsivos del pasado y del presente. Estos dos hombres maduros entablarán relaciones con otros mucho más jóvenes, y el cuarteto irá deviniendo en distintas alternativas o “modelos” de relación, donde uno de ellos podría eventualmente desembocar en un matrimonio, mientras el otro se va a ir autodestruyendo en una feroz espiral (al final del epílogo, astuto, Pombo plantea que “en esta novela, en definitiva, se plantean dos modos radicales de vivir la experiencia homoerótica masculina. Uno de ellos es válido; el otro, inválido. Dejo a la inteligente decisión del lector decidir cuál de los dos modelos es aceptable”).
La actitud de Pombo aparece, si no opuesta, bastante alejada de la reciente oleada de escritores sajones aplicados a explorar vida y obra de Henry James (ver Radarlibros del último domingo). Da la impresión de que el gesto de Alan Hollinghurst y Colm Tóibín en La línea de la belleza y Retrato del escritor adulto, respectivamente (a lo que podría sumarse Michael Cunningham con Virginia Woolf primero y, según se anunció, con Walt Whitman), apuntaría a la reconstrucción de una genealogía gay (con el matiz de revisitar el panteón: no marginales ni grandes olvidados) en la literatura. En su caso, Alvaro Pombo revisa la historia personal de una generación, los que como él, nacido en 1939, no tuvieron la experiencia de la Guerra Civil Española y –salvo contadas excepciones– el exilio exterior. Marcada por el férreo catolicismo y el franquismo, la experiencia homosexual bajo esas circunstancias resulta paradójica, como liberada bajo tanta represión y, sobre todo, con fuerte conciencia de haber sido una experiencia específica, diferente a la mayoritaria. Pombo encastra esa experiencia en “los años posmodernos de homosexualidades del nuevo siglo”, interviniendo directamente en el presente y alejándose de las tentaciones del panteón (aunque se busca a sí mismo en el pasado). Aquí podría fijarse la tensión central de Contra natura, pero lo bueno es que la novela no lo resuelve como un contrapunto ortodoxo entre pasado y presente sino como un juego salvaje y libre con formas de moverse entre el deseo y el riesgo, la aventura y la serenidad del hogar. Si todo lo que sucede en la novela (que es mucho e intenso, por momentos desagradable, siempre atrapante) tiene el trasfondo del matrimonio gay legalizado en la sociedad donde se escribe y se crean personajes, cobra sentido el epílogo del autor y el más allá conceptual que propone.
Cabe señalar que no aparenta ser una novela contra el matrimonio gay ni una defensa pueril de la contra natura del título (ni se impugnan los derechos civiles ni se reivindica la “rareza” por la rareza misma, ni se hace la apología de los mingitorios); la verdad es que la propuesta de esta novela es algo mucho más tortuoso y sombrío, sobre todo lo que le pasa al personaje de Salazar, un jubilado que de pronto, porque permite despertar a su adormecida conciencia henchida de pasado y deseo anestesiado, se ve arrojado fuera de sí, perdiendo el control, parte de la dignidad y del dinero; y sin embargo, Pombo no nos dice que éste sea el modelo inaceptable o que el otro, hecho de sentimiento y deseos “sanos”, sea el aceptable. En verdad, Contra natura llega al borde de confrontar los modelos, pero no de señalarlos con el pulgar hacia arriba o hacia abajo (si bien hay indicios de hacia dónde se inclinaría en un punto de encrucijada)
Se trata de una inmersión profunda en un tema complejo (las homosexualidades, las sexualidades) para advertir que donde la libertad no tiene límites también puede haber asfixia, y que donde hubo censura y represión, también hubo espacio para la libertad, que el sexo no es todo y que el control del poder nunca es absoluto.
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