EN FOCO › BUENOS AIRES, OTOñO 1982. LA GUERRA DE MALVINAS SEGúN LAS CRóNICAS DE UN CORRESPONSAL INGLéS
Notas, apuntes y recuerdos de Andrew Graham-Yooll como corresponsal para The Guardian: tres meses de desconcierto en la mirada de un angloargentino.
› Por Sergio Kiernan
Buenos Aires, Otoño 1982. La guerra de Malvinas según las crónicas de un corresponsal inglés
Andrew Graham-Yooll
Marea
243 páginas
Un aspecto poco pensado de 1982 es su lado de farsa. La guerra de Malvinas es de una profunda ambigüedad para los argentinos, un manotazo de nuestra dictadura perrera para continuarse –Galtieri soñando con el balcón, Massera con el tercer movimiento histórico– y a la vez una reivindicación de algo que, para bien o para mal, todos sentimos que es nuestro. Lo de Malvinas fue una guerra, fenómeno extremo por definición que deforma todas las percepciones. Resulta que los que murieron allá son héroes de los que hay que desconfiar, personas como Giacchino, el primero, un reaccionario de primera agua cuya viuda es colaboradora regular de la fascistoide Cabildo. Sólo quedan en el lugar de la pureza los pibes de la guerra, porque se los pinta como víctimas.
En medio de todo esto y para variar pateando estantes, su pasatiempo vital, Andrew Graham-Yooll publica un libro contando su historia de Malvinas. Este argentino de nombre escocés, nacido y criado en Buenos Aires, bilingüe y bicultural, había sido corrido de su ciudad a pura amenaza en 1977 por la banda de asesinos que no aguantaba que su diario, el Buenos Aires Herald, los criticara en inglés. Cuando las amenazas pasaron de castaño oscuro, Graham-Yooll terminó en el aeropuerto con su joven familia, bajo protección diplomática, rumbo al exilio en Londres.
Cinco años después estaba de vuelta, como corresponsal inglés, entrado con pasaporte enemigo y enviado por The Guardian, el diario más progre del Reino Unido, a cubrir la parte argentina de la guerra. El libro que acaba de publicar Graham-Yooll, que volvió hace años del exilio y al Herald, recoge notas publicadas en esa época, apuntes, recuerdos, escenas posteriores, cosas que dejó afuera o se le cayeron. El gran descubrimiento es que Argentina en el otoño de 1982 era un grotesco de Graham Greene, una broma tercermundista tontona y sangrienta donde los asesinos dan risa, pena, odio.
Es una visión desde el límite, del que es argentino con complicaciones, lo que puede servir para ver mejor ambas partes de la ecuación. Y para reírse de los ingleses del Club Inglés de Buenos Aires que declaran lealtad argentina –y aclaran que son nacidos aquí– tanto como los del Club Inglés de Río Gallegos, que sacan la chapa de la puerta para que los pilotos de combate argentinos, viejos clientes del restaurante, no tengan que dar explicaciones (la chapa, vieja y muy bonita, fue eventualmente atornillada otra vez). Y también de los tantos argentinos que se tomaron la guerra como un partido, con cantitos y todo. O de las estupendas tonterías que pasaban por alta política en una Casa Rosada que de pronto se encontraba bajo cobertura de NBC, BBC y ABC, pero seguía hablándole a Canal 7.
En fin, surrealismos diversos, como el de la patota que fajó a Graham–Yooll de pura impotencia de no poder matarlo por orden superior. O la de tener, años después de la guerra, al general Menéndez colado en casa de amigos para comer un curry, que nunca había probado.
Es El Cónsul Honorario. Es una de Smiley sudaca. Es un lado de la historia poco visto, y bastante más patético que otra cosa.
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